sábado 23, noviembre, 2024

JESUCRISTO, DEFINITIVAMENTE SUPERESTRELLA

Si hay un personaje inspirador y visitado en el mundo del cine, ese es Jesús de Nazareth. Quizás todo partió con los hermanos Louis y Auguste Lumiére cuando, en los albores de lo que sería el arte cinematográfico, ellos filmaron trece estampas inspiradas en los evangelios y originaron una avalancha de más de 150 películas que tienen a Cristo como centro y motivo

Víctor Bórquez Núñez

¿Qué caracteriza el traslado de la vida y martirio de Jesús en el cine? La coexistencia de dos estilos respecto a este personaje: por un lado, está la corriente de las superproducciones que estableció una manera de entender y de personificar a Cristo, según los parámetros en que dicho estilo de hacer cine se mueve generalmente con recetas. Por otro lado, se haya una corriente más reflexiva, que busca indagar en el misterio de su martirio, la relación con sus apóstoles y las constantes tentaciones a las que se vio expuesto en su breve camino terrenal.

En el fondo, de trata de dos motivaciones antagónicas: mostrar la vida, obra y milagros de Jesús con olfato comercial o apegarse a un evangelio y derrochar una interpretación de su existencia con fe y devoción, en el formato de cine arte.

Desde luego que la sola presencia de Cristo en el celuloide siempre será “la historia más grande jamás contada”, donde se hace obligatorio que el realizador de tal o cual cinta se esfuerce por entregar su mirada personal para un personaje inabarcable.

A través de los años, y en concordancia con la época y las circunstancias que rodea a un filme, la figura de Cristo ha pasado de ser la clásica de la lámina religiosa para la iglesia a un símbolo de determinadas luchas sociales y políticas.

El director Franco Zeffirelli, autor de la emblemática cinta Jesús de Nazaret, se refiere a cómo el actor que interpreta a Jesús en ese película -Robert Powell- se transformaba en una réplica exacta de ese Cristo que nos entregó la Iglesia, la cultura popular y las imágenes clásicas de un Mesías que corresponde a un estilo occidental y hollywoodense.

En contrapartida, el director Norman Jewison en su no menos exitosa y polémica Jesucristo Superestrella, buscaba quebrar cómo el cine puede crear una imagen viva de Jesús, entregando una figura más cercana a la inspiración rock que ceñida con total fidelidad a la imagen “oficial”.

De allí que lo primero que debemos clarificar es que ha habido tantas maneras de retratar a Cristo como directores interesados en su misterio.

DE LO ESTÁTICO A LO SUBLIME

Si nos remitimos a la historia del cine, son los hermanos Lumiére, inventores del cinematógrafo, quienes entregan el primer filme que se conoce sobre la vida de Jesús. Como ellos eran esencialmente documentalistas de la vida social (La llegada del tren, La salida de obreros de la fábrica), produjeron en 1897 La Vie et la Passion de Jésus-Christ que, en estricto rigor, era una sucesión de trece estampas religiosas, casi sin narración ni movimiento. No obstante, pese a su rigidez, fue un filme muy bien acogido por el público y sentó las bases para un estilo característico en esa época: lo estático de las imágenes, la manera solemne de su acercamiento. Un año más tarde, en 1898, aparece The Passion Play of Oberammergau (1898), un retrato de la pasión y muerte del Señor de Henry Vincent, cuyo título hace referencia a la representación multitudinaria que—desde 1634—, lleva a cabo el pueblo entero de Oberammergau, en Baviera, durante la Semana Santa, siendo una de las pioneras en la construcción de decorados.

Otro hito fue Life and Passion of Christ, realizada con grandes recursos de producción, pero con excesiva ausencia de primeros planos, lo que impide que adquiera sello fílmico y solo sea teatro filmado.

La más popular del cine mudo se rodó en 1907 por la casa Pathé con guion y dirección de Ferdinand Zecca y con fotografía de Segundo de Chomón: La Passion de Notre-Seigneur Jésus Christ. Fue tal el éxito que entre 1903 y 1906, filmó escenas adicionales, abarcando la vida completa de Jesús, desde su nacimiento hasta su ascenso a los cielos. Una vez concluida, Pathé coloreó la película a mano, fotograma a fotograma, para darle mayor realce. El resultado, un filme de duración extraordinaria para la época: 44 minutos.

