Raúl Adalid Sainz
Cuando uno ve un cine comprometido con la realidad, realizado de una manera honesta y profunda, cuando la película mantiene un diálogo emotivo y crítico de la vida, no queda más que agradecer.
Este sábado pasado vi en «Cinemanía», de la ciudad de México, «Estación Catorce», una película con las características señaladas. La vida de los pueblos en México, donde aparentemente no pasa nada y sucede todo. Un mundo rural azotado por la violencia del narco.
La cinta se posa en la mirada de un niño de siete años, que ve la vida como sucede a través de su escuela, de sus juegos, llenos de imaginación con dos amigos, del mundo cotidiano en casa, pero sobre todo de la relación con su padre.
En él ve el futuro que le aguarda. Un mundo de estrechez económica, de violencia, de hacinamiento familiar, de vulnerabilidad, de dolor, de esperanza derruida. La síntesis del México rural, y de las grandes ciudades, en las que las esperanzas son rotas por la descomposición social y las pocas expectativas de tener un real progreso.
Parece una película trágica por lo descrito, pero hay un velo que transparenta lo anterior con la belleza del buen filmar. La cinta narra la vida como es. No idealiza. Ahí está su enorme riqueza. Sustentado todo en un gran guion de Diana Cardozo, quien es también la directora. No hay gran película sin un esmerado libro cinematográfico.
La cinta narra en precisas imágenes, y nos cuenta todo un universo. Más que una anécdota, la película es una honda concepción temática de cómo ve la vida un niño de siete años en esos pueblos olvidados de México.
La dirección de la uruguaya, nacionalizada mexicana, Diana Cardozo, es impecable. Organiza perfectamente su material para contar, casi en docuficción, esta historia. La fotografía de Martín Boege («El Violín», «La Cebra»), es un poema que sutilmente espía el alma de los personajes.
Adquiere monumentalidad, para simbolizar la vida, en la pequeñez del hombre al desafiarla. Como esa maravillosa secuencia del padre, retando subir la montaña con su hijo, en una bicicleta, que sostiene un pesado sillón.
En su estilo narrativo la película me hizo recordar al neorrealismo italiano, en especial a Vittorio De Sica, en «Ladrón de Bicicletas», sin que la cinta sea un remedo de ésta.
O a esas del gran cineasta chino Zhang Yimou. Diana Cardozo plantea su propio universo, la belleza artística toma ecos, pues nadie construye mundos originales narrativos. Ahí su enorme grandeza creativa al desarrollar su cómo contar particular.
Las actuaciones son espléndidas. De una naturalidad construida interiormente. Destacando el niño Gael Vázquez, y su padre, José Antonio Becerril. Una simbiosis muy lograda entre padre e hijo.
La película está en su corrida comercial. Ojalá se viera. En conversatorio el sábado pasado con la directora, expresé, lo que siempre he pensado de nuestro buen cine mexicano: el cineasta debe ir a la montaña. Ir a universidades, preparatorias, a la provincia, a pueblos, a alamedas y plazas públicas, con su película y organizar cine debates.
Es la única forma de lograr una función social por medio del cine y capturar espectadores. De otra manera, el buen cine mexicano, estará condenado a festivales y a que la película sea retirada rápidamente de las salas por falta de espectadores.
Ojalá, «Estación Catorce», cuente con la bendición de ser vista. Extraordinaria película en verdad.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan