Raúl Adalid Sainz
«Esa es la única fotografía que tengo con mi padre, estamos juntos en ese árbol junto a la montaña que tanto veneraba, pero un día mi padre murió»: Juan Carlos Rulfo.
Así inicia ese espléndido documental realizado por el cineasta Juan Carlos Rulfo, quien va en busca de las huellas de su progenitor, ese llamado Juan Rulfo.
Juan Carlos inicia un viaje, cual si fuera un «Juan Preciado», en busca del preciado escritor que era su padre. Lleva a la memoria como guía. A las elocuentes fotografías, a las líneas del «Llano en Llamas», y a «Pedro Páramo», como bitácoras.
Un documental que me sobrecogió sobremanera. Es el homenaje vivo de un hijo al cumplir: «Cien años con Juan Rulfo», de hecho es el nombre del documental.
Siete capítulos que trazan mundos: «Hacia el Llano en Llamas», «Pedro Páramo, el oficio de escribir», «Las imágenes de Rulfo», «Un hombre de cine», «El México de Juan Rulfo», «La dignidad del silencio», «Cien años con Juan Rulfo».
Una labor titánica de investigación con un estupendo guion de Marina Stavenhagen. Un armado preciso de edición de Juan Adrián Parisi. Una fotografía que es casi la máquina de escribir y la cámara fotográfica de Juan Rulfo. Menuda labor compuesta por: Eduardo Herrera, Héctor Ortega y el propio Juan Carlos Rulfo. Una investigación exhaustiva de Paulina Millán, Douglas Weatherford y Jorge Zepeda. Una música original que resalta y evoca por Gerardo Tamez.
Horas de trabajo. Así como esos ocho años de trabajo de Juan Rulfo para terminar «Pedro Páramo». El pulido es excelso. Un documental que ilustra, que resalta la imaginación del espectador y que conmueve. Más de siete horas de duración que disfruté y viví enormemente. Son de esos trabajos que uno siente que se han metido hasta la médula de los huesos.
Oír testimoniales que despiertan la vida y obra de Rulfo. Voces como la de Juan José Arreola, gran amigo de Rulfo, de Gunter Grass, Eduardo Galeano, los cineastas, el alemán Herzog, Arturo Ripstein y la guionista Paz Alicia García Diego, los escritores Villoro, Avilés, Monsiváis, Ayala Blanco, Elena Poniatowska, Heraclio Zepeda, («no he visto un amante más perfecto de «La mujer dormida que don Juan Rulfo», el escritor invitaba a Heraclio a que escalara a la bella Iztaccihuatl), Alberto Ruy Sánchez, los actores Ignacio López Tarso, Blanca Guerra, muchos enormes artistas que cantan a Rulfo como guijarros del camino.
Oír los ecos de la viva voz de Rulfo en «Diles que no me maten», «Talpa», «Luvina», y el sonido disecado de los textos fantasmales de «Pedro Páramo». «Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo».
Para un escritor o un deseante de serlo, los dos primeros capítulos, son un libro abierto. Rulfo habla que lo importante es escribir en sustantivo, que la acción y pensar de los personajes es lo fundamental, el adjetivo y la metáfora no, omitir los sentimientos del autor. Esto es difícil, subraya Rulfo, es como el disecado tremendo que llevan sus propios textos; ese fue su estilo: clamar lo fundamental. Galeano dice, emulando a Onetti: «las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio», y concluye en sus propias palabras:
«El silencio es el único lenguaje que dice callando y es muy difícil competir con el silencio». Y le dice a Juan Carlos Rulfo: «Yo quisiera escribir como tu papá».
Están también impresas en el documental las bellezas fotográficas captadas por Rulfo. Una elocuencia antecedente de sus dos grandes obras literarias. Son digamos, la génesis de lo que serán el mundo de imágenes literarias de sus dos grandes obras maestras. Rulfo fue fotógrafo antes de ser escritor. Un agente viajero, que por los caminos de México descubrió misterios.
