Raúl Adalid Sainz
Hugo es una caverna profunda, un túnel sin fin, el brillo de su mirada era grácil, una chispa llena de luminosidad. Esa fue la gran impresión que Hugo me dio al conocerlo. El mejor jugador que ha dado este país llamado México. Difícil que alguien lo supere.
Esa fue mi vivencia al conocer a Hugol. Se estrenaba la película «campeones», que dirigió nuestra querida Lourdes Deschamps, QEPD. Cinta que recrea el logro de aquellos «Sub 17», que ganaron en Lima, Perú, el campeonato mundial de la categoría. Hugo estaba entre el público. No olvidar que Chucho Ramírez, entrenador de aquella selección, fue compañero jugador en «Pumas», del laureado futbolista.
Al pasar junto a él, ya en la butaquería, no pude dejar de rendirle mi admiración. «Que honor que nos acompañes esta noche», le tendí la mano y Hugo me correspondió sonriente, «Muchísimas gracias», dijo el «Pentapichichi». Era suficiente para mí.
He tenido la fortuna de conocer gente muy valiosa, talentosa, grandes seres humanos, generalmente en el terreno artístico, que es mi campo de trabajo, pero con Hugo, era distinto. El futbol es mi gran pasión complementaria. Desde niño lo amé. A Hugo lo vi jugar teniendo yo quince o dieciséis años.
«El niño de oro», jugaba en aquella selección de juveniles que tan brillante papel hizo en Cannes en 1975. Selección que dirigía Diego Mercado.
Después lo veía en Pumas, y en aquel mundial desgraciado para México en Argentina 1978. Vi su campeonato de goleo que compartió con Cabinho. Su gloria campeonil con Pumas en 1981 contra Cruz Azul.
De ahí a Madrid, al Athletic. Lugar donde Hugo pasó lo indecible para triunfar. «Queremos un centro delantero, no un mariachi», decían indignadas las barras de fanáticos del equipo colchonero. » Indio…indio», se burlaban indignados los hinchas del Atlético por la presencia en el campo de Hugo.
«El niño de oro», no se hallaba aún con su estilo de juego con lo que se practicaba en el futbol ibérico. Fueron cerca de cinco meses así. A Hugo le iban a despachar de retorno a México. Era un fracaso. En un documental sobre la vida del jugador en España, vi un testimonial de Hugo, donde decía que pidió a la dirigencia un mes más, que no le pagaran, que le dieran esos treinta días como una última oportunidad de demostrar su valía. En ese mes, Hugo empezó a meter goles y a tapar bocas.
A la temporada siguiente se solidificó con una gran campaña, en su tercera era colchonera, 84- 85, fue campeón goleador. Un éxito era Hugo en el estadio del «Manzanares», luego llamado «Vicente Calderón», madrileño. Ya era «Huguito», el «Manito».
Los éxitos en el Athletic lo llevaron al equipo del señorío, al » Real Madrid», en 1985. Aún recuerdo su debut con el equipo merengue. Ensayaba yo una obra en el bellísimo «Teatro Santa Catarina», de Coyoacán. Me fui a comer una torta riquísima de queso de puerco, que hacía Don Beto, el de la tienda de la esquina de la plaza de Santa Catarina, y en la tele veía la presentación con el Real, del gran «Golden boy», como le decía el gran locutor Ángel Fernández, al prodigio de la Colonia Balbuena.
Ya con los merengues del Madrid, era ver a Hugo en las mañanas por televisión, los domingos. Ahí sus golazos, al lado de Butragueño, Valdano, Michel, Martín Vázquez, Sanchís, Hierro, Gordillo, Maceda, Buyo, un equipazo aquel «Real Madrid». Hugo se convirtió, en el mítico estadio del «Santiago Bernabéu», en «Pentapichichi», cinco veces campeón de goleo en el fútbol español.
Aún vive en mí, aquel golazo de «Huguiña» al Logroñés (señor gol, escrito al revés), a centro de Martín Vázquez. Tarde soleada de domingo en el Bernabéu. No olvido aquel gol de tiro libre a Rinat Dasáyev, portero del Sevilla, en el Estadio Sánchez Pizjuan. A la horquilla. Minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo.
Con ese gol Hugo calló las bocas sevillanas que aullaban en coro haciendo sonidos de apache, gritos de indio…indio, para molestar al mexicano Al meter Hugo el gol, se enfiló corriendo hacia la tribuna, se dio su clásica machincuepa, y en gesto a la mexicana, queriendo decir me los atoré, les cantó el gol a los andaluces sevillanos.
Hugo podía ser odiado por las aficiones rivales, pero se ganó el respeto de gran jugador en España y en todo el orbe futbolístico. El mejor jugador que ha dado México. Quizá no brilló como hubiera querido en la selección mexicana. Ese es otro cantar. Su paso por España fue monumental. Un ejemplo de carácter, de determinación.
Por eso al ver a Hugo en el cine, sentado en las butacas, y al pasar a su lado, lo saludé emocionado como niño, así como me emocionaba al ver jugadores del Laguna o del Torreón en mi infancia, en la Comarca Lagunera. «Es un honor que estés con nosotros Hugo», así le dije a aquel crack. Sus ojos eran lo que describí al inicio de este escrito. Poca gente he visto con esa luz profunda. Y mira que he conocido gente carismática en el medio del arte.
Con los grandes futbolistas me emociono como chiquillo, ante las grandes personalidades de mi medio también, pero con ellos convivo, los conozco, charlo, muchos son mis grandes compañeros de trayecto, pero con los cracks del futbol me emociono de lo lindo.
Así me pasó con Hugo. Esa noche de premier de la película «Campeones», película donde tuve una pequeña y querida participación como actor, ésta se engrandeció, una sencilla razón había: en el público estaba el gran «Pentapichichi», Hugo Sánchez.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan