Federico Berrueto
El presidente López Obrador no está solo en su confianza en las encuestas. Todos recurren a ellas para elegir candidato (a) presidencial en lugar de una elección democrática. Lo que se sabe de la reunión de los dirigentes de la oposición es que pretender seleccionar candidato (a) mediante dos rondas de encuestas. Al menos los voceros del Frente Ciudadano han sido claros: una elección primaria con votos y urnas, organizada por un cuerpo técnico confiable y con experiencia. El presidente y los partidos confían más en los encuestadores que en los ciudadanos.
Extraña confianza frente a la falta de credibilidad de los estudios de opinión. A veces aciertan y otras se equivocan ampliamente. No hay quien se salve. Para unos es un tema de corrupción, para otros de deficiencia metodológica, y para algunos más, como quien esto escribe, las encuestas son falibles aquí y en todo el mundo porque la sociedad cambió y las técnicas demoscópicas no lo han hecho a la par. En México es peor porque los encuestados piensan que las encuestadoras son parte interesada y eso tira al piso la confianza, además del impacto de la inseguridad en el trabajo de campo. Por esta razón fallaron casi todas las encuestas de salida en el Estado de México, los respondientes engañaron al encuestador, quien decidió dejarse engañar.
López Obrador decidió cancelar el hub aeroportuario de Texcoco a partir de una consulta popular. No fue el único caso de suspender obras privadas y públicas vía consulta, algunas a mano alzada. Una y otra vez ha expresado que el pueblo tiene derecho a decidir porque es incorruptible, es sabio y siempre tiene la razón. Sin embargo, para decidir lo más importante, la persona que dé continuidad al proyecto político no será por la vía democrática, no será el pueblo infalible el que decida, será la encuesta.
Debe reconocerse como un avance que se abriera la metodología del sondeo para definir candidato (a) y todavía más, que participen varias entidades encuestadoras. El problema con lo definido por el presidente es que la democracia es deliberativa o no es democracia. Campañas sin debate y sin ejercicio de diferenciación son más bien concursos de belleza. Sorprende que quien ha hecho del exceso verbal recurso para ganar y acrecentarse en el poder, tenga miedo a que sus potenciales sucesores gocen de libertad en sus expresiones.
Dice Marcelo Ebrard que él no participaría si la selección fuera farsa. Si prospera el diseño del presidente, sin debate, con exclusión a medios, sin auténticas campañas, sin libertad de expresión para quienes buscan ganar la confianza pública, sin duda el proceso será una farsa. Es un concurso no es una contienda. ¿Será que Marcelo utiliza la rendija que le da el asunto para ganar el poder? Por lo pronto es una buena señal anticipar que él no excluirá a medios, como también lo ha señalado Ricardo Monreal. Seguramente igual decidirán los otros aspirantes.
La realidad es que el diseño sucesorio de López Obrador no es para construir un sucesor, sino un subordinado, pretensión ilusoria porque su indiscutible poder no da para tanto, especialmente, porque descansa en el control del aparato gubernamental y el uso discrecional y arbitrario de los recursos políticos que acompañan a la presidencia de la República. En su ocaso, el tabasqueño no es muy diferente a aquel veracruzano del PRI que presumía estar en plenitud de su amplio poder. El lunes después de la decisión, el presidente se regocijaba en su dictado sucesorio ante gobernadores y los cuatro aspirantes que cuentan. Parece que no advirtió que son los últimos momentos de su imperial presidencia.
El proceso para definir la candidatura presidencial es genuino, pero está lejos de ser democrático. Es auténtico en la medida de que hay incertidumbre y ofrece la oportunidad a los desiguales de concursar por una popularidad tasada no en votos, sino en sondeos de opinión que para eso no sirven. El poder y la autoridad del presidente le dan para imponer método, pero el resultado es incierto. Los dos competidores más conocidos no tienen mucho por crecer. Si se lo toman en serio es inevitable la disputa y como no hay reglas abiertas, la lucha será encubierta. Por su parte, quien tiene más por ganar es el menos conocido. ¿Tendrá tiempo? ¿Podrá hacer campaña eficaz con las restricciones impuestas? Todo está por verse.