Enrique Martínez y Morales
La inclusión es una deuda ancestral que nuestro país tiene con los grupos que han sido discriminados, principalmente por omisión, a través del tiempo. Visibilizar y generar políticas y acciones para integrarlos al desarrollo y a la vida cotidiana, para eliminar paradigmas sociales y derrumbar barreras culturales, no es una concesión para las personas con discapacidad, los adultos mayores, las personas que viven en las comunidades rurales, juventudes e infancias marginadas y los colectivos de la diversidad sexual, por mencionar algunos ejemplos, sino una obligación humana de todas y todos.
Afortunadamente, en algunas entidades federativas, como Coahuila, sociedad y gobierno unidos, avanzan en fomentar mecanismos de inclusión como capacitación permanente al funcionariado estatal y municipal al respecto, cursos de la Lengua de Señas Mexicana, estímulos fiscales importantes para empresas que contraten a personas de algunos de estos grupos, concursos, talleres y dinámicas que fomentan la sensibilización.
Pero hay otra inclusión de la que poco se habla y que cada día, dada la creciente digitalización de la vida, se torna más relevante: la inclusión financiera.
La inclusión financiera es clave para el desarrollo económico y social de México. El acceso al sistema financiero permite a individuos y familias ahorrar de forma segura, acceder a crédito, planificación financiera y protección ante emergencias —beneficios que repercuten en la reducción de las desigualdades.
La inclusión financiera en nuestro país, según la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2024 (ENIF), se encuentra en sus máximos históricos. Sin embargo, una observación importante que se deriva al analizar los datos es la brecha de género. A pesar de que en los últimos 3 años el incremento porcentual de la inclusión femenina fue del doble que la masculina, aún persiste un diferencial de 8 puntos porcentuales: el 81% de los varones cuentan con al menos un producto financiero formal, comparado con el 73% de las mujeres.
La principal razón en general del incremento en el indicador es el mayor dinamismo en la formalidad laboral, el ofrecimiento de crédito de tiendas departamentales, los programas sociales de transferencias, la evolución de las FinTech, así como la amplia cobertura de internet y la proliferación de teléfonos móviles.
La región noreste de México, donde Coahuila comparte destino con Nuevo León y Tamaulipas, ocupa el primer lugar nacional de inclusión financiera, colocándose 8 puntos porcentuales arriba de la media nacional. Es decir, en nuestra región el 89% de los hombres y el 81% de las mujeres están incluidos en la comunidad financiera.
Aunque cada vez nos acercamos más a la meta, persiste la necesidad de llevar la inclusión financiera a las comunidades rurales y a los adultos mayores, con énfasis especial en las mujeres.
El reto es de todos como sociedad: de las instituciones financieras, del sector privado, del gobierno. Sigamos por esa senda, el de la inclusión plana de todas y todos los mexicanos.