Federico Berrueto
Marcelo Ebrard, en el afán de ganar credibilidad en su lucha por la candidatura presidencial, con acierto ha privilegiado el tema de la inseguridad. Es obligado por dos consideraciones: el país, sus comunidades y habitantes padecen la criminalidad ante autoridades indiferentes o incompetentes. Por otra parte, es el problema de mayor impacto y, por tanto, el que más afecta a quien gobierna y a quien invoca la continuidad. La inseguridad es la mayor debilidad electoral de Morena y de quien resulte su candidato (a).
La propuesta de Ebrard muestra las limitaciones de los aspirantes oficialistas. Ebrard es un conocedor del tema y advierte el deterioro grave del país por el crecimiento del crimen, resultado de la errática estrategia en materia de seguridad presentada y defendida por el presidente con la tesis “abrazos no balazos”. Sin embargo, para no contrariar a López Obrador dejó la propuesta en temas de tecnología. Sí que la tecnología es revolucionaria, y eso de alguna manera se ha hecho, interrumpida por decisión presidencial. Plataforma México fue un buen principio, seguramente insuficiente y quizá sesgadamente aplicado, pero ya se avanzó al respecto y el actual gobierno lo frenó. No es sólo tecnología, también es voluntad política y determinación para combatir con toda la fuerza del Estado al criminal.
Tampoco la causa originaria del crimen es la pobreza, como suele decirse; no son los más pobres los peores criminales. A pregunta de Joaquín López Dóriga el aspirante afirmó que habrá abrazos, pero también madrazos. Eso es lo que el país ha padecido desde hace tiempo, abrazos a algunos criminales y madrazos a otros. En eso no hay nada nuevo. La política de seguridad que se requiere es la de la aplicación estricta de la ley en condiciones de igualdad; de apoyo, empatía y representación de las víctimas ávidas de justicia, en no pocos casos en el periplo de encontrar a sus seres queridos desaparecidos. Pero el presidente dice que las cosas van requetebién y las cifras falsas manipuladas groseramente ratifican. Es una desgracia que la grave situación de inseguridad se haya vuelto parte del paisaje, una narrativa macabra que muchos suelen ver con indiferencia, hasta que la desgracia les llega.
Común de la estrategia en materia de seguridad desde Calderón a la fecha es su acento en una visión centralista y, para efectos prácticos, en una policía nacional antes civil, ahora militarizada. Los resultados son los mismos, incluso cada vez peores. La evidencia es concluyente: los mayores logros en la materia se presentan en los estados con policías locales y municipales capacitadas, equipadas y, particularmente, bien remuneradas. Además, se tiene un sistema de justicia eficaz, con tasas bajas de impunidad.
Querétaro, Yucatán y Coahuila aportan un ejemplo a seguir y del que hay que aprender. Difícil que un aspirante de Morena pueda recurrir a tales estados para fundar un argumento. Dos gobernados desde hace tiempo por el PAN y uno más de siempre por el PRI, con una elección reciente donde el candidato de la coalición PAN, PRI, PRD, Manolo Jiménez, prevaleció con amplia ventaja con base en la expectativa de preservar el esquema de seguridad.
En Coahuila hay certeza de continuidad en materia de seguridad; en el Estado de México, en inseguridad. Muy malos los resultados del gobierno de Alfredo del Mazo, agravados en estas fechas por la disputa anticipada de territorios de los grupos criminales. La masacre de días pasados en la central de abastos se presenta por las autoridades municipales como una diferencia entre locatarios, a pesar de que el evento mismo y las armas empleadas apuntan hacia una acción típica del crimen organizado. El mismo problema en todas partes, tergiversar los hechos a manera de minimizarlos. Mejor reconocerlos para así actuar en consecuencia. Una estrategia efectiva requiere de un buen diagnóstico, que difícilmente puede hacer un aspirante oficialista porque obligadamente tendría que reconocer el fracaso mayúsculo de este gobierno. Los anteriores gobiernos tampoco tienen mucho para presumir. Debe aprenderse de lo que se ha hecho bien aquí en el país y en el mundo; convocar a una cruzada por la seguridad a todos los poderes, órdenes de gobierno y a la misma sociedad. Combatir al crimen debe ser una prioridad nacional, una política de Estado al margen del manoseo partidista o faccioso que, más allá de la tecnología, inicia con un principio ineludible: abatir a la impunidad en todas sus expresiones.