viernes 21, noviembre, 2025

FRACTALIDADES

‘El Cilindro’ arreglaba las ollas de peltre

Fernando casi siempre estaba fuera del pueblo: con su cilindro y herramientas se iba a los diferentes ejidos por Zacatecas, Durango y Coahuila

Salvador Hernández Vélez

Fernando Ortiz Dávila, mejor conocido como “El cilindro”, por traer en la bicicleta una lámina galvanizada en forma de cilindro con la que fondeaba tinas y baños de hojalata. Su oficio era remachar y arreglar todo tipo de recipientes de lámina y de peltre. Nació en Mazapil, Zacatecas, el 30 de mayo de 1930. De niño quedó huérfano de padre y fue criado por su madre, la señora Rosario Dávila. Aunque pronto se quedó solo por la muerte de su mamá. Por esta circunstancia estuvo internado en orfanatos de Zacatecas. De joven se trasladó a Viesca en busca de oportunidades.

En la década de los cincuenta del siglo pasado aprendió a poner remaches a las ollas de peltre, a las jarras, así como a reparar radiadores y a fondear tinas y baños. No fue a la primaria, pero aun así aprendió –con dificultades– la escritura y la lectura. Decía que aprendió en la escuela de la vida. Con el tiempo se compró una motocicleta para seguir ofreciendo sus reparaciones; en ella también cargaba su cilindro y aprovechaba para ir a los ejidos a brindar sus servicios. Sus recorridos, además de efectuarlos en los ejidos de Viesca, los hacía por el rumbo de Mazapil, Zacatecas. Visitaba las poblaciones de La Pendencia, Nuevo Tampico y Apizolaya.

Igualmente, aprendió la carpintería. Además, fabricaba ventanas, puertas, mesas y sillas. También practicó algo de electricidad: reparaba fallas de lavadoras, radios o televisores de bulbos, cuando se ofrecía. En Viesca se decía que “El Cilindro” resolvía de todo. Cuando llegó a Viesca se hospedó con don Rosendo, “El Charro”, del barrio El Tinaco. Posteriormente, compró un terreno en el barrio de la Ermita y construyó su casa, le puso árboles frondosos, que en ese tiempo se daban muy bien porque había mucha agua. Se casó con Consuelo Montelongo y tuvieron dos hijos: Rafaela (†), quien murió de bebé por “mal de ojo” (según las creencias del siglo pasado), luego vino al mundo María Luisa.

Casi siempre estaba fuera del pueblo: con su cilindro y herramientas se iba a los diferentes ejidos por Zacatecas, Durango y Coahuila. Conocía muchos lugares, platicaba que en los ejidos se dirigía con el presidente del Comisariado Ejidal, se presentaba y se ponía a trabajar en donde le asignaran. En ocasiones le facilitaban un cuartito de adobe para que ahí trabajara. Tenía muchos conocidos. Él no fiaba su trabajo. Cuando le llevaban a reparar algún recipiente y pasaban a recogerlo, si alguien le decía luego le pago, les contestaba: “Luego se la entrego”. No le gustaba fiar porque decía que “lo fiado era pariente de lo dado”.

Final del formulario

Era muy determinante, decía que no le gustaba que lo mandaran, ni que le gritaran, él era su propio patrón. Se enfermó de cáncer de pulmón por el uso de soldadura blanca que aplicaba en los radiadores y en los cablecitos de los aparatos eléctricos. El humo que generaba lo respiraba hasta que le calaba en los pulmones. Cuando se enfermó, los médicos le preguntaban si trabajaba en las minas, pues traía los pulmones dañados, como si hubiera trabajado en ellas. Alrededor de 1970 se fue de bracero a EU a trabajar en los campos agrícolas en la recolección de algodón. Ya no regresó, aunque, como decía, “extrañaba su Viesca”, que no era su pueblo natal, sino adoptivo.

Al quedar viudo en 1983 dejó de salir a los ejidos, sólo trabajaba en su casa, en compañía de sus perros, al menos tenía dos, bien cuidados, les traía sus huesos con carne, vísceras de la carnicería y los arropaba. Defendía a sus perritos, les daba de comer con una cuchara y si alguna persona se los regañaba, él les señalaba: “El perrito está en su casa”. De la música le gustaban las polkas y el chotis, baile típico de Madrid y la música clásica. Leía, sobre todo la Biblia y les discutía a los hermanos que tocaban la puerta, se sabía los párrafos y los versículos; con eso se defendía.

Siempre fue muy disciplinado con los horarios, sobre todo en época de invierno, se acostaba a buena hora para no enfermarse y se levantaba como los señores de antes, aunque fuera domingo, muy temprano a trabajar y a buscarle para sacar el día. Conoció a sus tres nietos y a su bisnieto. Falleció el 18 de marzo de 2005. Fue un hombre muy feliz. Siempre les sonreía a las adversidades. Su trabajo era su pasión, inclusive hospitalizado, pedía regresar a casa para trabajar y entregar las ollas y sartenes que tenía pendientes por remachar. Un hombre de palabra.

jshv0851@gmail.com

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