Un hombre muy visual. Esta inquietud lo llevó al cine, donde fue asesor histórico en la película «La Escondida», de Roberto Gavaldón. Ahí Rulfo fotografió bellezas durante el rodaje. Distintas imágenes de María Félix, de Pedro Armendáriz, pero sobre todo de los extras durante los descansos. Siempre le obsesionó la vida de la gente humilde.
En este capítulo se habla de la decepción de Rulfo hacia las dos adaptaciones de su novela Pedro Páramo, hechas por los cineastas Carlos Velo y José Bolaños. A este respecto el cineasta alemán Werner Herzog, admirador tremendo de la obra de Rulfo, dice que hay que respetar esos mundos del texto porque nadie puede llevar su esencia a la pantalla. Rulfo quedó más feliz con el cine independiente hecho a su obra, como fue el caso de «La Fórmula Secreta», textos de Rulfo realizados cinematográficamente por Rubén Gámez.
Su paso en aquel frustrado intento de progreso con la construcción de la represa del Papaloapan. Los lugareños indígenas despojados de sus tierras en nombre de la prosperidad. Rulfo trabajó como fotógrafo, cooperando en la edición de los informes de las obras. Este interés sobre el mundo indígena lo llevó a trabajar al «Instituto Nacional Indigenista», siendo editor de múltiples investigaciones antropológicas.
El sexto capítulo es elocuente. «La dignidad del silencio», su nombre. Era la característica del escritor, un callar que ahondaba los caminos, que nombraba a los vientos, y al silencio. Un hombre que prefería contemplar, leer, un hombre que da voz al sonido. Así como el viento de «Luvina». Y la pregunta inquietante: ¿por qué Rulfo sólo escribió dos libros? Yo apuntaría: pero qué libros. Sus letras, sus palabras, nombraron lo innombrable, hizo poesía de la aparente vaciedad. Nos hizo sentir un «Llano en llamas» de absoluta soledad, con seres que no pueden cambiar su historia, sólo palpitan los murmullos, nos hizo vivir un rencor vivo por todos ser hijos de un tal Pedro Páramo.
Y el epílogo es una película en sí misma. Es la síntesis de todo lo anterior en una gran edición. Es el encuentro con la piedra, donde una vez se sentó Rulfo en el «Nevado de Toluca», en su etapa de alpinista. Ese instante fue captado en imagen. Es de hecho la foto de presentación del documental. Su hijo Juan Carlos, muchos años después, se sienta en esa roca, como uno de sus objetivos al realizar el documental. Encontrar la piedra donde un día se sentó su padre a contemplar el «Popo», y el horizonte.
Pero es también la rúbrica del cineasta al preguntarse si su padre estaría orgulloso de él. El mismo Juan Carlos se contesta: «No puedes construir, honrar a un padre, construyendo monumentos deslumbrantes. La única forma, y que permanece, es honrar tu propia vida. Contar historias disfrutándolas. Es lo único que él hubiera querido de mí. No pedir perdón y arrepentirse después».
Hacia Juan Rulfo, siempre recordaré el asombro del México que me suscitó. Fueron los murmullos de una narrativa jamás leída y escuchada. Nunca olvidaré haber hecho en teatro aquella adaptación, como actor, de su novela «Pedro Páramo», ese espectáculo dirigido por José Luis Cruz, llamado «Páramo». Siempre recordaré cuando lo vi en la terraza de la librería «El Juglar». Yo leía, levanté la vista y estaba en una mesa leyendo y tomando apuntes, el mismísimo Juan Rulfo. El señor fumaba, llevaba lentes. Era tarde noche; lo vi y un sinnúmero de cosas se suscitaban. Era como si el humo de su cigarro señalara la espiral del mundo de un gran creador. Esa vivencia me la llevo a los infinitos de mi submundo. Ahí donde nadie te roba nada.
Nota: la foto, al pie del escrito, es a la que hace alusión Juan Carlos Rulfo al inicio del documental. La única foto con su padre.
Un siete de enero de 1986, Juan Rulfo nos dijo adiós. De eso hace ya treinta y ocho años y contando.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan