Una intensa joya del cine contemporáneo para ser rescatada de la amplia parrilla de la plataforma Netflix, este filme del polifacético director Quentin Tarantino se atreve a crear un peligroso a la vez que fascinante juego metafílmico, donde compone y recompone un momento clave en la historia de la industria de Hollywood -el ataque de la Familia Manson- que, gracias a su atrevimiento, transforma una historia oscura y la ilumina con la magia que solo el cine puede brindar. Discutible en su propuesta, es acaso la obra maestra de un director que siempre ha sido proclive a los excesos, a la verborrea dialéctica y a la recuperación de un tipo de cine que no siempre va de la mano con el gusto de los espectadores o los críticos
Víctor Bórquez Núñez
Había una vez en Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood) es un filme curioso, de largo aliento, dirigido de manera frontal al corazón de los cinéfilos cuya trama está ambientada en la ciudad de Los Ángeles de 1969, en el fatídico momento en que -en la realidad- el cineasta Roman Polanski perdió a Sharon Tate, asesinada de manera brutal por Charles Manson y sus secuaces cuando tenía un embarazo de ocho meses.
Debo confesar que nunca fui fanático de este realizador de quien odié intensamente algunas de sus películas más célebres y amé esa pequeña joya que fue Jackie Brown, razón por la cual este filme resulta una espléndida sorpresa: es un atrevido juego en que se mezcla la cruda realidad con el sueño de un director que desea intensamente cambiar los hechos, jugar con el tiempo, reescribir una historia que él desearía que fuese por completo diferente a cómo ocurrió.
Dijo que el guion lo escribió durante cinco años y que había una fuerte influencia de Tiempos Violentos en la estructura narrativa y lo más audaz: en ésta, su novena película, reescribiría los hechos que marcaron a Hollywood. Al decir que reescribiría esos trágicos acontecimientos significa que esta película opera en el plano de la ficción revisionista y del acomodo de unos acontecimientos tan espantosos en la realidad que su sola alteración saca ronchas, por muy noble que sean los propósitos.
Hay que reconocer que este filme es, lejos, una de las películas más maduras e intensas de Tarantino, cuya estética resulta fascinante, el guion maduro y sin nudos innecesarios, lo que significa que se trata no solo de una de las mejores cintas de su autor (acaso la más lograda), sino también una de las mejores que refleja el lado oscuro del mundo de Hollywood, desde los tiempos de Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950), El día de la langosta (John Schlesinger, 1975) hasta otras tan perturbadoras como Polvo de Estrellas (David Cronenberg, 2014).
Lo mejor (a la vez que lo más discutible) es que Tarantino se involucra de tal modo en esta historia que se atreve, lisa y llanamente, a transformar un trozo de la historia, utilizando una ucronía notable que se remite al tema de la ficción dentro de la ficción en el cine. Conviene recordar que ucronía consiste en efectuar una reconstrucción histórica construida lógicamente, la que se basa en hechos posibles pero que no han sucedido realmente.
El crepúsculo de los dioses
Este filme es, a no dudarlo, un maravilloso homenaje a un estilo de cine que desaparece en un instante social que avecina grandes cambios de todo tipo. Es un canto crepuscular del cine clásico de Hollywood a finales de los años 60, a las puertas de la década del setenta que cambiaría de manera inexorable la cara de la industria hollywoodense.
En Había una vez en… Hollywood hay humor, negro. Y violencia, la característica del realizador que alguna vez sorprendió con Perros de la Calle. Y hay instantes de crispado suspenso -la visita a la comunidad de los Manson es casi terrorífica- que se unen a otros de una ternura cautivadora, como la conversación de la niña prodigio con el protagonista, previo al rodaje de una escena.
Y como pocas veces se había esmerado, aquí hay todo un trabajo respecto del estilo visual, al borde del preciosismo y plagado de inteligentes planos que dan cuenta de una meticulosa reconstrucción de la época y con múltiples alusiones de la cultura popular del cine, el mundo de las fiestas de entonces y las series de televisión.
Tarantino saca provecho de la banda sonora a través de los temas musicales que se escuchan en las radios de los vehículos, mientras los protagonistas recorren las calles de Los Ángeles y disfruta utilizando un montaje que disimula un metraje de dos horas y media. Y para cerrar el círculo hace que su historia esté en manos de dos perdedores, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt).
