Federico Berrueto
En homenaje al cinismo se dice que quien pierde la vergüenza no sabe lo que gana. En estos tiempos no sólo se vive desde el poder la degradación del lenguaje, también la pérdida de un sentido de la autocontención, falta de escrúpulo. Se normaliza la indecencia, todo se vale. El ejemplo es López Obrador. En su conducta arrastra a la candidata presidencial, Claudia Sheinbaum quien -por razones de conveniencia política, no electorales-, repite las palabras y actitudes presidenciales.
Efectivamente, se ha perdido el sentido de decencia. Hay un envilecimiento de la política. El respeto y el comedimiento han desaparecido del diccionario de quienes detentan el poder. López Obrador ataca sin control, reserva ni sentido de los límites a los adversarios o a quienes por su independencia mantienen distancia del poder o una postura crítica. Una conducta alevosa porque lo hace desde la más elevada posición de autoridad.
Los periodistas y líderes de opinión independientes nunca habían sido objeto de tal agresión, ocurre cuando más violencia hay sobre el gremio, con un presidente que se autoproclama defensor de las libertades. En tal entorno, la resistencia al sometimiento adquiere un valor mayor porque sí hay consecuencias; la más evidente, la autocensura que realizan las empresas de comunicación, y que se manifiesta en la depuración de sus colaboradores en la barra de opinión. También presentes las admoniciones presidenciales en su prédica mañanera.
Dos expresiones recientes dejarán un penoso registro de lo bajo a que han llegado el presidente y colaboradores cercanos. Ocurre con dos mujeres, las dos en una lucha ejemplar que debiera merecer respeto de quienes están en el poder; por lo demás son acreedoras a un genuino reconocimiento y aplauso cívico. Mucho se le debe a Amparo Casar. Su actividad académica, periodística y como activista ciudadana contra la corrupción ha sido de la mayor importancia desde hace tiempo. El régimen se ensaña con ella y nada lo explica que no sea el rencor presidencial.
Otro caso es el de Ceci Patricia Flores, madre buscadora. Su lucha, la que importa, de dar con sus hijos y asistir a otras madres y mujeres en el mismo empeño de encontrar a sus cercanos desaparecidos adquiere dimensiones de heroicidad, más en un país en el que los desaparecidos van en 50,927 durante este gobierno, según TResearch International. El país vive un doloroso drama debido a la violencia. El presidente se empeña en mostrar que se está mejor que siempre, razón de su determinación de desaparecer a los desaparecidos. Ceci Flores es una piedra en el zapato y su denuncia sobre un supuesto crematorio clandestino en la CDMX merecía una respuesta cuidadosa de las autoridades, no la denostación del presidente, repetida por su candidata y afines.
Las implicaciones de la denuncia de Ceci Flores están claras para la campaña presidencial. Claudia Sheinbaum afirma resultados diferenciadamente exitosos en materia de seguridad su tránsito gobierno de la CDMX, que han sido desmentidos. El señalar que todos los feminicidios durante su gobierno se resolvieron es una falsedad propia de estos tiempos, como también sus cifras alegres en materia de homicidios y feminicidios, entre otras muchas falsas afirmaciones, se niega el derecho de las víctimas a ser al menos una cifra.
El imperio de la mentira e insulto es que amenaza con volverse común; creer no sólo que es válido, sino que es útil y eficaz para el ejercicio de autoridad y ganar votos. No hay sanción legal ni social ante tal abuso. No pocos asumen que es el estilo de López Obrador, que acabará una vez haya relevo en la presidencia. Se equivocan; la degradación de la política se ha vuelto método; peor aún, en la oposición no falta quien replique semejante conducta. Incluso la mesura o el comedimiento son descalificados o vistos con sospecha. Cuitas de la polarización que se padece.
Se debe dignificar la política. Difícil que ocurra en el marco de la contienda por el poder. La sociedad ha interiorizado como normal lo anormal y los contendientes por el voto asumen una postura consecuente con la agresión, la ofensa y la intimidación de que son víctimas por parte del oficialismo.
La pérdida de decencia de quienes detentan el poder no debe dar licencia a la descomposición de la vida política y de la civilidad en la lucha por el poder. Un sentido de los límites debiera ser empeño obligado y tránsito a la reconciliación.