No debemos olvidar que David W. Griffith desarrolló también su propia historia de la Pasión en su polémica Intolerancia (1916). El filme desarrolla cuatro historias independientes que sólo coinciden en la temática de fondo: la intolerancia social y religiosa: la represión sangrienta de una huelga en 1912, la destrucción de Babilonia a manos de Ciro y la masacre de los hugonotes el día de San Bartolomé, Griffith quiso contar también el martirio y crucifixión de Cristo a manos de los judíos. Todos coindicen en que se trata de una gran película, con un lenguaje fílmico depurado para ese entonces.

En la década de los años veinte, el denominado expresionismo alemán da origen a experiencias como la de I.N.R.I. de 1923, filmada por Robert Wiene y en 1925, Fred Niblo llevó a la pantalla Ben-Hur, según la famosa novela de Lewis Wallace. Y en 1932, Cecil B. De Mille dirigió una nueva versión de El signo de la Cruz, la obra teatral más conocida de Wilson Barrett.

Sin lugar a duda, Cecil B. De Mille elevó el denominado cine religioso a estatus de arte, al mezclar lo espectacular de su puesta en escena con adaptaciones capaces de atraer a creyentes y agnósticos. Filmó Los diez mandamientos en 1923 y luego, en 1956 realizó una nueva versión llena de efectos y espectacularidad.

Contrario a ese estilo rimbombante, en Francia se filmó con modestia y fe Gólgota (1935), dirigida por Julien Duvivier, con actuación de Robert Le Vigan, y apegado al Evangelio de San Mateo, presenta un Jesús más humano, más próximo a los hombres que en otros filmes precedentes, lo que molestó a la sociedad puritana de esa época, obligando a varios directores a usar solo imágenes fragmentadas de Cristo para no herir susceptibilidades: una mano, una luz, una sombra marcan su presencia pero nunca se lo ve directamente.

Mucho material respecto del Mesías se filma en España, en los años cincuenta: la versión que hizo Ignacio F. Iquino: El Judas (1952), y dos muy logradas de Rafael Gil: El beso de Judas (1953), con Rafael Ribelles en el papel del traidor; y El canto del gallo (1955), con un joven Paco Rabal.

CRISTO EN HOLLYWOOD

Y en los años cincuenta en Hollywood se consolida el cine religioso con todo el esplendor de antaño, atrayendo al público con la presencia en la pantalla de las divas y astros de entonces, con decorados fantásticos e historias parcialmente inspiradas en la vida concreta de Cristo, el que es mostrado casi en general solitario, de espaldas o bañado por una luminosidad que pretende resaltar su condición divina. Esto corresponde todavía a una época puritana, donde existe temor por mostrar a un actor personificando al Hijo de Dios.

Entre las películas clave de esa década es ¿Quo Vadis? (1951), remake de un filme italiano de 1912, que narra la huida de Pedro de la Ciudad Eterna durante la persecución a los cristianos y luego viene el filme de Henry Koster El manto sagrado (1953), que tiene el mérito de ser la primera película filmada en Cinemascope, con cinco candidaturas a los Oscar, incluidos los de mejor película y mejor actor (Richard Burton).

Pero cuando aparece Ben-Hur (1959), el cine de este tipo cambió para siempre. Se trató de una epopeya de casi cuatro de duración, remake del filme de Niblo y es la película que ganó nada menos que once premios Oscar, incluyendo las de mejor película, mejor director (William Wyler) y mejor actor (Charlton Heston).

Con un enfoque igual de espectacular, centrándose en Cristo mismo, es el filme de 1961 Rey de Reyes, de Nicholas Ray, rodada en su mayor parte en España.

Otras películas de esos años fueron Barrabás (1962) y la no menos fastuosa La historia más grande jamás contada (1965), de George Stevens, con cinco nominaciones a los Oscar de la Academia. El protagonista, el famoso actor sueco Max von Sydow, creó una imagen un tanto mística y atormentada de Jesús, que influyó muchísimo en las futuras representaciones de Cristo.

JESUCRISTO SUPERESTRELLA

En los años sesenta y setenta, la cosa cambia acorde a los acontecimientos sociales, culturales y políticos de la época, siendo la figura de Cristo el modelo ideal para mostrar ideas revolucionarias y contestatarias frente a lo que sucedía en el mundo, en particular en Estados Unidos consternado por la Guerra de Vietnam.

Quizás el filme El Evangelio según San Mateo (1964), del polémico director italiano Pier Paolo Pasolini, que trataba de aunar la visión católica y la marxista. Pese a todo lo que se pensaba, Pasolini creó con muy pocos medios, la cámara al hombro y actores no profesionales —al estilo del cinema verité—, la imagen de un Cristo austera apegada a los Evangelios y alejada de todo efectismo.

