Raúl Adalid Sainz
Era el mes de noviembre del año 2010 cuando se filmó la película «La Cebra». Meses antes había hecho casting para el personaje «Hurtado», con el director Fernando León. El rol era nada más y nada menos que el ex presidente de México, Miguel de la Madrid Hurtado.
Una situación recuerdo de esa audición. El director me pidió que dijera las líneas del personaje pensando en un tono gris. Así veía él al personaje. Previamente me preguntó qué pensaba de De la Madrid. Le comenté que lo veía como a alguien anodino. Recordando su incapacidad en los sucesos terribles del temblor de 1985 en la Ciudad de México. Eso y mi desenvolvimiento en el casting me dieron el papel. El pelo entre cano ayudó por supuesto.
El caso es que para noviembre de 2010 ya me encontraba en Pachuca, Hidalgo, para filmar la película. La bella airosa pachuqueña y una locación de páramos yermos maravillosa era el lugar de filmación. Ahí el aire olía y sabía a metal. No olvidar que Pachuca es una zona minera.
Desde nuestra salida, en los «Estudios Churubusco», hacia Pachuca, viví un magnífico ambiente de camaradería con los actores con los que iba a interactuar.
Puros expresidentes mexicanos. Actores que tenían físicamente algo en común con Martha Sahagún (Raquel Pankowski), Salinas de Gortari (Héctor Holten), Luis Echeverría (Tomás Rojas), José López Portillo (Herman López), Ernesto Zedillo (Alejandro Caso), Vicente Fox (Humberto Elizondo) y un servidor que haría a Miguel De la Madrid. No nos conocíamos, salvo Héctor Holten y Tomás Rojas.
Los demás comenzamos a entablar conocimiento. Mucha plática y risa como si nos conociéramos de años. Llegamos de noche y nos instalaron en un hotel en el centro de Pachuca. A la mañana siguiente, en el modesto restaurant del hotel, ya para desayunar, antes de partir al llamado de filmación, todos nos contamos historias singulares. Casi nadie había podido dormir. El hotel resultó que era de paso y cada quien oyó vivires intensos de placer emanados de los cuartos vecinos.
Es que sucedió que Pachuca vivía feria y la gente de producción de la película no había hecho las reservaciones en un buen hotel con el debido tiempo de anticipación. Vivimos dos días en ese hotel hasta cambiarnos a un Holiday Inn, donde ya pudimos descansar debidamente.
¡Ah!, cómo nos reíamos después. Esa camaradería trajo como resultado una gran química actoral entre Marthita, los expresidentes y el par de protagonistas de la cinta, Odón (Harold Torres) y Leandro (Jorge Adrián Espíndola).
La situación dentro de la película con estos expresidentes y la señora Martha, es curiosa. Leandro y Odón, andan por los caminos buscando unirse al ejército obregonista. Para sobrevivir se agencian comida, ropa, botas o lo que encuentren de cadáveres en su ruta. Roban una cebra, un caballo gringo para ellos, al que llaman “Focker”.
En ese deambular se topan con diferentes momentos: unas mujeres solas en una especie de rancho que los apresan y los hacen trabajar sus tierras como peones. Así hasta escapar. En ese seguir la huella de Obregón van a dar a un campamento militar extraño donde están estos expresidentes convertidos en parte de la milicia revolucionaria.
Están en contra de Obregón y Villa, ellos se hacen llamar “quesadillistas”, pues están al mando del general Quesada (Vicente Fox). Estos personajes simbolizan la ambición, el deseo de poder. Arquetipos de la historia de México, situados dentro de la revolución mexicana en su etapa de guerra.
La película del director Fernando León es un road movie. Una comedia satírica a la falta de ideales y a la traición ambiciosa de generales a la revolución. Una víctima: el pueblo masacrado y engañado.
Odón y Leandro, terminan su camino uniéndose al ejército obregonista y su final es muy triste. La amistad se ve traicionada en pos de la sobrevivencia. Hay un epílogo contundente a la historia, Odón y Leandro, aparecen en la época actual en la frontera queriendo cruzar a los Estados Unidos. Ven la franja vecina y expresan sus deseos de hacer dinero y ser alguien. Terminar con su miseria.
Tal como los vimos expresarse cuando van en busca de Obregón queriendo salir de su miseria. Una razón de unión al obregonismo endeble: “ahí te pagan”, dice Leandro, “con Villa te quedas con lo que te encuentres. El que pierda esta guerra le trabajará al ganador”. Esas sus razones de entrar a la bola.
La dirección de Fernando León fue excelente. Organizó muy bien su material de trabajo. Sabía lo que quería. Un guion de su autoría. Anteriormente había hecho el libro cinematográfico de la célebre: «La Ley de Herodes», dirigida por Luis Estrada. Una fotografía elocuente de paisajes y atmósferas, que se convierten en un personaje más, de detalles de vida, cobrando la historia singularidad, por parte de Martin Boege, recordado siempre por la película “El Violín”.
Una música espléndida, llena de motivos y que enaltece situaciones por parte de Julio De la Rosa. Magnífica edición narrativa de Óscar Figueroa. Gran trabajo de vestuario, utilizando todos los recursos disponibles por Fito C. Mateo.
Gran trabajo actoral de todos los compañeros. Un trabajo notable de dirección de casting de Elvira Richards que le valió el premio “Pantalla de Cristal», al mejor casting para una película en el año 2010. Un esmerado trabajo de producción de Socorro Méndez, que levantó y echó a andar el proyecto. De esas filmaciones que uno recordará con mucha añoranza. En verdad entrañable. La película contó con grandes reconocimientos en distintos festivales.
Cierro este escrito recordando a mi querido gabinete presidencial, a la simpatía de Marthita, interpretada por Raquel Pankowski, y a los entrañables uñas largas: Harold Torres (Odón) y Leandro (Jorge Adrian Espíndola).
Como apunte final recuerdo que a nuestro regreso, en camioneta de Pachuca a la Ciudad de México, le pedí al chofer me dejará a cierta altura de Insurgentes Norte para llegar a mi casa. Me despedí con mucho cariño de aquellos expresidentes, tomé mi maleta y caminé hasta tomar un pesero.
Aquel expresidente De la Madrid salía de la ficción y abrazaba la realidad del actor, de su vida. Cómo me reía ya estando a bordo de aquel pesero. Un cantante cantaba “La Farsante”, de Juan Gabriel, como nota festiva.
PD: Los compañeros Raquel Pankowski y Herman López nos dijeron un hasta luego. Se fueron con su alegría. Vaya el recuerdo para ellos con esta memoria.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan