(Dedicado al actor, y en especial a quienes han compartido la vida teatral conmigo)
Raúl Adalid Sainz
Los camerinos pueden ser la verdad necesaria para el corazón de los actores. Ahí se pulsa la vida, ahí se vive la zozobra, el miedo, la alegría. Ahí el actor se transforma. Se cambia en otro, la alquimia de otro ser es buscada, el actor lo cree y eso es suficiente. El hechizo de otra realidad comienza a nacer.
Ahí el ser humano deja la calle, su carrusel de emociones personal, para integrarse a un mundo construido, ese mundo llamado la ficción. Ahora va al escenario a escuchar tercera llamada. Ahí el actor conducirá sutilmente su alma hasta la médula e idea entera del personaje. Ahí en la hoguera de las pasiones. Al terminar volverá al camerino. Ahora su espíritu se ha santificado en la más pura condición humana. El darse por entero. Entonces el actor se siente muy contento y quiere vivir. Vivir su propia vida.
Guardo muchos recuerdos hacia muchísimos camerinos distintos que he vivido en mi camino actoral. Mencionarlos sería titánico. Han sido mi residencia cambiante durante cuatro décadas. Cada uno guarda mis secretos de vida y del personaje a vivir. Muchas veces han sido compartidos, otras en la más absoluta soledad acompañada de la ficción.
Ahora me estoy acordando de esas entradas y salidas cuando uno representa varios personajes en la escena. Muchas veces he tenido que apagar la luz del camerino, como si clausurara la ficción de ese día, y al otro, reanudarla, y convocarla nuevamente.
En los camerinos he recibido avisos importantes de la vida: enamoramientos, miedos, alegrías, recibir malas noticias, como en aquel camerino 6 de la “Unidad del Centro Cultural del Bosque”, en que el compañero actor Alejandro Calva nos anunciaba que el “PRI” volvía a gobernarnos en el año 2012, los compañeros de ese camerino, Carlitos Orozco e Hiram Molina, seguramente lo recordarán. Queríamos un cambio y esperanza para el país.
Cómo olvidar en ese mismo camerino durante la obra ,“El Panfleto del Rey y su Lacayo”, en 2013, a nuestro acordeonista Andrea Robledo. Sufría terriblemente. Su hijo nacía adelantado a su tiempo. Se quebró en llanto. Mi compañero Tizoc Arroyo y yo le levantamos el ánimo, estábamos a punto de dar tercera llamada. Andrea dio una estóica y talentosa función.
Al terminar la obra se fue corriendo al hospital. A la mañana siguiente nos avisó que su niño Benito había nacido sano. Muchas cosas vive un actor en un camerino, momentos tristes, alegres, sin sabores y sorpresas de todo tipo. En un camerino, en mi tierra Torreón, recibí la noticia que mi padre había fallecido. Bien que lo recuerdo, 3 de junio de 2017 en el Teatro Isauro Martínez.
Historias hay muchas. No olvido el primer camerino como actor: “Teatro Mayrán”, hoy “Garibay”, en Torreón Coahuila. Era la novedad, el asombro mismo. El camerino del “Teatro Hidalgo” en la Ciudad de México, en mi debut profesional como actor, en la obra “Tartufo”. El camerino del “Teatro Santa Catarina” de Coyoacán, en aquella divertida compañía de actores en la obra “La Fiera del Ajusco”.
Cuando era vecino de camerino del actor Claudio Brook, y lo oía calentar su voz, cantando el aria de “Sueño Imposible”, de la comedia musical, “El Hombre de la Mancha”, durante la temporada de la obra “El Vuelo” en el “Teatro Libanés”. Aquel lindo compartir de camerín, en el hoy humillado “Teatro Jiménez Rueda”, con el buen compañero actor Rodrigo Murray en la obra “La Expulsión”, dirigida por Luis De Tavira. La compañía de Nacho Medel, jefe de utilería, inolvidable cuando nos visitaba, siempre festivo. Mucha risa.
El camerino de aquella compañía del “Teatro Repertorio Español” en Nueva York, lugar calientito que te resguardecía al llegar a él, después de soportar los fríos tremendos invernales de la “Babel de Hierro”.
Muchas casas mutantes. Muchos corazones vividos. Muchos ecos. Muchas ilusiones. Muchos términos y despedidas. Idas y regresos. Muchos compañeros que nunca volveré a ver. Ellos están en otros camerinos eternos.
Flores, telegramas, hoy emails, whats apps recibidos. Risas felices al terminar una gran función. Felicitaciones bellas. Mensajes de directores escénicos para mantener en cuidado un espectáculo.
En fin…un camerino es como un aeropuerto, una sala de espera para volar a los cielos infinitos de la vida misma. Perdón por no recordar a cada uno de ustedes. No es ingratitud, es sólo que esta mañana fui asaltado por el recuerdo de unos cuantos momentos.
Cada uno de ustedes va en mí como una huella indeleble. Una película que se revela al apagarse las luces de mi sala interior. Ustedes son mi vida, un pedazo que conforma mi existencia. Mis viejos amigos, esos cómplices, esos limbos que siempre te conducen a la divinidad de la vida.
Quien ame su profesión de actor entenderá de que estoy hablando, han oído esos cantos secretos del misterio.
Nota: La primera foto fue tomada en mi camerino durante el montaje de la obra, «‘El Corazón de la Materia», dirigida por el querido maestro Luis de Tavira. Teatro de las Artes, del CNA, año 2018. Mi compañero de camerino era el gran actor de teatro Miguel Flores. Un saludo a tu presencia en la aldea shakespeariana que habites. La segunda foto fue en mi penúltima casa mutante; camerino del «Teatro de los Insurgentes», viviendo esa gran obra llamada «Network». Inolvidables charlas teatrales y de la vida con mi compañero Luis Miguel Lombana (quien se alcanza a distinguir en la imagen) y esas deliciosas visitas del entrañable actor Diego Jáuregui.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan