viernes 15, noviembre, 2024

FRACTALIDADES

Don Pancho Castro, el último de los salineros de Viesca

Salvador Hernández Vélez

La familia Castro fue propietaria de charcos salineros cerca de Viesca, en el Llano colorado y también rentaba. La sal que extraían la vendían a Industrias Modernas, una fábrica que estaba en Francisco I. Madero. La enviaban por carros de ferrocarril. Otros compradores acudían hasta el lugar en busca del oro blanco. En el seno de esta familia salinera nació Francisco Castro Vega, don Pancho, en Viesca el 26 de marzo de 1931. Hijo de Ramona Vega Navarrete y Francisco Castro Favela. Este matrimonio procreó 12 hijos. Aún viven don Pancho y dos de sus hermanas, Teresa y Santa.

De niño recuerda que cuando jugaban siempre terminaban todos chamagosos, en la ropa se les quedaban marcados “mapas” de sudor y sal. Fue, como los viesquenses de esa época, a la escuela primaria Andrés S. Viesca. Recuerda mucho a sus profesores, señala que en el primer año fue el Prof. Alfonso Ramírez Leyva, en el segundo la Srita. Rufina, en tercer año Lupita, en cuarto año Gloria, en quinto año otra vez Alfonso Ramírez Leyva, y en sexto año la maestra María Ignacia Martínez de Loza, doña María.

Al terminar su educación primaria, su papá se lo llevó a trabajar a los charcos salineros junto a sus hermanos. Se trasladaba a los pozos salineros en su burrito, el Alazán, que le compró su papá, le duró 10 años porque murió de entripado. En los charcos aprendió el trabajo de extracción de sal de los estanques salineros, por eso él se considera el último salinero, pues, aunque se estaban secando, él seguía sacando sal.

Cabe señalar que, cuando don Pancho trabajaba en las salinas, no existía SULVISA, la famosa fábrica de sal. Entonces, vendían la sal directamente a don Ramón de la Rosa, quien acudía hasta el lugar a comprarla, aunque también lo buscaban otros compradores que le ofrecían más dinero. También se las compraban los cuereros que los buscaban porque necesitaban la sal para curtir los cueros, eran de Viesca, Durango y alrededores. Para trasladar la sal, su papá contrataba camiones grandes para llevarla a vender. Con el tiempo compraron un camión, sus hermanos eran los choferes. Su hermano Fidel se hizo camionero. El abuelo paterno de don Pancho fue sargento de la revolución, era huérfano y cuando regresó a Viesca trabajó en las salinas y enseñó a su papá y luego él, a sus hijos. Una tradición familiar.

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Cuando empezó a agotarse el trabajo en los charcos salineros, don Pancho se fue de bracero a trabajar a EU. Él dice que no fue “maistro”, pero que a veces lo hacía para ganar un poco más. Cuando regresó a Viesca volvió a laborar en las salinas. Añoraba su primer trabajo. Con sus dólares ahorrados en EU, se hizo socio de su papá; pero al empezar a secarse los charcos salineros, allá por los ochenta del siglo pasado, se dedicaron a aprovechar los desechos que ellos mismos habían tirado años atrás, les llamaban “huesos” (por su parecido a los huesos). En realidad era sulfato. Lo consideraban desperdicio en su momento. Al secarse se hacía como piedra, lo recolectaban y lo machaban en el molino de su hermano Fidel. Se lo compraban los que tenían animales, lo usaban como suplemento alimenticio.

La transformación del negocio hizo que vendieran por camiones sulfato en polvo, se hicieron proveedores. Gracias a su empresa de transporte ofrecían empleos. Aunque al cerrar la fábrica de sal, se fue a trabajar a Torreón, y luego a Nacozari y Cananea, Sonora. Desafortunadamente, una vez se accidentó cuando viajaban hacia Nacozari, él y otros trabajadores. En el choque don Pancho se lesionó el cuello. Lo incapacitaron y lo pensionaron parcialmente en el IMSS. Trabajó como mecánico y logró pensionarse al 100 por ciento.

Sobre su proyecto personal, don Pancho se casó el 13 de noviembre de 1960, a la edad de 29 años con Rosa Sandoval Adriano, una joven viesquense con quien procreó 14 hijos: Ana María, Adelina, Ramona, Minerva (f), Juan Francisco, Carlos, Rafael, Jesús Erasmo, José Ángel, Rosa María, Ma. Guadalupe, Mauricia (falleció en el parto), Virgilio y Héctor. A sus 93 años, goza de una mente lúcida, recuerda todo con claridad, camina y ve perfectamente. Le gusta jugar dominó y a la baraja, salir a la plaza a caminar y platicar con los amigos. Don Pancho es el último de los salineros. Un hombre que se aferró a sus tradiciones para reivindicar la historia de sus raíces, pues las salinas más que un negocio, son su vida.

jshv0851@gmail.com ‎

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