(Historia de un montaje)
Raúl Adalid Sainz
Esta obra de Víctor Hugo Rascón Banda marca junto con «Contrabando», un par de retratos hondos de la vida y colusión del narcotráfico con el gobierno. Es además un viaje a saber quiénes son estos seres llamados los narcos. Rascón Banda los conoció muy bien, allá en su pueblo Urachic, en la Sierra Tarahumara de Chihuahua.
«Fugitivos», era la historia de Valente Armenta. Narco real que se fugó del penal de Chihuahua. Enamora a su abogada defensora, consigue de ella una pistola y organiza una fuga masiva del penal. Un tipo audaz e inteligente. «Bueno para las viejas», así me lo vendió el director Raúl Zermeño cuando me llamó para interpretar en su montaje teatral a este interesantísimo personaje.
«Fugitivos», es el microcosmos de un México dolorido. De un México sin reglas. De la amoralidad prevaleciente en nuestras regiones rurales De la sobrevivencia. De la ignorancia y el hambre, y el ver al narcotráfico como punto para salir adelante. No importa vivir poco, pero vivir bien. Ese parece ser el pensamiento de quien abraza ese modo de vida. La colusión gobierno – narco, estaba presente. La escenificación tenía como sitio referencial el penal de Chihuahua.
Eran las primeras presencias del tema narcotráfico en el teatro en México. Estoy hablando del año 1992. México ya estaba tomado desde hacía años por estas fuerzas oscuras. Víctor Hugo Rascón Banda las puso a discusión teatral en los escenarios.
Raúl Zermeño, director de la obra, hizo una recreación de lo anterior. Le dio significado y lenguaje teatral, por medio del estilo realista, a su material escénico. El escenario estaba cubierto en su proscenio y techo de una malla como las de los frontones. Esa malla era la metáfora enredada del México corrupto. El espacio era de hecho eso, un frontón. Era la cárcel. Ahí sucedían los distintos aconteceres de la obra. Zermeño logró ambientar muy bien su espacio escénico. Este patio evocaba en flashbacks distintos lugares y situaciones de los personajes. La luz y el sonido eran un medio magnífico de recreación. Gran trabajo lumínico y escenotécnia, de Arturo Nava (escenógrafo también del montaje) y del maestro Sánchez Alvarado en el sonido
Zermeño, un director teatral de esos en extinción. Gran conocedor del teatro. De los géneros y estilos. Magnífico para organizar su material de trabajo teatral a tratar. Gran director de actores. Preciso. Te instaba a la búsqueda y a la investigación. A transgredir tu comodidad de intérprete para de verdad crear un personaje. Conociendo a fondo su vida, sus pensamientos y por ende su conducta. Significar al personaje era su consigna para con el actor.
Un proceso psico-físico, como él lo llamaba. El cuerpo manifestando quién era el personaje. Un obseso Raúl en ese sentido. El ejercicio físico era fundamental en su dinámica de director y maestro de actores. Un cuerpo alerta, ágil y propositivo para transformar en energía el proceso creativo del actor. Nuestro compañero actor Dagoberto Gama era el coordinador del entrenamiento físico.
Un montaje que tuvo excelente reconocimiento por parte del público y crítica. Las representaciones fueron en el «Teatro Coyoacán», hoy «Enrique Lizalde». Grandes y talentosísimos compañeros actores tuve como cómplices artísticos: Miriam Cházaro, Metztli Adamina Castro, Socorro Miranda, Víctor Carpintero, Dagoberto Gama, Carlos Álvarez y Emilio Guerrero. La asistencia de dirección fue del extraordinario director teatral Uriel Bravo.
Como anécdota final recuerdo que en el ensayo general presentado a nuestro dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, estaba conmovido hasta las lágrimas. Nos dio un aliento precioso deseándonos lo mejor. Sus letras dramáticas cobraron la vida que a lo mejor nunca imaginó. Un día me dijo que para él fue la mejor obra dirigida que le había visto a Raúl Zermeño.
Vaya un recuerdo grande a toda esa hermosa gente. Siempre estarán en mí. Unos presentes, otros latiendo igual de fuerte en el corazón de mi memoria.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan