jueves 16, mayo, 2024

Jorge, ese santo que me decías había matado al dragón del mal

 

(A mi hermano tan querido Jorge Hernández Guerra)

 

“Nunca la sal de las lágrimas serán lo bastante

para completar los mares de la ausencia”: R.A.S.

 

Raúl Adalid Sainz

Así querido hermano me siento, con un vacío y tristeza muy grande. Es lo irremediable. La ausencia maldita que me hace comprender que no nos volveremos a ver, a reír, a conversar la vida, y la intimidad, a soltar la carcajada con tu grácil ironía.

 

Sí mi Jorge, te despediste de madrugada y yo sin saber. El despertar de ese 20 de Julio me sobresaltó sobremanera. No es cierto. La confirmación sentencial de nuestro otro hermano, Oscar, me ratificó el hecho, “Jorge ya se nos adelantó”, “¿qué?, no me digas eso”. No se puede creer lo que no se quiere creer. Todo ese día fui y sigo asaltado por las diversas películas que vivimos. Todas guardan un sentido inmenso de vida.

Te veo sonriente en aquellos cursos de preparación para entrar a la preparatoria Carlos Pereyra. Ahí nos caímos bien desde un inicio. Me daban risa tus puntadas. Aquellas que nos contabas, que a uno de esos maestros que nos preparaban le decían la “caja fuerte” por las combinaciones en su vestuario.

Así continuó nuestra aventura preparatoriana unidos a nuestro otro hermano Oscar Sánchez. Aquellos veranos en el club deportivo San Isidro cantando, jugueteando con canciones populares, esos momentos que les llamamos “la hora naca”, parodiando los programas musicales radiofónicos. Ahí te lucías cantando las de Germain, de “Los Ángeles Negros”, o aquella de “Hipocresía”, morir de sed habiendo tanta agua. 

O aquellos grandes momentos cuando imitabas al narrador de La Rondalla de Saltillo. Las musas que idolatrábamos que se quedaron en lo platónico. Simbolizadas en aquella mujer mona de arena que construimos en la playa nocturna de Mazatlán, ella fue poseída como una coronación de dioses griegos por la belleza no realizada, en aquel viaje iniciático inolvidable de los diecisiete años. 

Cómo vivimos ese periplo, tan lleno de risas, de anécdotas ilustrantes que nos contaba el culto amigo y maestro nuestro literario Francisco Amparán. Ahí nuestro querido Oscar fue bautizado como “El Negro, cachorro de León”, pues salía a contemplar mañaneramente las palmeras. En ese viaje como canción de Serrat lloramos todos junto al mar de la noche. Era la amistad que se sellaba para siempre. Nos acompañaba el querido Cuauhtémoc Sada.

La vida nos trajo a los tres, sin proponérnoslo, a venir a estudiar nuestras carreras a la Ciudad de México. Tu ingreso a la famosa escuela “Libre de Derecho”, tu cambio cuando me contaste en un bar de un “Sanborns” que te ibas a mudar a la Universidad Iberoamericana para estudiar la que fue tu carrera de pasión, Ciencias de la Comunicación. Inquieto era tu ser, siempre ibas gozoso a compartir conmigo mi fiebre por el buen cine que descubría en La Cineteca Nacional. No olvido ahí contigo haber gozado las muestras internacionales de cine. Y después de la película, un cafecito, o unos tacos, o una cubita para dialogarlas.

La Ciudad de México la bebimos y vivimos como náufragos conquistadores. Los estrenos de mis obras teatrales, donde siempre estaban mi negro Oscar y tú. Aquella obra de “Equus”, que tanto deleitamos y donde enloqueciste con el desnudo de Tina Romero. Curiosamente a los pocos días conocimos a Tina en una fiesta del actor Fernando Balzareti, y felicitaste a Tina por esa maravillosa escena en las caballerizas. Tina sólo rio por la insólita felicitación de su desnudo. 

Aquellas tardes de viernes hasta la noche, en la surrealista y mágica cantina de “La Guadalupana” coyoacanense. Las musas o “mimas”, como cariñosamente les decías a las ninfas que aparecían en nuestro camino.

Nuestros crecimientos universitarios, las clases de los maestros que nos impresionaban. Aún recuerdo tu contento por las cátedras de aquel maestro que te admiraba llamado Paco Prieto o de ese señor de la economía y política que me mencionabas de nombre Luis Pazos. 

Cómo olvidar las subyugantes noches de “Las Glorias de Baco”, en la zona Rosa. Aquellas nuestras novias las gemelas. O las grandes parrandas de aventura en casa de Oscar, ese lugar llamado cariñosamente “el pantano”; porque el que entraba ahí se hundía. Pura leyenda malsana y maledicente. Sí, nuestra Ciudad de México fue la aventura juvenil que nos conformaba, pero fue también la responsabilidad y pasión por nuestras carreras. 

