Historias de Actores
Raúl Adalid Sainz
Una mañana por televisión vi un reportaje sobre una compañía teatral donde actores sordos y hablantes participaban. Era el año 1999, el grupo teatral llamó mi atención. Sentí deseos de hacer una obra así. Percibí el pálpito que un día iba a trabajar con ese grupo.
En el año 2004 recibí la llamada del coordinador general de la Compañía «Seña y Verbo», el director teatral Alberto Lomnitz, para platicar con él. Quería conocerme personalmente pues me había visto en una obra de teatro llamada «Regreso al Desierto», y pensaba en mí para un espectáculo que estaban preparando, el cual se iba a estrenar en Los Ángeles, California.
Esa plática fue una especie de casting. Alberto me advirtió que tenía que ver a otros candidatos. Recuerdo que le dije que aventáramos la moneda al aire y que si caía águila era que había sido el afortunado. Al día siguiente me habló diciéndome: «cayó águila».
Los ensayos comenzaron. Se trataba de un espectáculo compuesto por tres obras cortas. Una llamada, «Palabras Necias», de Flavio González Mello, la otra tenía por nombre: «Otra Fábula Sombría» de Víctor Weinstock, y la tercera, «El Infante» de David Olguín. Tres directores dramaturgos que escribieron para el grupo teniendo como común denominador el presentar historias de sordos; interpretadas por actores hablantes y sordos.
Tres obras con tonos muy diversos: La de Flavio era una abierta comedia de humor ácido, la de Víctor era una obra de tono surrealista, le decíamos amorosamente «la fábula pacheca», y la de David era una abierta farsa.
Dos de ellas exigían, (para mi), hablar en lenguaje de señas mexicano. Sobre todo «El Infante». Debo decir que cada país tiene su propio lenguaje de señas. Aunque en mi convivio con los sordos, y con los miembros de la compañía, me decían que a un sordo se le facilita entender o intuir cualquier lenguaje de señas. A diferencia del mundo hablante.
Convivir con los sordos es entrar a otra dimensión. El actor y director Carlos Corona cuando develó la placa de 50 funciones del espectáculo, dijo: que convivir con los sordos era penetrar a otro país de vida. Nada más cierto. No fue fácil para mí al principio. El grupo sordo me dispensaba mucha «buena onda», me sonreían. Poco a poco me fui comunicando con lenguaje corporal, gestos, casi pantomima.

Era una manera muy distinta de estar con ellos, pero muy lúdica. Aprendes a vivir el aquí y ahora intensamente. En el desarrollo de las obras, la mano guía del director Alberto Lomnitz era fundamental. El marcaba las directrices de composición y comunicación. Alberto domina a la perfección el lenguaje de señas.
De hecho, estudió y fue miembro de una compañía de teatro para sordos en Estados Unidos: «National Theatre of the Deaf » (Teatro Nacional de la Sordera).
Alberto Lomnitz se manejaba maravillosamente con los muchachos no oyentes, y a los actores hablantes nos daba la dirección precisa para armonizar en el escenario. Fue una experiencia muy rica en todos los aspectos. Los cinco sentidos se abren. Es glorioso cuando el actor los despierta. Es la intuición que se abre en canto creativo de juego.
Así se fueron construyendo las tres obras. Hubo análisis previo. Entender de qué se trataban. Entonarlas en lectura. Pero al ir a piso, al marcaje, se reveló un mundo diferente. Las obras parecían vivir por sí mismas. Te hacían bailar en melodía que se manifestaba con vida propia.
El espectáculo se estrenó un 15 de septiembre de 2004 en «The Marina Pavilion», en Los Ángeles, California. Se estrenó con dos de las obras: «El Infante» y «Palabras Necias». «La fábula pacheca», la dejamos pendiente para el estreno del espectáculo en la Ciudad de México que sería a principios del 2005.
Esa obra, «Otra Fábula Sombría», fue el reto para nuestro director Alberto Lomnitz. Cuando empezamos a trazar recuerdo que dijo:» Si no logro plasmar esta obra es que no soy director». La obra era complicada. Eran imágenes y textos muy oníricos. Un vaso de agua fue el punto de conexión con todo. El líquido vital como la fuente universal.
Finalmente, el espectáculo se estrenó un 5 de febrero de 2005 en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM. Fue un éxito. La obra viajó a varios festivales teatrales en la república. Fue parte del programa educativo cultural: «El Teatro va a tu Escuela».
El público vivía una comunión con un teatro diferente. En un sentir auténtico, y en un momento de fiesta lúdica. Recuerdo con especial cariño ese proceso humano creativo en mi vida.
El elenco actoral estaba compuesto por: Jofrán Méndez, Lupe Vergara, Lucila Olalde, Alejandro Uribe como actores sordos, Ricardo Esquerra, Julieta Ortiz y Raúl Adalid, como actores hablantes. Fidel Montemayor era el intérprete al lenguaje de señas, al unísono del correr de la obra. Taniel Morales era el músico en escena. La escenografía era de Sergio Villegas. El diseño de vestuario de Martín López Brie. Nuestro productor ejecutivo era el talentoso y eficiente amigo, epítetos pequeños todos ellos, Everardo Trejo, QEPD. La dirección de Alberto Lomnitz, teniendo como asistente de dirección a Alejandra Marín.
La Compañía teatral, «Seña y Verbo», se fundó en 1993 en la Ciudad de México. Los directores teatrales Alberto Lomnitz, Enrique Singer y Carlos Corona fueron pilares fundadores.
Agito mis manos en signo de señas mexicanas para decir a esa compañía: ¡Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, por todo lo dado!
PD: Este texto pertenece a mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico).
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan