Directores fascinantes
En los años 70, era una promesa brillante y sensible que despertaba admiración con filmes en blanco y negro, como las notables “Alicia en las ciudades” y “El transcurso del tiempo”, filmes tan hermosos que se convirtieron en piezas de culto del emergente cine alemán. Su estrella no fue consecuente con esa expectativa: de allí en adelante se ha embarcado en proyectos que van de lo excelso a lo mediocre, donde sobreviven intactos sus documentales que mantienen en alto el nombre de un director que tiene el mismo pecado de otro genio, Woody Allen: hacen demasiadas películas que, a veces, ocultan las más notorias en sus inabarcables filmografías.
Víctor Bórquez Núñez
El austero director suizo Alain Tanner, calificaba el cine del entonces joven Wim Wenders como esencial, sobre todo porque depositaba en él sus esperanzas de descubrir un cine que, de verdad, conmoviera y entregara aires renovados sobre temas eternos, como el amor, la familia y la necesidad de encontrarse con un verdadero nuevo cine alemán.
Efectivamente, a la hora de los balances, por lejos, la primera obra de Wenders, aquélla en un inquietante blanco y negro, nos revela un director personalísimo, que es capaz de entregar retratos llenos de vida, personajes que vagan sin rumbo en ciudades fantasmales, íntimamente desolados, casi invariablemente muy perdidos, siempre solos, muy solos, desarraigados, con desgarros interiores que conectaban con los espectadores que, en aquella lejana década de los setenta, buscaban renovar su amor por el séptimo arte,
Tal y como sucedió con el boom del cine francés y su nueva ola, en las películas de Wim Wenders se hablaba poco, casi nada y la cámara siempre viajaba, porque el viaje, el desplazamiento (físico y emocional) era su sello. La manera de usar la cámara, el estilo de mostrar los paisajes y las motivaciones de sus personajes era definitivamente hermosa, poética, pero siempre acotada, muy germana, con diálogos breves y contundentes que sacudían, en una forma de narrar que resultaba siempre original, potente, sensible, verdadera.
Más tarde, el enamoramiento con Wenders creció con películas que demostraban que era un director consciente de la colonización que el cine estadounidense postguerra había producido en su generación, con una estética y una temática más amplia, más fascinante aún, siempre con viajes y desplazamientos en lo que hoy se suele conocer como no-lugares: “El amigo americano” reunía a directores clásicos de los años 50 y los transformaba en intérpretes de un policial extraño y casi metafísico que era un homenaje a un cine pretérito y una casi olvidada obra maestra como “Paris-Texas”, una de las películas más hermosas y mejor fotografiada de su extensa carrera, con un retrato devastador de la familia, de las relaciones de pareja, del amor en síntesis.
Algo sucede con su cine a partir de entonces. Se divide en documentales (fascinantes, necesarios de ver, brillantes en sus propuestas) y en filmes donde conviven piezas maestras con mediocridades que nadie entiende que lleven su firma. Algunas de sus películas eran insoportables al tratar historias tan carentes de vida como estatuarias y aburridas.
Sobrevivió con dignidad gracias a su presencia obligada en los festivales y porque nadie podía obviar sus películas iniciales que se estudiaban como piezas de museo. No obstante, el director dio muestras de su talento y su vigencia en el mundo de los documentales, donde curiosamente se desplegaba su capacidad tremenda para emocionarnos genuinamente: prueba de ello es “Buena Vista Social Club”, un retrato modélico realizado con lenguaje admirable, una brillante colaboración entre Ry Cooder y músicos cubanos.
Más adelante aparecen “Pina”, un conmovedor y exultante homenaje a la coreógrafa de la soledad Pina Bausch y “La sal de la tierra”, un impactante documental sobre el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, trabajos que despiertan admiración, aplausos, nominaciones y premios y en los que Wenders logra lo que no consigue.
En medio de esta vida azarosa y estas películas carentes de alma actuales, sigue siendo una paradoja que alguna vez haya sido el creador de esa que, acaso, sea la catedral de su cine: “El cielo sobre Berlín” o “Las alas del deseo”, donde poetiza y se desplaza por una ciudad marcada por el muro, donde los ángeles se conectan con los niños y los ancianos, reflexionan sobre la vida misma y se enamoren, sin un atisbo de pedantería o mirarse el ombligo de manera atormentada.
ADENDA
Wim Wenders siempre destaca que nació en Dusseldorf, Alemania, 18 días antes del ansiado término de la Segunda Guerra Mundial. Es la fecha donde llega al mundo uno de los cineastas más representativos de la nueva ola europea, una “aliada”, colonizada de cierta manera por la cultura americana y en la que Wim Wenders sería capaz de crear un estilo propio y una poética que lo llevarían a ser uno de los autores – artistas más reconocidos de las últimas seis décadas, con un tránsito tan fascinante como decepcionante, sin dejar nunca de lado la capacidad que tiene para el documental, terreno en el que se pasea como el artista magistral que es.
Estudiando filosofía, medicina y consecuentemente fotografía, el que en primera instancia quería ser sacerdote encontró su verdadera vocación a finales de los 60, cuando a los 21 años se inscribiera en la escuela de cine y televisión de Munich. De ahí nacería una de las más versátiles y prodigiosas carreras fílmicas, provista también de una constancia fastuosa que hasta la fecha le ha otorgado casi 90 galardones, de entre los que destacan el BAFTA, el Oso de Plata de Berlín, la Palma de Oro, la de Plata y el jurado de Cannes, el León de Oro de Venecia y el premio de la audiencia de San Sebastián y con tres nominaciones extras al Óscar de la Academia.