Un fenómeno mundial fue Jesucristo Superestrella, de Norman Jewison (1973) que nos entrega un Cristo hippie, que se muestra ambiguo en sus acciones y buscando el porqué de su existencia e identidad. Este filme era un musical, basado en el célebre trabajo de Andrew Lloyd Weber. Este Cristo (que causó más de un escándalo al momento de su estreno) es un hippie, un líder y un personaje cautivador, pero no un Mesías redentor como el cine nos había acostumbrado, aun cuando el realizador lo eleva y lo recompone en sus planos finales tan ambiguos como cautivadores.

Otro fenómeno fue Godspell (1973), de David Green, inspirada en Jesucristo Superestrella, pero de producción más modesta, era también un musical y tenía el mismo Cristo rebelde e inconformista. Con menos impacto en la taquilla, tuvo sin embargo su asegurada cuota de polémica.

Infravalorada, en 1975 se estrenó en París la película italiana El Mesías, de Roberto Rossellini. En el filme se entrega un Jesús desde una perspectiva meramente humana, olvidándose de los milagros y de casi todas las referencias sobrenaturales. 

Producto de estas visiones polémicas y distorsionadas de la esencia de Jesús, aparecieron películas que vinieron a reinstalar su imagen y su mensaje. Y esa respuesta fue la mega producción ítalo-británica, en conjunto con la RAI y la televisión inglesa unidas que originó el clásico de Franco Zeffirelli Jesús de Nazareth (1977), un extenso filme dividido en tres partes y que contaba con un Robert Powell en el papel de su vida. Si bien igual hubo polémica (en Estados Unidos acusaban que se humanizaba demasiado a Cristo), hasta hoy es considerada el antes y después de las películas que tienen como protagonista nada menos que a Jesús de Nazareth.

LA ÚLTIMA TENTACIÓN DE CRISTO

En la década de los ochenta, pueden ser rescatadas Una historia que empezó hace dos mil años (1986), del italiano Damiano Damiani, centrada en el tema del misterio de la Resurrección de Cristo, pero perjudicada por su pobreza en cuanto recursos de ambientación y, por supuesto, el ambicioso filme La última tentación de Cristo (1988), de Martín Scorsese, censurada en cientos de países, polémica y atacada si piedad y basada en la novela de Kazantzaki, el argumento se aleja de un Mesías divino y opta por dibujar un Jesús humano, débil y sometido a tentaciones, e inmerso en la duda acerca de su divinidad.

Igual de polémico, pero con un hermoso trabajo actoral y de guion, aparece otra polémica pieza: Jesús de Montreal (1989), dirigida por Denys Arcand. Esta cinta trasladaba el relato evangélico a nuestra época, planteando el intento de un joven actor —se le supone en el lugar de Jesús— de poner en escena el relato de la Pasión en los jardines de una basílica canadiense. A pesar del rechazo de la crítica y la baja taquilla alcanzada, una revisión actual permite aquilatar sus méritos y su sensibilidad que la hacen merecedora de una nueva evaluación.

Después de una década, la figura de Cristo vuelve a ser tema para el cine y surge el productor Ettore Bernabei, un productor italiano que había dirigido la RAI durante un decenio y que en 1991 inició un gigantesco serial sobre la Biblia (21 miniseries), que ha recibido premios en todo el mundo. Así, en 1999, el director Robert Young es el designado por Bernabei para realizar Jesús, de cuatro horas de metraje con Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing, de gran fuerza y originalidad, entre las que destacan las tentaciones en el desierto, el Sermón de la Montaña, la elección de los Apóstoles y la Última Cena.

En Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros (2000), aparece como una cinta apegada a los evangelios y narrada por una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.

En 2004, aparece el proyecto de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, que se estrenó en Cuaresma de ese año, con unas escenas inaguantables del horror de la flagelación y hablada en las dos lenguas de la época, el latín y arameo que, fue duramente despedazada por la crítica y le valió severos dolores de cabeza al actor y director Gibson, acusado como violento y morboso.

La película mostraba la divinidad de Jesús y la presencia del diablo en ese largo Vía Crucis, pero también su humanidad doliente, y —gracias a fugaces pero emotivos flash backs— el amor a sus discípulos, la dulzura con su madre, la sencillez del artesano. A pesar de todo el escándalo, y reconociendo que el tema de la violencia es excesivo, es una película respetuosa de la divinidad de su mensaje.

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