Enrique Martínez y Morales
Coahuila ocupa los primeros lugares a nivel nacional en cuanto a indicadores de desarrollo social. Somos el estado con mayor número de personas no pobres y no vulnerables en este país, así como con el más alto porcentaje de población con seguridad social.
Ostentamos el segundo lugar nacional con menor carencia de salud, de educación, de calidad en los materiales de las casas y también de la disponibilidad de servicios en la vivienda, tales como agua potable, drenaje sanitario y electricidad.
Sin duda, el éxito económico observado en la entidad, motivado por los bajísimos niveles de inseguridad; la calidad, el talento y la especialización de nuestra mano de obra, y el entorno de paz laboral, estabilidad institucional y de respeto al estado de derecho, entre otras, ha contribuido mucho a esos resultados: la mejor acción contra la pobreza es un buen empleo, formal y bien remunerado.
El complemento con los programas sociales es indispensable para redistribuir el ingreso y buscar reducir las brechas de la desigualdad e inequidad. Los programas alimentarios, a través de los años, han demostrado efectividad al subirnos 6 posiciones en dos años en el tablero nacional.
Sin embargo, el reto de una sociedad que avanza en lo económico, en lo político y en lo social, es hacer partícipe de ese desarrollo a toda la población, no solo a las mayorías. El gobierno sienta las bases, genera políticas y toma acciones, como los estímulos fiscales que existen en Coahuila para quienes contraten personas con discapacidad o adultos mayores, pero la sociedad somos quienes debemos cambiar los paradigmas.
Según el INEGI, el 16.5% de los mexicanos cuenta con alguna discapacidad o limitación física. Esto quiere decir que cada vez que saliéramos a comer a un restaurante, a caminar por el parque o algún evento social, de cada diez personas con las que nos topamos, dos deberían de padecer algún tipo de discapacidad o restricción.
Esto no sucede. El porcentaje de personas con discapacidad motriz, intelectual, visual o auditiva que observamos en la calle es mucho menor. Y no es que se hayan tomado una pastilla de invisibilidad, sino que más bien que no salen de sus casas.
Cierto es que aún nos queda mucho por hacer en cuanto movilidad e infraestructura que elimine los obstáculos para lograr una inclusión plena, pero lo más importante es derribar las barreras mentales de la sociedad.
Sin inclusión no hay desarrollo social, y el primer paso para lograrla es inculcar a nuestros hijos, desde pequeños, los valores de la diversidad, el respeto y la tolerancia en el hogar. Fomentar desde casa una cultura incluyente y solidaria. Necesitamos hacer visibles a los invisibles y hacerlos partícipes de los frutos del desarrollo.