Luis Alberto Vázquez Álvarez
El filósofo judío alemán Walter Benjamín analiza el dibujo a tinta china del pintor suizo Paul Klee titulado “Angelus Novus” que representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le aterra, con los ojos desorbitados, la boca abierta y extendidas las alas. Supone correctamente, según yo, que este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. El querubín observa catástrofes que amontonan incansablemente ruina sobre ruina, sin perdonar ni a los humanos ni a la vida sobre la tierra. Quisiera detenerlas, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, sin embargo, sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que ni el mismo puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrepetiblemente hacia un futuro desastroso, al cual quisiera dar la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso económico, mercantilismo voraz y enriquecimiento de unos cuantos mientras millones son arrojados a la miseria y pronto por esa causa, la del dios de la avaricia, Mammon, todo perecerá.
Según socio-antropólogos e historiadores, la guerra surge con el nacimiento de la economía de producción y con el cambio radical de las estructuras sociales del Neolítico hace unos diez mil años, no es exactamente innata al ser humano, aunque se supone que, a los neandertales, los homo-sapiens los acabamos. Batallas intensas y matanzas inmensas son el texto principal de palacios y templos asirios, así como de otras “civilizaciones antiguas”. El templo de Marte en Roma se presume permanecía abierto mientras alguna legión estaba combatiendo en algún lugar del mundo y que solamente en dos ocasiones y por pocas semanas, se cerró.
En este 2024 estamos viviendo crisis de paz entre naciones e intra-nacional en muchos países del mundo, recordamos que en 1914 los franceses salían a las calles jubilosos gritando; “Por fin ha llegado el momento por el lloramos por 40 años” se referían al inicio de la guerra contra Alemania tras la derrota de 1870 en que perdieron Alsacia y Lorena, creían que sería festivo combatir en pleno siglo XX; el resultado más de 20 millones de personas fallecidas y otros tantos millones de lisiados por las armas y los gases.
Estados Unidos siempre ha encontrado pretextos para iniciar guerras que le han permitido convertirse en el imperio hegemónico económico y militar que hoy es; “El Álamo” (1836) justificó la guerra contra México y se apoderó de más de 2 millones de kms2; la “explosión” del acorazado americano Maine en la bahía de La Habana, Cuba, (1898) pretextó la guerra contra España que le otorgó islas en el Caribe y las Filipinas, (fueron las calderas y no un torpedo lo que lo hundió). El hundimiento del trasatlántico Lusitania (1915) justificó la entrada a la Primera Guerra Mundial, más tarde se supo que este, en sus bodegas, llevaba cargamento militar. La presión de venta de chatarra metálica a Japón provocó el ataque a Pearl Harbor (1941) y excuso la entrada a la Segunda Guerra mundial y la caída de las torres gemelas (2001) sirvió de subterfugio para la Guerra contra el “Terrorismo”; ocupar Afganistán y explotar riquezas petroleras de los países árabes.
El reloj del juicio final marca hoy mismo las 23:59:59 del apocalipsis; a un segundo de la medianoche que significa la hecatombe que pondrá fin a la raza humana y prácticamente todo tipo de vida sobre la tierra. Rusia, con su gobernante súper-capitalista Putin, (al que solamente los ridículos ignorantes llaman “comunista”), amenaza con destruir Europa y Estados Unidos, quienes a su vez ofrecen exactamente lo mismo. Francia e Inglaterra, con su eterna ambición de dominio también están listos para arrojar misiles atómicos, China se alegrará por su poder increíble y otros países se unirán a la fiesta de la destrucción; Total, el mundo entero desaparecería y la única razón es la codicia, la avidez por el dinero.
Biden prepara el pretexto perfecto para iniciar la III GM como venganza por perder las elecciones y estar a punto de fallecer; quiere destruir al mundo y llevárselo con él a la tumba.