sábado 7, septiembre, 2024

FRACTALIDADES

Carmelito de la O, el hombre de Viesca que levantaba a su burro sobre sus hombros

Salvador Hernández Vélez

Carmelito de la O nació en Viesca, Coahuila, el 16 de julio de 1926, el mero día de la virgen del Carmen. De ahí su nombre. Murió el 19 de diciembre del 2018, a la edad de 92 años. Sus padres fueron Dionicio de la O Montoya (de ascendencia afroamericana) y Saturnina López Acosta “Tunita”. Carmelito era de piel muy morena, cabello medio rizado, labios gruesos y de complexión muy robusta, era muy fuerte. Su vestimenta era de camisa amarrada al ombligo, sombrero de palma o gorra negra y huaraches cruzados de cuero.

Desde niño fue muy inquieto, le gustaba ir a la escuela para aprender y para no ser un analfabeta, según decía. Aunque finalmente no culminó la primaria. Como la mayoría de los niños de esa época, tenía que apoyar a su papá en las diferentes tareas agrícolas. Eso le permitió aprender a sembrar hortalizas, ajos, cebollas, calabazas, nopales y también flores para el día de finados, cempasúchil, margaritas y mano de león. Por un tiempo salió a trabajar como bracero a Estados Unidos, desde allá apoyaba a su mamá económicamente. Trabajó en la pizca de algodón. Fue de los mejores trabajadores. Nunca se cansaba ni se rendía.

Regresó a Viesca cuando todavía había abundante agua para cosechar y por las mañanas recorría el pueblo ofreciendo lo recién cortado de su huerta de traspatio en una carretilla antigua, de llanta de fierro que sonaba mucho y se escuchaba desde lejos, era una forma de anunciar su llegada. En su carretilla siempre traía pala, pico, azadón y cuchilla para ofrecer sus servicios de jardinero. Era muy alegre y le gustaba escuchar canciones, sus favoritas eran las de Jorge Negrete. Cantaba a capela: “México lindo y querido”, “Amor con amor se paga”, “Yo soy mexicano”, “El abandonado”, “Guadalajara”; también cantaba con ganas y a todo pulmón las de Pedro Infante. “Amorcito corazón” (la chiflaba), “La Cama de piedra”, “Cielito lindo” y “Cartas marcadas”. Al escucharlo, la gente del pueblo sabía que era él y salía a comprarle. Estudiantes de Ingeniería Agronómica acudían a él, para que los asesorara en el cultivo del ajo, las cebollas y otras especies. Cuentan que sus pláticas eran muy amenas, tenía un gran conocimiento agrícola que acompañaba con anécdotas chuscas.

Enseñó a muchas generaciones a sembrar ajo. Conocía las fechas a la perfección y los años que eran buenos y los que serían malos. Se guiaba por las etapas de la luna. Aseguraba que los años bisiestos no eran buenos para cosechar, menos para “parir”. Agregaba: “no anden todos embrillantinados” (untados de brillantina), eso no da conocimiento, mejor hinquen el diente en la labor porque de ahí se come, esa es la bendición de Dios.

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Por otro lado, se convirtió en uno de los hombres más fuertes de su época. Se cuenta que en una ocasión los policías lo quisieron detener por andar en estado de ebriedad y golpeó a todo el cuerpo policiaco, dejándolos adoloridos. Al día siguiente, fueron los policías a darle la queja a doña “Tunita”. Ella lo llevó a que pagara el delito y lo encerraron, pero apenas se retiró su mamá, quebró la puerta de la celda. Salió caminando sin que nadie lo detuviera. Le tenían miedo. También en los bailes se colgaba sobre el cuello una víbora viva como adorno. Ante eso, las mujeres se negaban a bailar con él.

Infinidad de veces se le vio tomando un galón de leche, como si fuera agua y paseando a su burro por el pueblo. Cuando el burro (de unos 160 kilos) se cansaba, lo levantaba sobre sus hombros. Dejaba admirados a las personas, inclusive, las personas que lo conocieron siguen asombrados. Los jueves de raya de Sulvisa, en las cantinas, los parroquianos le ofrecían una copa de alcohol para que levantara al burro.

Eso nos recuerda al islandés Harthor Bjornsson, que dominó las competiciones de “El hombre más fuerte” por el récord de levantar en peso muerto 501 kilogramos. Una cosa increíble.

Carmelito tenía debilidad por los animales, siempre andaba acompañado de su perro y cuando le obsequiaban un taco, prefería que sus animalitos comieran primero. No se casó, pero siempre apoyó a sus sobrinos, los paseaba en un carrito que fabricó con madera, con llantas de fierro. Su vejez la pasó en un asilo en San Pedro, Coahuila. Platican que hacía reír a sus compañeros con sus ocurrencias. Sin duda, un hombre lleno de cualidades solidarias y gran fortaleza.

jshv0851@gmail.com

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