Viesca: Lanchita, la orfandad la hizo fuerte
Ella quedó viuda, pero no se resignó y siguió haciendo la lucha para subsistir; trabajó por ocho años en el municipio, barriendo las calles del pueblo
Salvador Hernández Vélez
A Esperanza (Lanchita) López Duarte la apodaban “Flor del río” porque cantaba a capela esa canción en la iglesia, mientras vendían comida, tamales y repostería para ayudar en los gastos de la iglesia de Santiago Apóstol. En esos años estuvieron los sacerdotes Jesús Santillán y Manuel Aguirre, quienes le pusieron el sobrenombre, aunque la conocían como Lanchita. Esperanza nació el 22 de mayo de 1946 en Viesca, en el barrio San Isidro. Sus padres fueron Pedro López Acosta y María Duarte González. Tuvieron once hijos: Teresita(f), Tomasita (f), Francisco (f), Lourdes (f), María Eligia (f), Blas, Ignacia (f), Gregorio (f), Lanchita, Bernardino (dicen que murió de un susto a los 11 años) y Ofelia. Su abuelo paterno, don Estanislao López, llegó de España a Viesca en busca de oportunidades de trabajo en compañía de su hijo Martín López, y ahí se casó con su abuela paterna, doña Trinidad Acosta Andrade, procedente de Matehuala, San Luis Potosí.
Lanchita fue a la primaria “Enrique Madariaga Ruiz”, donde sólo se podía cursar primero y segundo año. No pudo continuar sus estudios de educación básica porque su familia no tenía dinero, recuerda que con sacrificios le compraban un cuaderno “Polito”. En las inmediaciones del manantial Juan Guerra le tocó ver los sembradíos de caña de Castilla, era muy dulce, y contemplar la acequia de Bilbao que desbordaba de agua.
Quedó huérfana de papá a los 8 años, a partir de ello la vida se complicó más para su mamá y sus hermanos. Contaban sólo con un cuarto que también lo usaban como cocina. No tenían catres y dormían en una manta hecha de costales de ixtle, comenta que junto con su familia participaban en la pizca de algodón de Paco Ayala, también recolectaban papa para ayudarse. Con lo que ganaban compraban comida y vestidos de segunda que remendaban para usarlos después.
Recuerda con cariño la jarciería de su abuelo y a su abuelita, quien les preparaba unos sabrosos frijoles en un jarro de barro. En la jarciería sólo trabajaban los hombres. Su hermano don Blas acarreaba el ixtle de lechuguilla para hacer las sacas y los mecates; además ayudaba a sacar las cuentas y realizar el pago a los jarcieros. Lanchita juntaba los residuos del ixtle y el guiche de la lechuguilla para usarlos como jabón. Con ellos lavaban los trastes y la ropa, y para el aseo personal usaban teja de jabón amarillo; con ese jabón el pelo quedaba muy bonito, según cuenta. En su casa acarreaban agua de la acequia, pues no había agua potable. Se levantaban a las 6:00 de la mañana para llenar muy temprano las tinajas de agua que utilizaban durante el día para beber y cocinar, ya más tarde iban por más agua para lavar y regar el piso de la casa.
A Lanchita le gustaban mucho los bailes que se organizaban alrededor del quiosco de la plaza de armas. Al dueño del sonido, el señor McCoy, le pedía que cuando se casara le tocara el vals Río Colorado. Ella se juntaba con su comadre, María Elena Medina. Las dos amigas se casaron con dos amigos, Lanchita se casó a los 18 años con Santiago Fraire Espinoza (Chago), él trabajaba de eventual en la fábrica de sal. Después de que vivieron con su suegra y luego con su mamá, les prestaron una casa en el barrio La Capilla donde residieron unos años. Procrearon a Santiago, Jesús, Martha, Arturo (f), Ernesto (f), Ramiro, Guadalupe, Cristina (f) y Sonia (f).
Unos años después, Chago sufrió un accidente en el trabajo, le cayeron unos bultos de sal de la bodega y duró un tiempo incapacitado. Ella quedó viuda, pero no se resignó y siguió haciendo la lucha para subsistir; trabajó por ocho años en el municipio, barriendo las calles del pueblo. Las tenía impecables, iniciaba a las 4:00 de la mañana porque así a las 7:00 ya estaba en su casa para dar de almorzar a sus hijos y seguir con las actividades cotidianas.
Lanchita dice que su vida es como una película. Para ella la vida no fue fácil, pero supo que no podía echarse para atrás. Tenía que seguir luchando por sus hijos, que quedaron huérfanos como ella. Sostiene que la mujer debe ser fuerte y siempre ser capaz de salir adelante, dice que debe ser como los mezquites, que con muy poca agua siguen dando frutos y creciendo pese a las adversidades. Lanchita no dejó que la vida la derrotara y ese es el legado que le da a sus hijos.
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