Federico Berrueto
El escrutinio que hacen los medios al poder, particularmente al político y económico reviste la mayor importancia. La prensa no es neutral, pero sí puede ser plural, en el sentido de que habrá quienes marchen, por convicción, necesidad o cálculo a la par del gobierno, otros de manera independiente y algunos más en una vena crítica.
Los medios, además, son negocio y con frecuencia el mediático es uno de varios de los dueños, algunos tienen mucho que ver con el gobierno. Como quiera que sea, un medio independiente o uno crítico del poder enfrenta hostilidad de muchas y variadas formas. No está por demás reconocer como corrupción de la libertad de expresión que la línea editorial e informativa de los proyectos mediáticos se sometan a los intereses estrechos de los propietarios, origen en buena parte de la autocensura que siempre ha existido, pero acrecentada durante el obradorismo.
A todo gobierno incomoda la observación independiente o crítica de los medios. López Obrador la identificó como uno de los mayores problemas de su gestión, y pasó a la ofensiva redefiniendo el gasto publicitario bajo líneas políticas y una feroz confrontación pública con los medios, líderes de opinión y periodistas. Los calificó de corruptos y de resentidos porque ya no tenían los mismos privilegios. Se auto declaró el presidente más combatido por la prensa, a la que calificó de conservadora, de golpista y carroñera, a la vez que extendía la ofensiva en redes.
Poco le importó que la agresión a los medios tuviera lugar en un país donde el ejercicio periodístico se ha convertido en actividad de alto riesgo. El miedo se impuso y ganó terreno el sometimiento. Faltó, debe subrayarse, que el gremio asumiera un sentido de cuerpo o al menos una postura más firme contra la agresión del poder. López Obrador se sirvió con la cuchara grande y las instituciones del Estado creadas para combatir al crimen como la UIF sirvieron en su embestida contra la libertad de expresión.
El atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva, el más respetado e influyente del espectro radiofónico estuvo precedido por una furiosa, ventajosa y ofensiva presidencial a partir de la mentira artera, la infamia y la calumnia. Lo impensable ocurrió, se intentó asesinar al periodista y salvó su vida por transitar en vehículo blindado. Todavía peor y medida de la crueldad y lo miserable de López Obrador fue deslizar la especie de un autoatentado o que podría ser una acción de sus enemigos para perjudicarlo. La agresión presidencial a Gómez Leyva no tuvo tregua, continuó a lo largo de su gobierno.
La presidenta Sheinbaum ha tenido el cuidado en las formas, pero no puede aplaudirse lo que es obligado; además, la agresión a la libertad de expresión no sólo continúa, se ha acentuado con el uso de las instancias judiciales para que particulares y periodistas no puedan ejercer sus derechos bajo la amenaza de humillantes sanciones judiciales ejemplares, así como de daño patrimonial y reputacional. También se recurre a la falsedad y a la mentira con singular ligereza. Lo ocurrido es política de Estado, independientemente de las buenas formas o de las palabras cuidadas o comedidas de la casa presidencial.
No debe haber problema alguno con que haya medios, periodistas o líderes de opinión que sirvan al régimen político, cualquiera la razón. Así es, ha sido y será. Es parte de la libertad de expresión. Preocupante la marginalidad del otro plano, el de la independencia o de la crítica, que implica una sociedad desinformada por el dominio de la propaganda. Más preocupante es que un sector de la opinión independiente acentúe su crítica al pasado inmediato y se mantenga complaciente con el ahora; una forma de agotamiento moral. En cualquiera de los planos el único cambio relevante del régimen ha ocurrido en seguridad pública, pero, nuevamente, no es para aplaudir lo que es responsabilidad del gobierno, además, hay un uso engañoso de las cifras como es el ocultamiento de los desaparecidos y es evidente que a pesar del cambio persiste la impunidad y el blindaje deliberado a los personajes del gobierno pasado y del actual.
La calidad de un régimen depende no sólo de sí mismo, también de su oposición y no menos de los contrapesos fácticos, como la tarea que realizan los medios de comunicación en el escrutinio al poder. Su insuficiencia explica la adhesión pública al gobernante frente a los magros resultados del ejercicio de su autoridad.