Éramos muy inquietos desde Torreón y en México desarrollamos y vivimos nuestras fantasías. Así hasta que en el año 1988 regresaste a Torreón para fincarte ahí. Toda tu experiencia aprendida en México la volcaste en los medios de comunicación. Recuerdo tu proceso en Canal 2 local, “Súper 2”, con aquellos programas de “Nuestra Gente”. Tu paso por la radio en “OIR”, donde Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge Castañeda y Pedro Ferriz de Con, te auguraron un brillante porvenir como periodista. 

Aquel tu momento grande en la nueva radio de formato diferente para La laguna, en FM, con aquel noticiero de 100.3. Tu servicio de entrega a la labor social en el grupo “Cáritas”. Tu paso a la política, con la cual nunca estuve de acuerdo, cuando pasaste a trabajar como representante del gobernador coahuilense priista en Torreón, Rogelio Montemayor. Siempre te lo señalé, no me gustaba que dejaras el periodismo pues veía que eras un gran analista. Ahí el rumbo de tu vida cambió. Se conformó el aspecto político que tanto te interesaba. No en balde tu subsistema de preparación último de tu carrera fue Políticas de Comunicación.

Mi querido amigo podría hacer un viaje sin fin por nuestros aconteceres. Sería de una novela. Un serial que estaría enmarcado por múltiples sucesos. Viajes, canciones, amores, aventuras, pláticas, enojos, divergencias, confesiones, surrealismos nocturnos, dudas, derrotas, generosidad, cariño, necesidad de oírnos, de contarnos nuestros secretos. 

Mi querido Jorge estas letras son una forma de expiar el dolor. Esta misiva a tu cosmos la escribo con el llanto en mis ojos. Te quise mucho amigo. Nos dejaste escapándote de cumplir sesenta años. No llegaste a la tercera edad oficial. Me duele que no hayas hecho ese viaje a Suecia con tu hermana para festejar tu sexto piso. Te hacía muy feliz llevarlo a cabo y estar con tu hermana María del Carmen, me lo dijiste en nuestra última plática telefónica.

Amigo nos dejas a Oscar y a mí huérfanos de tu amistad, de tu hermandad, nos escogimos para ser amigos- hermanos. Me quedaron muchas cosas por decirte, de platicarte. Agradezco todo tu cariño y cobijo, el estar cerca de mí. Fuiste un amigo hermano en toda la extensión de la palabra. Un amor muy grande por tus hijos, tu enorme pasión. El gran cariño por tus padres, neta, fuiste un gran hijo, el amor tan grande por tus hermanas y hermanos. A nosotros nos dejas aún en este escenario teatral shakespeareano de la vida, término con el que te gustaba definir a la vida estando conmigo. 

Te pido que nos alumbres desde las celestes bóvedas con tu faro. Hoy no puedo más, te dedico estas letras pues lo necesito. Quizá después oiga esas canciones que tanto te gustaban: “Yo no sé vivir sin ti”, con la Carrá, “No me digas que te Vas” y “Amnesia”, con el Príncipe, nuestro querido José José, “Que me equivoque”, de Amaury Pérez”, “Así”, con Sandro, “La Gota de Rocío” y todas aquellas maravillosas del tríptico de Silvio Rodríguez.

Cierro la maleta querido amigo, se volverá a abrir hasta nuestro próximo encuentro. La cierro pues mucho me duele tu ausencia. Dedico estas letras a Oscar Sánchez, mi hermano que aún está en este escenario, a tus hijos querido Jorge: a Jorgito, al que conocí bebé, a Rodrigo y Alejandro, a la querida Ale, mamá de los muchachos, a tus hermanas queridas luz María, María del Carmen y Gloria.

Algo que voy a extrañar mucho era que siempre que nos hablábamos por teléfono al contestar había la broma…”Bueno… ¿hablo con el señor Fernando Allende?, o, bueno…¿el señor Javier López “Chabelo”? Grandes carcajadas según la puntada telefónica. ¡Ah! Amigo, salúdame mucho a Dios, dile que nos cuide.

Gracias querido amigo. Hasta siempre, de los mismos siempre.

Nota: Con estas fotos te quiero recordar. Una es de aquella noche maravillosa en que presenté mi libro en Torreón, y estuviste junto a mi querido maestro Luis De Tavira y un servidor. La otra significa nuestra hermandad, la última vez que estuvimos juntos, Oscar, tú, y yo, celebrando 41 años de amistad en Huatulco Oaxaca.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

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