(Un homenaje a cuatro magistrales actores: Adriana Roel, Ana Ofelia Murguía, Ricardo Blume y Farnesio de Bernal)
Raúl Adalid Sainz
«Sólo vive aquel que es capaz de desear.
Esta obra es sobre la pasión,
que se cree que con la edad se apacigua y no es así.»
Luis De Tavira.
El día de ayer fue soleado y terminó tornándose en noche de lluvia con ventisca virulenta. Lo menciono porque viene a cuento. Así es la propuesta escénica llamada, «Ilusiones». Nada es lo que parece. Todo es cambiante. Efímero. La vida, los sentimientos, los pensamientos, son de un color y cambian de un plumazo.
Gran dramaturgia monologada-conexa entre cuatro personajes. El autor es el ruso contemporáneo Iván Viripaiev. La traducción magnífica de Stefanie Weiss y de Mauricio García Lozano.
Llama la atención que siendo el dramaturgo muy joven, (41 años), escriba un tema de episodios tan profundos en cuanto a la problemática de existencia del hombre. Centró su mirada en un par de parejas de octogenarios. Su aparente amor, su cotidianeidad, sus fantasías, su inconstancia, su agradecimiento al compañero, su querer encontrar respuestas a lo incontestable; al final de cuentas darse cuenta de su amor a la pareja, después de tantos avatares por los años de convivencia. Todo es una ilusión. Nada es fijo. Nada existe, más que lo que miramos en el instante. Eso parece decirnos la obra. Esto es como la vida, como el teatro que sólo representa el instante; la función de mañana será otra cosa.
De cuatro sillas mutantes, rodantes, el director Mauricio García Lozano se sirve para narrar su historia, su tema. El escenario está vacío. Los actores con su energía y creatividad pueblan el espacio de emociones, de imágenes, de universos e instantes. Una violonchelista de fondo, cubierta por una gran gasa ilusoria presente, da acentos a la narrativa de cada personaje, son ecos de la vida, de su propio destino. Magnífico trabajo de dirección actoral.
Los cuatro histriones están maravillosos. Alcanzando momentos entrañables. Narran la historia del personaje que les toca representar. Parecen estar en el distanciamiento brechtiano, su pasado es contado, asumido con una gran verdad y compromiso. Interpretan una balada dolorosa e irónica de la vida que les toca contar.
Cuatro actores generosos, pasionales, guerreros, relajados, que conectan profundamente con el público. Son una lección para cualquier actor. La actuación es placer así sea de doloroso lo que interpreto. Vaya paradoja andante. Un día escuché o leí que el actor que recorre la legua del compromiso escénico, le es regalado en el correr de las batallas el gran don de la relajación para desenvolver su oficio creativo.
Estos entrañables quijotes de los teatros son: Ricardo Blume, Adriana Roel, Ana Ofelia Murguía y, mi queridísimo y admirado, Farnesio de Bernal. Todos ellos en espejos del mirador de la vida. Maravillosos. Que Dios los bendiga por amar así al teatro y por entregarnos este pedazo de vida.
Texto escrito un mayo del 2015, y que hoy ocho años después lo hago respirar nuevamente. El teatro es efímero, una luz que parece apagarse al terminar la función, pero queda su huella impresa, ésta despierta cuando la memoria la revive. Entonces se engrandece y vuelve hablarnos porque nosotros creamos esa función como vivos espectadores. Hoy, de aquellas maravillosas fantasías de actores, sólo queda entre nosotros, Ana Ofelia Murguía. Far, Adriana, y Ricardo, son ilusiones, que siguen siendo reales, de tan vivas que fueron.
Texto perteneciente a mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico)
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlán