jueves 11, diciembre, 2025

IN PRINCIPIO ERAT VERBUM

¿Migración o invasión?

“La libertad religiosa es el primer derecho humano porque toca lo más íntimo de la persona”.

Juan Pablo II

Simón Vargas Aguilar

En los últimos años, hemos presenciado un notable aumento en los flujos de personas alrededor del mundo, y aunque en muchas ocasiones se ha pasado por alto, hoy la dimensión religiosa en los movimientos migratorios es un tema prioritario, sobre todo con respecto a la integración de los inmigrantes en las sociedades de acogida.

De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas, en 2024, se estimó que el número de migrantes internacionales en todo el mundo era de casi 304 millones, este flujo se impulsa principalmente por factores como la falta de empleo, la violencia, la carencia de servicios básicos, la escasez alimentaria y la ausencia de recursos esenciales en sus países de origen.

Esta migración, aunque motivada por necesidades legítimas, no siempre se ha integrado de manera armónica, en ocasiones, llega con connotaciones negativas, donde los migrantes buscan preservar sus tradiciones educativas y culturales, sistemas de organización política y, sobre todo, sus prácticas religiosas y estructuras sociales y familiares. Esto ha generado tensiones, convirtiendo a algunos grupos en entidades percibidas como amenazantes que atentan contra la cultura tradicional occidental.

Un caso digno de análisis ha sido la migración musulmana a Europa, en datos del estudio “Tendencias recientes en la religiosidad de las poblaciones mayoritarias y minoritarias europeas”,la implicación religiosa de los inmigrantes y sus descendientes tiene el potencial de remodelar el panorama religioso de Europa. Los migrantes vienen con afiliaciones religiosas que a menudo difieren de las históricamente dominantes en los países de destino.

Es así que desde hace tiempo en Europa, se han reportado desafíos en la integración, con migrantes musulmanes mostrando menores tasas de empleo, menor educación y menor asimilación social en comparación con otros grupos. Incidentes de violencia, segregación comunitaria y demandas de aplicación de la sharia en enclaves locales han avivado debates sobre una posible «dilución» de valores occidentales como la secularidad, la igualdad de género y la democracia liberal.

Y aunque por el momento América Latina ha sido una de las regiones con menos inmigrantes musulmanes, Estados Unidos se enfrenta a un fenómeno singular, de acuerdo con datos del Pew Research Center estima que para 2050, se proyecta que la población musulmana estadounidense alcance los  8,1 millones , o el 2,1 % de la población total del país, casi el doble de la proporción actual, por lo que percepciones similares a las de Europa han comenzado a surgir, sobre todo basadas en la aparente poca tolerancia, presión social y amenazas que enfrentan los no musulmanes por practicar una fe diferente.

Líderes como Giorgia Meloni en Italia y Donald Trump en Estados Unidos han abordado estos desafíos directamente. Meloni ha declarado que existe un «problema de compatibilidad» entre la cultura islámica y los valores europeos, enfatizando que los migrantes deben respetar las leyes y normas del país anfitrión. En discursos recientes, ha insistido en que la integración requiere adhesión a principios italianos, criticando la dilución de la identidad étnica por migración masiva.

Trump, por su parte, ha reinstaurado y expandido prohibiciones de viaje a países mayoritariamente musulmanes en 2025, argumentando protección contra amenazas terroristas y exigiendo respeto a las políticas estadounidenses y también creó e impulsa la Oficina de la Casa Blanca para la Fe generando una intensa agenda religiosa.

Ante este fenómeno, es imperativo comenzar a estudiarlo con rigor académico, sociológico y de seguridad; los países deben legislar de manera proactiva para garantizar la vigencia de la libertad religiosa, pero enmarcada en principios que eviten conflictos.

Y es que no podemos olvidar que cada uno de nosotros tiene el derecho inalienable de elegir si cree o no, y en qué creer, sin que la fe se convierta en pretexto para crímenes o agresiones. Cuando la religión se impone coercitivamente, como en casos de violencia sectaria o terrorismo, socava la cohesión social, mientras que su promoción abierta, sin coacción, indudablemente contribuye a la paz y a la justicia.Consultor en temas de Seguridad, Inteligencia, Educación, Religión, Justicia, y Política.

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