viernes 23, mayo, 2025

FRACTALIDADES

Crónicas del Registro Civil: El legado de don Manuel y doña Angelita

En 1966 nombraron a Manuel Ibarra juez del Registro Civil de Viesca. No recibía salario fijo; sus ingresos dependían de las actas de nacimiento y matrimoniales que realizaba… Su esposa, Angelita, fungía como su asistente

Salvador Hernández Vélez

Quien fungió durante muchos años como juez del Registro Civil en Viesca fue Manuel Ibarra Cortinas, nieto del señor Benito Ibarra Cuéllar, uno de los protagonistas del levantamiento magonista en Viesca, ocurrido la noche del 24 al 25 de junio de 1908. Veinte años después de ese acontecimiento, el 16 de octubre de 1928, nació el juez. Sus padres fueron Benito Ibarra y Julia Cortinas.

Con la primaria cursada en la escuela Andrés S. Viesca, logró impartir clases y solía decir, con una gran sonrisa, que se sentía licenciado. Posteriormente, se trasladó a Torreón para trabajar en una carpintería, donde aprendió el oficio. Regresó a Viesca en 1952, año en que contrajo matrimonio con María de los Ángeles Jiménez Rey. Tuvieron muchos hijos, aunque los dos primeros fallecieron al nacer. Sus hijos fueron: María Elena (†), María Mayela (†), Ana María, Manuel, Fernando, María del Carmen, José Ángel, Hilda, Raúl, Adrián (†), Carmina, Nora Guadalupe, Jesús Eduardo e Irma.

También trabajó como carpintero en la fábrica de sal (SULVISA), junto con Paco Froto. En 1962 formaron el sindicato de SULVISA, lo que les permitió acceder a los servicios del IMSS. Fue secretario general del sindicato hasta casi el cierre de la planta. Se pensionó en 1987, pero continuó en el cargo hasta ser reemplazado por Aristeo Lara Hernández. Solía contar que cada año les regalaban una caja de sal Hada. Como dirigente sindical, conoció a don Fidel Velázquez, líder nacional de la CTM.

En 1966 lo nombraron juez del Registro Civil de Viesca. No recibía salario fijo; sus ingresos dependían de las actas de nacimiento y matrimoniales que realizaba. Contaba con jueces auxiliares en los ejidos: en Emiliano Zapata, Manuel Anguiano; en Gabino Vázquez, Lalo Banda; en La Ventana, Antonio Hernández; y en San José del Aguaje, el señor Adame. Estos auxiliares debían entregar los registros para asentarlos en el libro oficial.

Su esposa, Angelita, fungía como su asistente. Al principio anotaban todo a mano, pero cuando les exigieron mecanografiar los documentos, doña Angelita aprendió mecanografía con su amiga Blanquita Treviño de Kabande. La familia Kabande se había establecido en Viesca en la época de los manantiales, abriendo un negocio de ropa y calzado justo enfrente de donde hoy se encuentra la Casa de la Cultura. En esa tienda se encontraban las novedades de la época: pantalones de “terlenka”, faldas floreadas por debajo de la rodilla, zapatos de charol y chales exhibidos en los ventanales.

La señora de Kabande, con conocimientos en mecanografía, contabilidad y administración, enseñó a Angelita. Ella solía decir que los Kabande eran personas muy nobles y trabajadoras. Cuando doña Angelita elaboraba las actas de nacimiento, causaba admiración que escribiera sin mirar el teclado. El matrimonio Ibarra-Jiménez fue muy solidario. Sus hijos solían llevar amigos a casa a jugar, y Angelita los invitaba a comer. Les enseñaba a usar los cubiertos, pues decía que algún día saldrían del pueblo y debían mostrar educación.

Además, juntos oficiaban los matrimonios del pueblo. Los novios les enviaban un carro de sitio para su traslado. Don Manuel vestía traje y corbata, con zapatos bien lustrados, y doña Angelita lucía un elegante traje, bolso de mano y su collar de perlas. En ocasiones, los padres de los novios se molestaban porque los casaba sin su consentimiento. En una ocasión, un joven llegó con pistola en mano a casar a su hermana y al novio. El juez los casó y, al finalizar, el joven le pagó y, sonriendo, le confesó que la pistola era de mentiras, comprada para asustar a los padres y lograr la boda. El juez solía contar esta anécdota con una sonrisa.

Aunque contaba con auxiliares, algunos matrimonios requerían su presencia, por lo que se trasladaba en tren o en carro de sitio. Tenía muchas amistades, y durante la temporada de melones y sandías, recibía obsequios. Disfrutaba caminar e iba a pie a trabajar; decía que eso lo relajaba. Su hija Carmina, con cariño, le decía que parecía un venado.

Don Manuel llegó a la tercera edad sano y lúcido. Sin embargo, una caída le causó una fractura de cadera. Fue operado con éxito, pero al año siguiente dejó de comer y falleció en 2009, a la edad de 80 años. La inmovilidad le incitó un fuerte pesar. La compañía de su esposa en su trabajo dejó huella en la vida de los viesquenses.

jshv0851@gmail.com

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