No es casual que la cinta comienza en un día soleado de febrero de 1969, cuando el actor de Hollywood, Rick Dalton rememora sus días de popularidad en una serie western en blanco y negro y trata, sin lograrlo, de adaptarse a los cambios que enfrenta la industria del entretenimiento, sin lograr el éxito en su transición a las películas de Hollywood. Para colmo es inseguro, tartamudo y vive un fuerte trastorno bipolar sumado a su alcoholismo, que le cambia drásticamente el estado de ánimo.
Su mejor amigo es su doble de acción, Cliff Booth, quien comparte circunstancias similares porque su profesión depende, en gran medida, de las decisiones de Dalton, razón por la cual le sirve como chofer mensajero en lo que encuentra trabajo.
Con astucia, Quentin Tarantino cuenta de manera paralela el momento que vive la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y su esposo, el director Roman Polanski (Rafał Zawierucha), vecinos de Dalton en Cielo Drive. Ellos son celebridades y gozan del estilo de vida de quienes han alcanzado fama y fortuna. En una de las secuencias asisten a una fiesta en la mansión Playboy a la que asisten Steve McQueen y Michelle Phillips.
Mientras estos se cruzan en distintas secuencias, Tarantino se las arregla para que todo confluya en la noche fatídica en que los Manson asaltan la casa de Polanski, instante en que el realizador sorprende a los espectadores con un cambio sustancial de los hechos reales, acomoda sus cartas y despliega el amor incondicional que siente hacia Sharon Tate, en su calidad de cinéfilo obsesivo como se define.
Con estos personajes, Tarantino da cuenta de cómo cambia Hollywood, tragándose en el olvido a unos y elevando a la fama a otros, mientras que entre ambos extremos esté la dulce Sharon Tate, idealizada al máximo, como figura honesta que resulta una pieza fundamental en el cierre de esta ucronía.
Como telón de fondo, está la amenaza creciente de la familia Manson, un grupo de adolescentes hippies desquiciados por el sistema, que están planificando una matanza de celebridades en su siniestra guarida en el Rancho Spahn para satisfacer a su líder merodeador de mansiones llamado Charles Manson (Damon Herriman).
La secuencia en que Booth lleva a la promiscua Pussycat al rancho, sospecha de lo que allí se gesta y se da cuenta que su amigo, el viejo George (Bruce Dern) está secuestrado en su propio hogar, es de un suspenso espeluznante y anticipa con claridad la violencia que ha de desatarse en el paradisíaco mundo de las estrellas de Hollywood.
El filme se dedica secuencias notables, inspiradas, cargadas de emocionantes referencias a un mundo real (Hollywood) idealizado por un director apasionado por el cine (Tarantino) que quiere, incluso, cambiar el curso de los acontecimientos como antes lo hizo en Bastardos sin gloria, que imagina el asesinato de Hitler en un cine. Y hay detalles notables como cuando Booth alimenta a su perra pitbull llamada Brandy o como la conversación con el agente de cine (Al Pacino) que le recomienda al deteriorado Dalton que haga spaghetti western en Italia, porque allí está el futuro y el paseo de Sharon Tate que concluye en una sala de cine donde ella ingresa para ver su propia película The Wrecking Crew, en un exquisito juega metafílmico.
Con todos estos elementos, destaca la fotografía característica de los años sesenta y los planos medios a contraluz en los interiores del carro, junto con una cantidad nada desechable de referencias a películas clásicas, el cine italiano y series de televisión sesenteras de acción y western. Y, claro, como suele ocurrir en el estilo de Tarantino, destaca el simbolismo del color amarillo, ya sea en el vestuario o sobre el escenario, para abarcar significados como la alegría, el poder, el optimismo y lealtad.
Y lo más impresionante es la capacidad de Tarantino para inventar un final tan ucrónico como romántico de una era que desaparece y en donde la inocencia hippie sucumbe de manera drástica en un juego que el realizador se reserva con prolijidad y esmero en el cierre de su brillante filme.
Disponible en Netflix.
@VictorBorquez
Periodista, escritor y Doctor en Proyectos de Comunicación