lunes 25, noviembre, 2024

La diferencia entre querer ser actor o ser actor de sí mismo

 

 

Historias de actores

 

Raúl Adalid Sainz

El llamado a un futuro actor puede ocurrir de diferentes formas. Unos se entusiasman con la ficción, con las luces, la escenografía, con ese misterio que rodea a un escenario. Otros pueden arrobarse con una cinta cinematográfica. Querer ser como «Blondie», en «El Bueno, El Malo y El Feo», de Sergio Leone. O querer ser un solitario vagador de Taxi Driver, por las calles oscuras newyorkinas, creyendo que eres «Travis», ese ángel guardián de Jodie Foster que tan asombrosamente interpretó Robert De Niro.

 

Puedes llorar en un cine al sentir tanta poesía cinematográfica. Como la catarsis que yo viví en un cine llamado, «El Modelo», de mi Comarca Lagunera viendo el acaecer de Dustin Hoffmann llegando a Miami. Aún vivo recordando a John Voight cuando le cumplía su último deseo de vida al amigo que le tiende la mano en Nueva York. 

Esa inolvidable cinta llamada: «Vaquero de Media Noche» de John Schlessinger. Cuántas veces no recordé viviendo en Nueva York a ese «Joe Buckler» vaquero, tan bien interpretado por Voight.

Los universos que vives te componen para querer ser actor. Eso que un día descubres que habita en tu imaginación, en tu cuerpo, en tu alma, en tu voluntad y corazón y que es para darle vida a otro ser humano que vive en ti. Despertarlo, llamarlo, convocarlo con todas tus fuerzas es deseo enorme del que quiere ser actor. De ese que intenta vivir en la ficción la vida de otros para transmitirle un mensaje al espectador. Tender un puente inolvidable de comunicación con él.

Existe también aquel que se ama a sí mismo dentro del arte o el espectáculo. Aquel que quiere lo adoren a él. Ese que sueña con ser famoso. Con dar autógrafos. Que se complace en el engaño de creer que interpreta almas humanas. Hay muchos que eligen el camino de ser actor de sí mismos. Para cumplir con ese sueño, hay que poseer ciertos requisitos de tipo físico o de carisma para satisfacer el deseo de amarse cual narcisos dentro del espectáculo. Generalmente estas personas buscan el reducto televisivo. Su deseo es respetable.

El llamado que me apasiona es maravilloso por secreto, por misterioso, por ser un sueño. Si de sueños hablamos, he de confesar que mis íconos para querer ser como ellos, fueron: De Niro, Pacino, Clint Eastwood, Depardieu, Mickey Rourke, Liza Minnelli y Jorel Grey en «Cabaret», Paco Rabal en «Nazarín», Ernesto Gómez Cruz, Claudio Obregón, López Tarso (enloquecí con su trabajo en «El Avaro» de Moliere en el «Teatro Alvarado» de mi Comarca Lagunera), en ese mismo teatro deliré al ver la magnífica interpretación de Carlos Ancira haciendo a «César Rubio» en el «Gesticulador» de Usigli. Sin olvidar jamás la magia emitida de aquella, «Luz de Gas», dirigida por el hechicero escénico llamado Rogelio Luévano. Esa luz de llamado recibido en el querido «Teatro Mayrán» de mi Torreón.

Este recuento de hechos busca no ser un acto egocentrista sino un reconocer el camino pisado para sacar conclusiones acerca del llamado a la vocación. Sólo a partir de uno se entiende esa vivencia que pueda transmitir algo. Al menos esa es esta intención comunicativa.

El llamado es el llamado y ese nunca podremos olvidarlo. Sobre todo cuando la vida parece decir: «Que bueno que atendiste ese palpitar que sentiste en el corazón para que hoy te sientas en paz y complacido».

Eso es caminar la senda cual Chaplin en delicia siendo el vagabundo.

 

PD: Texto perteneciente a mi libro «Historias de Actores (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico».

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

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