Director, productor, escritor, actor, fotógrafo, editor y hasta sonidista, el también veterano documentalista es uno de los artistas más completos dentro del entorno fílmico – histórico, tan versado en la ficción como en el rubro documental, abarcando a la fecha casi 70 títulos solo como director, siendo su último trabajo de 2018, año en el que también inmerso en ocasiones por su vena espiritual, realizó un documental sobre el papado actual.
Acá los que la crítica considera como sus seis mejores películas, de menor a mayor, entre la ficción y lo documental, el testimonio de un verdadero maestro del séptimo arte.
6.- Pina (2011)
Posiblemente Wenders sea el mejor documentalista de las últimas décadas (¿y de la historia?), y eso se podría explicar de manera sencilla a través de su reconocido documental “Pina”, pieza que, de paso, se ha convertido en uno de los símbolos de fortaleza femenina más férreos e interesantes de la última década. Wenders ensalza su narrativa al dejar que Pina y su compañía de baile expresen con sus cuerpos el hilo de la historia, evocando momentos de sus vidas y complementando los mismos con testimonios tan honestos que transmiten tanto el escenario como el corazón de cada uno de sus inmiscuidos. La combinación perfecta de dos artes, Wenders deja que la danza hable a través del cine en un homenaje sin igual.
5 – El Amigo Americano (1977)
Segunda película sobre el personaje de Tom Ripley de Patricia Highsmith (que tiene un loable remake con Malkovich en 2002), esta cinta de culto significó el estrellato y confirmación de Wenders como el instaurador de una tendencia fílmica que combinaría los valores americanos con la escuela europea. Así pues, crimen, suspenso, drama y noir se combinan en una testigo fehaciente de la renovación alemana, haciendo suyo el género negro con una pieza tan entretenida como compleja. Destacar también dentro de esta fundamentación que colocaría a Wim dentro del ojo internacional a la figura de su socio histriónico Bruno Ganz, pieza fundamental para labrar dicho posicionamiento
4 – Buena Vista Social Club (1999)
Un compendio artístico universal, Wim Wenders ha recorrido no solo temas ideológicos y filosóficos, sino también tópicos concretos sobre otras artes; con Pina la danza, con una próxima la fotografía y con esta la música, en este particular caso una cubana, una legendaria, un símbolo de contra cultura que el director busca rescatar a través de la búsqueda de sus propios protagonistas, siendo el mítico Compay Segundo el eslabón perdido de este testimonio fílmico y documental sobre la homónima banda y movimiento musical “Buena Vista Social Club”. Pero Wim no se limita en hacer una fastuosa investigación musical, sino que también analiza su contexto y entorno, haciendo de La Habana su principal y social protagonista.
3 – El cielo sobre Berlín (1987)
Cerca de su mejor obra de ficción, Wenders vuelve a asociarse con Bruno Ganz para construir la que sí es su más romántica y personal pieza, y que a diferencia de su insufrible remake gringo (Un ángel Enamorado con Nicolas Cage), de la mano de un ángel que sobrevuela Berlín compadeciéndose y tratando de comprender a los humanos, director y actor hacen una perfecta comunión para llevar a cabo una bella alegoría narrativa hacia la situación divisoria de su sociedad, así como también otra visual a la redimida ciudad protagonista, con una colección de planos que renuevan la fe en dicha metrópolis, marco y excusa perfectas de este romance tan espiritual como surreal. Sin la misma fuerza, una mención honorífica aquí a su secuela de 1993, “Tan lejos, tan cerca”.
2 – La Sal de la Tierra (2014)
El humano promedio, tan limitado en sus sentidos, se vuelve esclavo de sus ojos y no se permite un razonamiento mayor al visual. La invitación de Wim es no limitarse a la sublime fotografía de Salgado, sino adentrarse en las circunstancias en las que fueron tomadas. Dentro de este contexto hay una clara contraposición de lo que es ser humano; capaz de ser vil y miserable y por otro lado capaz de dar lo mejor para mostrar al mundo no sólo su arte, sino la realidad de la guerra, la pobreza. Llegando a la conclusión que el hombre es la sal de la tierra, cuando quiere puede darle el brillo necesario incluso a lo más pequeños detalles: el fotógrafo así se cansa de ser hombre, como Neruda lo dijo y encontró en la naturaleza su último refugio sin límites.
1 – Paris, Texas (1984)
La mejor ganadora de la Palma y una de las piezas más conmovedoras en la historia, obra que dentro de todo su romanticismo conlleva un giro que corrompe los mismos ideales y sentimientos más afectivos sin dejar de ser tierna y cautivante, y donde el amor queda de lado para transformarse en algo más supremo: un himno de compasión. Ganó todo en Cannes (Palma, jurado y prensa), su majestuosa belleza solo es equiparable al catedrático tono de misterio impreso por Wim Wenders, hábil distractor de tanta gracia y espontaneidad para que el espectador se vea envuelto de manera absoluta dentro de una catarsis ajena a todo truco lacrimógeno. La belleza hecha cine se funde metafórica y simbólicamente en la inolvidable presencia de Nastassja Kinski.
FUENTE:https://cinescopia.com/las-5-mejores-peliculas-de-wim-wenders/2021/08/
@VictorBorquez
Periodista, escritor y Doctor en Proyectos de Comunicación