Uno de los documentales más emocionantes y necesarios de ver, que revela el nivel alcanzado por su directora, Maite Alberdi (El agente topo, La Once, Los Niños), se constituye en un acierto de la programación de Netflix y una de las joyas que revela los estragos del Alzheimer y el poder inquebrantable del amor
Víctor Bórquez Núñez
Augusto Góngora fue un periodista clave en el desarrollo político y social de Chile, pieza clave en el análisis de los estragos de la dictadura chilena y un sensible animador cultural que amaba el cine, el teatro y la literatura. Hasta cuando comenzó a sufrir de Alzheimer, es decir, empezó a olvidarse de todo.
Su pareja, la actriz Paulina Urrutia, lo acompañó hasta el final y, como una manera de exorcizar el mal del olvido, decidió permitir que se grabara su intimidad, un poco porque Góngora era una figura demasiado conocida, un poco como acto de amor.
Se trata de un documental que puede inducir a la sospecha respecto de si era moralmente necesario que se grabara sus últimos días, afectados por la pérdida de la memoria y el estrago que provoca esa enfermedad, Ése es el primer gran mérito de la directora Maite Alberdi: jamás el material filmado se vuelve morboso y, muy por el contrario, se convierte en un documental de excepción, donde el espectador asiste más que al ocaso de un hombre público, a los pequeños grandes rituales de cómo tratar de conservar la llama de la lucidez a base de contacto, caricias y amor.
El género documental permite que sus realizadores alcancen cuotas extremas como es el caso del director alemán Werner Herzog quien, fiel a su manera de ver el mundo, ha creado piezas documentales de antología o como lo han hecho otros grandes artistas han podido trabajar temas en apariencia imposibles de llevar al cine como la vejez, el deterioro y el cruce de un hombre desde una de las torres gemelas a la otra, equilibrándose en un cable de acero.
¿Qué aporta este documental de la chilena Maite Alberdi?
Ante todo, el registro de la enfermedad que sufre Augusto Góngora y los esfuerzos de su esposa para evitar que éste la olvide. Y en ese tránsito estamos ante una pieza que revela una de las historias de amor más potentes de los últimos años en la pantalla.
En ese sentido, la directora se muestra recatada, respetuosa de la intimidad y algunos segmentos los filma la propia mujer de Góngora, con evidente impericia y desenfoques, añadiendo más realismo y ternura al material registrado.
En segundo lugar -de manera muy precisa- se refiere al contexto político chileno de los últimos años, período en que el periodista Augusto Góngora fue clave, Eso permite que se introduzcan pequeños segmentos de entrevistas y reportajes donde éste iba revelando dolores y miserias del período más crudo del régimen de Augusto Pinochet. Pero, ojo, este contexto ineludible no es la esencia del documental, sirve para entender cómo se forja el vínculo entre la pareja y explica sin subrayados innecesarios el paso del tiempo, el auge del amor y la aparición del Alzheimer.
Hay una cuota interesante en este documental: Augusto y su mujer, “la Pauli”, van repasando sus vidas, se muestran fotos y se repiten rituales para evitar el olvido y en ese aspecto, el filme se convierte en un brillante ejercicio de registro de lo inasible, de los recuerdos que se van fragmentando hasta quedar reducidos a frustrantes intentos por reconocer lo que nos rodea.
La directora no soslaya mostrar momentos en que por la enfermedad el periodista se vuelve grosero o agresivo, mientras que también incluye instantes en que la pareja baila, mira fotos y en uno de los instantes más plenos, bailan porque sienten que se aman y se necesiten. Se tocan y se reconocen, sabiendo ella que acaso este instante desaparezca de la memoria de su marido.
Si bien muestra los estragos que ocasiona esta enfermedad, no hace alarde de ella ni propone un relato quejumbroso, ni menos cercano al drama. Muy por el contrario, entrega pistas y momentos, casi todos cotidianos e íntimos como si se tratara de cualquier pareja, con la gran diferencia que aquí una de ellas está en un proceso de desintegración de lo que conocemos por realidad y eso duele más: nos dicen de frente que el protagonista va en un camino sin retorno hacia el olvido.
El documental parte con ese tinte coloquial: al inicio, “la Pauli” despierta a su marido y le repite datos esenciales de quién es ella, qué relación mantiene con él, cuándo se casaron, en qué trabaja él y en qué se desempeña ella. Y en ese ritual que nos avisan es cotidiano se encierra el corazón de esta película notable. Es redescubrir los detalles de su propia existencia.
Es impresionante cómo se las arregla la directora para meterse en la intimidad de la pareja sin alterarla, sin jamás pasarse al lado de la pornografía sentimental (un riesgo casi inevitable, dada la historia que nos descubre), con la misma finura con la que retrató a un grupo de octogenarias amigas -donde se incluía a su tía- que puntualmente se reunían a tomar el té en casa de una de ellas y la realizadora nos dejaba entrever sus ritos, sus mañas, su ternura y también sus debilidades.
Tal vez el único gran reparo sea, precisamente, la existencia de la película si se la cuestiona desde el aspecto ético, es decir, de la necesidad de mostrar el deterioro inevitable del profesional y la lucha cotidiana de su mujer. ¿Había que hacerlo? ¿Era necesario filmar este documental? Si bien eso es parte de una discusión que se entremezcla con el tema de los valores, nadie podría decir, a la luz de los resultados, que este proyecto falló: Se trata de una historia conmovedora, necesaria de ver, maravillosa en su caligrafía y detalles y en donde lo que predomina es que sí, definitivamente el amor es más fuerte.
Toda la esencia de la película, todo su contenido, esencia y sentido está resumida en una escena maravillosa, sobre todo si se considera que no es actuación sino el registro de un instante real: tras un lapso de desconcierto y olvido, Augusto Góngora vuelve a reconocer a su mujer, la abraza y le asegura que nunca más se va a olvidar de ella y ella, y nosotros los espectadores, comprendemos en ese pequeño diálogo, en ese encuadre perfecto que la directora de “El agente topo” ha alcanzado acaso su obra más redonda y conmovedora.
De este modo, la historia íntima de Góngora y su mujer se entremezcla con los hechos ocurridos en Chile durante el período de Augusto Pinochet, pasando por etapas del llamado período de la transición a la democracia y los sucesos actuales que le dan sentido al contexto y hacen todavía más patente la ironía: quien fuera un obsesivo periodista que buscaba capturar la memoria colectiva para entender la historia de su país, pierde su memoria y se desconecta gradual e inevitablemente de este mundo hasta fallecer, poco antes del estreno del documental.
Góngora se mira en el espejo y conversa con él mismo, sin comprender que ése que está allí es él y “la Pauli” trata de devolverle el sentido de la realidad. El filme avanza inexorable hacia el final que todos sabemos pero que no queremos. Y el trabajo de Maite Alberdi alcanza cuotas de belleza, ternura, tragedia y desconcierto por partes iguales. Al final lo que queda es la promesa de Augusto Góngora a esa mujer que a ratos recuerda como su mujer: siempre te amaré.
Disponible en Netflix.