Enrique Martínez y Morales
Vivir en el desierto, como lo hacemos los habitantes de los estados del norte de México, sin duda tiene su encanto: paisajes hermosos, amaneceres bellos, atardeceres espectaculares y noches estrelladas. El clima retador ha obligado a los norteños a ser ingeniosos y trabajar con tesón para poder hacer productivas las áridas tierras. Aquí los mangos ni los cocos caen de los árboles, lo que caen son las oportunidades que hemos forjado con el esfuerzo de generaciones.
Uno de los principales problemas que afrontamos es la falta de agua. Como regla internacional, se considera que para que una sociedad viva en paz, sin conflictos a causa de la falta del vital líquido y sin escasez para poder realizar sus actividades básicas, cada habitante debe contar con una disponibilidad de 5 mil metros cúbicos per cápita al año en precipitaciones. En México, el promedio de disponibilidad per cápita no llega a ese número; se queda en poco menos de 3,200 metros cúbicos anuales, lo que nos coloca en la posición 94 en el ranking internacional.
En Coahuila, la disponibilidad por habitante de agua se reduce a menos de un tercio de la media nacional: 1,020 metros cúbicos al año. Para comprender la complejidad que han vivido históricamente nuestras sociedades, basta con decir que el país que menos disponibilidad de agua tiene es Sudáfrica, con 942 metros cúbicos per cápita. Es decir, Coahuila, y algunos otros estados del norte, padecen una sequía similar a la del país con menos precipitaciones del mundo.
A pesar de eso, nos las hemos ingeniado para sortear el problema. La creación de organismos como el de Aguas de Saltillo en la capital coahuilense, ha permitido que el vital líquido no solo no falte, sino que sea suficiente para albergar un crecimiento industrial y demográfico importante.
En el resto del Estado también se trabaja para combatir la sequía, disparada sobre todo por los calores atípicos que, como consecuencia del calentamiento global, ya se están convirtiendo en típicos. Coahuila ocupa el 4º lugar nacional con una cobertura de agua potable del 98.8%.
En el desierto faltan las lluvias durante meses, pero luego llegan ciclones que arrasan con cultivos, calles y vidas, recargando parcialmente las presas y los mantos freáticos, en el mejor de los casos. Desgraciadamente para el resto del año el pronóstico de precipitaciones no es halagüeño, aunque existe la posibilidad de que lleguen un par de huracanes.
Lo mejor que podemos hacer es seguir fomentando la cultura del agua, hacer conciencia que cada año que pasa será más difícil tenerla y eficientizar a los organismos operadores de agua. Solo así podremos estar preparados para lidiar con las sequías que vienen.