Federico Berrueto
Hasta hace unas semanas todo pronóstico de la elección del 2024 apuntaba al triunfo de Morena. La situación ha cambiado y el principal disparador de la incertidumbre es la soberbia del presidente López Obrador ante el amago de la oposición y, en su momento, a la exigencia de réplica por una senadora encaminada a competir por el gobierno de la Ciudad de México. La intolerancia quedó a flor de piel, no por miedo, sino porque para quien manda es una ofensa la libertad y todavía más, la crítica, la disidencia.
La embestida presidencial y la adversidad caló en las dirigencias partidistas, que se vieron obligadas a dejar a la organización ciudadana la conducción para designar candidato presidencial. Lo suyo son las elecciones concurrentes, subestimaron el impulso ciudadano y la irrupción de una candidatura capaz de concitar entusiasmo, optimismo y emoción, atributos suficientes para volver pensable la derrota obradorista en 2024.
De manera figurada la contienda se remite a un maratón, a manera de aludir al tiempo y esfuerzo. Hay quienes dicen que Xóchitl Gálvez inició con mucho impulso, pero ponen en duda la resistencia por lo que resta. Más bien al contrario. Los aspirantes de Morena no sólo se anticiparon, sino que están totalmente fuera de forma, disminuidos y sin posibilidad para desempeñarse como candidatos con propuestas propias debido a la intolerancia y fijaciones lopezobradoristas.
A quien sea candidato (a) de Morena le sucederá igual que a los del PRI, invocar la continuidad de una revolución inexistente e insistir en la estabilidad macroeconómica, como si los votantes fueran consultoras de negocios o calificadoras de inversión. La vida cotidiana de las personas es un desastre, registra un severo deterioro por el abandono de la red de protección social y el crecimiento generalizado del crimen. Además, a pesar de la indulgencia social hacia AMLO, el gobierno es más incompetente y corrupto que siempre.
López Obrador persiste como símbolo no como gestor eficaz del bienestar. Su fortaleza es su prédica, concluyente en sus condenas al pasado que dan curso al rencor social y a la esperanza gratuita e ilusoria. Sin embargo, la fragilidad del mensaje y lo que representa y alude queda en entredicho no sólo por el tiempo transcurrido y los magros resultados, sino por la irrupción de un nuevo símbolo, con igual consistencia y credibilidad, además de mayor autenticidad. Andrés Manuel ha respondido más con soberbia que con miedo o enojo, exacerbando su deterioro e impulsando a quien se le opone.
Si el símbolo de la oposición se ha impuesto al del oficialismo en los primeros kilómetros del maratón, qué esperar de los corredores carentes de condición, sin reflejos ni capacidad para articular una propuesta que no sea la del sometimiento. Una vergüenza que el más independiente de los aspirantes propusiera la creación de un ministerio para la continuidad, y nombrar como su titular al hijo de López Obrador. Una ofensa para sí mismo y, desde luego, para el presidente. No es una elección, es un concurso de condescendencia y entreguismo.
Que la derrota sea pensable afecta al pilar más robusto: la inevitabilidad del triunfo que daba muchos aliados interesados y disminuía el talante de los adversarios. En la sociedad civil había ánimo como muestra la marea rosa de noviembre y febrero, pero desaliento por los partidos. Todo cambió. El método da a la organización ciudadana el control, abre el debate público, recrea la participación y legitima a quien abandere a la oposición. Más aún, la construcción colectiva del proyecto político permite ofrecer algo inédito: un gobierno de coalición con los mejores, incluyente, y que trascienda el dominio de los políticos convencionales, marrulleros y desentendidos de las cuestiones fundamentales para las personas y sus familias.
La derrota pensable del obradorismo se perfila como como la disputa entre futuro y pasado. El porvenir no es de la partidocracia, ni de los políticos abusivos y avasallantes, sino de la ciudadanía, de las personas. Es el de la responsabilidad, de la transparencia y del respeto al escrutinio público o institucional. Como tal, ahora se dibuja una lucha dentro y fuera de la oposición, que representaría un quiebre histórico: la irrupción ciudadana frente a quienes se apropiaron para su propio beneficio de la exigencia social de cambio. Tema de ahora y de hace mucho tiempo. Condena al pasado y, también, al presente.