Enrique Martínez y Morales
Recientemente, la gentrificación ha ganado popularidad en debates urbanos, medios de comunicación y redes sociales, al grado de efectuarse marchas en su contra en la Ciudad de México. Sin embargo, no siempre se entiende a profundidad lo que implica, ni sus causas y consecuencias en el tejido social y urbano de nuestras ciudades.
Gentrificación se refiere al proceso por el cual un barrio tradicionalmente popular o deteriorado comienza a recibir inversiones, mejorar su infraestructura y atraer a nuevos habitantes con mayor poder adquisitivo, lo que suele provocar el desplazamiento de los residentes originales debido al aumento de precios en rentas, servicios y bienes. Es decir, transforma al barrio, pero también desarraiga.
La gentrificación no sucede de un día para otro. Generalmente es el resultado del abandono progresivo de los centros históricos. No es algo que se pueda detener por decreto. Durante décadas, los matrimonios jóvenes han migrado hacia las periferias, dejando atrás a sus padres, abuelos y al corazón urbano, que se fue deteriorando física y socialmente.
Hoy tenemos una oportunidad —y también una responsabilidad— de revertir esa historia. Revivir nuestros centros no debe significar reemplazar a quienes han vivido ahí por generaciones, sino integrarlos en un proceso de regeneración incluyente. Los centros históricos deben ser habitables, caminables, seguros, llenos de vida cultural, comercio local y servicios que respondan tanto a las necesidades de sus habitantes tradicionales como a las nuevas dinámicas urbanas, incluido el turismo.
Al fin de cuentas, los servicios ya se encuentran ahí. Siempre será más eficiente repoblar los centros de las ciudades que invertir en redes nuevas de agua potable, drenaje sanitario y electrificación, así como construir escuelas, llevar seguridad y recoger la basura en las periferias.
La clave está en pensar en el desarrollo urbano no solo como un proyecto inmobiliario, sino como una apuesta por el bienestar colectivo. Una ciudad que rehabilita su centro sin expulsar a su gente es una ciudad que honra su pasado y construye su futuro.
El desarrollo con sentido social no está reñido con la modernidad. Por el contrario, las ciudades más exitosas del mundo han logrado revitalizar sus centros históricos con políticas de vivienda accesible, estrategias de movilidad eficientes, incentivos al comercio local y preservación de su patrimonio cultural.
El urbanismo con rostro humano es posible. Se trata de construir ciudades para las personas, no solo para los autos. De planear con visión y con corazón. De evitar que la gentrificación se convierta en sinónimo de despojo, y convertirla en un ejemplo de recuperación con justicia.
El reto no es menor, pero la recompensa es enorme: devolverles vida, dignidad y orgullo a las ciudades de México.