De mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico), este recuerdo al buen Gonzalo Vega, a siete años de su adiós
Raúl Adalid Sainz
«A chinga, ¿usted es el de los lobos?». Eran las seis de la mañana y el aduanal aquel que subió al autobús a hacer inspección en San Luis Río Colorado, Sonora, se sorprendió al ver a aquel actor que era la sensación en la telenovela «Cuna de Lobos». Era el actor Gonzalo Vega. El autobús aquel era el de la Compañía de teatro que representaba Don Juan Tenorio en una larga gira por el interior del país. El trayecto comprendía Mexicali- Guaymas. «Que chingao honor señor Vega», dijo el aduanal folclórico sonorense. La revisión, obvio, paró de inmediato. Toda la fayuca comprada en Tijuana estaba sin peligro de ser confiscada. Lo referido nadie me lo contó porque en el camión iba yo.
QEPD el buen Gonzalo Vega, productor y primer actor de aquel Don Juan Tenorio.
Con esta anécdota recuerdo aquel pasaje de mi vida en que conocí a aquel actor que en ese 1987 estaba encumbrado.
Llegué a aquella compañía del Tenorio gracias a que Gerardo Moscoso, amigo de Gonzalo Vega, me consiguió una audición para el Don Juan Tenorio, el papel: El «Capitán Centellas». La producción era de Gonzalo Vega y él mismo haría el «Don Juan». «Doña Inés», estaría interpretado por Lucerito. El «Chutti», por el buen Gerardo Moscoso.
Pasé la audición e iniciamos temporada en el maravilloso patio del «Claustro de Sor Juana» de San Jerónimo. El marco era ideal para el acontecer de aventuras del «Don Juan», de José Zorrilla.
¡Estaba feliz! Alternar con Gonzalo Vega era un gozo. Admiraba su carrera. Sobre todo su paso cinematográfico, hasta ese momento. Grandes películas le recordaba. Su cinismo de político sindicalista de: «Ante el Cadáver de un Líder», sus ganas de destacar en el «Juicio de Martín Cortéz «, ambas del gran director don Alex Galindo. Su terrible macho-gay closetero, «Pancho», en «El Lugar sin Límites», de Arturo Ripstein.
Magnífico retrato humano conseguido por Gonzalo en esa película. Su gran trabajo al lado de Katty Jurado en «La Seducción» del mismo Ripstein. Aquel inolvidable «Tepo» en «Las Poquianchis», de Felipe Cazals. Su boxeador acorralado en aquel buen thriller de José Luis García Agraz de nombre «Nocaut». Su marido ofendido en, «Retrato de una Mujer Casada».
Aún recuerdo la ciclónica madriza que le propinaba a su mujer al descubrir su engaño, papel interpretado muy bien por Alma Muriel; película de Alberto Bojórquez. Qué decir de los riesgos tomados como actor, en aquella cinta dirigida por el querido Jaime Humberto Hermosillo, esa de nombre: «Las Apariencias Engañan».
Su magnífico romántico vagabundo (recordante, por cierto, a aquel personaje hecho por Pedro Infante en «La Vida no Vale Nada») en una gran interpretación de Gonzalo en «Lo que Importa es Vivir», del gran director español Luis Alcoriza. Ganó el «Ariel» en 1988 por ese trabajo. Sin olvidar aquel magnífico montaje teatral de «El Beso de la Mujer Araña», en que Vega personificó al guerrillero «Valentín», y Héctor Gómez, a «Molina». La dirección fue de Arturo Ripstein en el Poliforum Siqueiros en el año 1983. Excelso trabajo teatral.
Con todo ese marco de referencia llegaba a conocer a aquel actor que encabezaba nuestra compañía teatral. El papel del Tenorio le venía al vuelo. Ya venía haciéndolo de tiempo atrás en el mismo claustro y bajo la dirección de Luis G Basurto.
Los llenos en el recinto Jerónimo eran de antología. Inmediatamente, al término de la temporada defeña, hicimos una gira de dos meses por el centro y norte de la república. Aún recuerdo aquella fila interminable de público en el «Hospicio Cabañas» de Guadalajara para conseguir un boleto. Gonzalo Vega tenía mucho jale con el público. Sobre todo con las damas. La demanda de espectadores respondía también a que el actor acababa de terminar una telenovela que había sido un suceso: «Cuna de Lobos».
Cómo no rememorar aquellos dos días de función en mi tierra, Torreón, en el Teatro «Isauro Martínez». Moscoso y un servidor no cabíamos de contento por estar en el lugar de origen. Cómo olvidar aquella anécdota en una de las funciones laguneras en que a Vega se le quemaba el jubón.
El mataba al comendador de un tiro. La pistola la traía al cinto por la espalda, no la sacaba, y disparaba con el revolver fajado a la correa del cinturón. Sin darse cuenta una chispita empezó a incendiar el jubón.
El público empezó a reír. Gonzalo paró la función. Regaño al público haciéndole sentir su enojo por su falta de respeto a un primer actor. El humo salía y la gente reía más. Hasta que su secretario salió al escenario con el extinguidor para aplacar las llamas que salían del culo de Don Juan. El telón se cerró dando término al primer acto. Las risas eran contagiosas. Gonzalo pidió disculpas a los espectadores al finalizar aquella hilarante función.
Muchas anécdotas vividas en esa gira. Mucha risa, muchos lugares, mucha juventud y muchos compañeros que partieron. Ahora tocó el turno de nuestro Don Juan que acudió al llamado del comendador en el cementerio sevillano.
En aquel tiempo no comprendía la desmesura que el éxito provocó en Gonzalo Vega. Hoy que el tiempo ha pasado lo entiendo, no debe ser fácil asumirlo con cordura. Recuerdo que la última vez que estreché su mano fue en Navojoa, Sonora en nuestra última función de Don Juan.
Como olvidar los reclamos de las señoras porque me tocaba en suerte matar en duelo a espada limpia a su Don Juan. «¡Cómo se atreve a matar a Gonzalo!», me dijo una señora indignada en Guadalajara al terminar una función.
Que Dios y Doña Inés resguarden el camino del buen actor Gonzalo Vega.
Nota: El escrito fue hecho un 11 de octubre de 2016, al día siguiente del adiós del actor Gonzalo Vega. Este In memoriam pasa a ser parte de las historias de los actores y, por supuesto, de mi acontecer mismo. Siempre agradeceré, y en vida lo hice, a Gerardo Moscoso, por haberme conseguido aquella audición. Hoy mi querido Gerardo y Gonzalo, estarán departiendo la vida en alguna «Hostería del Laurel», del aura celestial. Un abrazo a ambos. Su «Don Juan» y su inseparable criado «Chutti», fueron inolvidables.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan