Jessica Rosales
¿Cuántas más? La deuda histórica con las víctimas de feminicidio
La violencia de género es un problema complejo que no puede reducirse a juicios simplistas sobre las decisiones de las víctimas. Con frecuencia, cuando una mujer regresa con su agresor, la sociedad la señala y la culpa, sin comprender la verdadera dimensión del problema. Se desconoce que la violencia sistemática no solo deja heridas físicas, sino que también desgasta la voluntad, anula la capacidad de reacción y sumerge a la víctima en un estado de indefensión psicológica.
Muchas de estas mujeres no pueden salir del círculo de violencia porque su agresor no solo las golpea, sino que las somete con miedo, aislamiento y manipulación. Se convierten en prisioneras de un secuestro emocional, donde pedir ayuda parece imposible y donde el peligro no desaparece ni con medidas de restricción. El miedo impuesto por el agresor las paraliza, al punto de hacerles creer que no tienen otra opción más que permanecer ahí.
Este problema no es exclusivo de las víctimas, sino el reflejo de una sociedad machista que ha normalizado la violencia por generaciones. Los agresores no surgen de la nada; son el producto de una estructura que les ha enseñado que tienen poder sobre las mujeres, mientras que a ellas se les ha inculcado la sumisión, el silencio y la resignación.
El feminicidio de Elizabeth, el segundo ocurrido en Saltillo en lo que va del 2025, es un recordatorio más de que, en México, la violencia contra las mujeres no se detiene con una orden de restricción. Ella denunció, pidió ayuda y obtuvo medidas de protección, pero su agresor no se detuvo. ¿De qué sirve un documento si no hay un seguimiento real? Las barreras legales que debían protegerla resultaron ser solo una ilusión: invisibles, ineficaces e inexistentes.
En recientes entrevistas a los medios de comunicación, la activista Rosa María Salazar, directora de Fundación Luz y Esperanza, lo deja claro: las medidas de protección no son suficientes si no hay un verdadero seguimiento y atención a las víctimas.
Elizabeth denunció una agresión previa, y a pesar de ello, su feminicidio no se evitó. Como ella, muchas mujeres en situación de violencia no reciben el acompañamiento necesario para comprender el riesgo que enfrentan.
Uno de los puntos clave en este caso es la falta de vigilancia sobre las órdenes de restricción. ¿Quién se asegura de que un agresor las cumpla? Actualmente, las autoridades dictan medidas de protección, pero su ejecución queda en el aire. La fiscalía las turna a la policía municipal, pero no hay un mecanismo eficiente que garantice su cumplimiento.
Tal y como lo ha comentado la activista, la protección a las mujeres no puede recaer solo en una instancia. Se necesita un trabajo coordinado entre la fiscalía, la policía, la Comisión de Atención a Víctimas y los refugios para mujeres. Es vital que cada mujer que denuncia tenga un plan de seguridad, asesoría jurídica, apoyo psicológico y acompañamiento en cada etapa del proceso.
Otro punto preocupante es que muchas mujeres, tras años de violencia, desarrollan un síndrome de indefensión, que les impide dimensionar el peligro en el que están. Muchas no piden ayuda a organizaciones civiles, no buscan refugio y en ocasiones regresan con sus agresores. No porque quieran, sino porque el sistema no les da opciones viables para escapar.
Pedir la pena máxima para el feminicida de Elizabeth es un paso necesario, pero insuficiente. La verdadera pregunta es: ¿qué se hará para que ninguna mujer más tenga que pasar por lo mismo?
El caso de Elizabeth no es aislado. Es un reflejo de un sistema que sigue fallando y que solo reacciona cuando es demasiado tarde. No basta con indignarnos o exigir castigos más severos. El verdadero reto es evitar que haya más casos en el futuro.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, representa una oportunidad para reflexionar sobre nuestro papel como sociedad. No basta con indignarnos ante cada feminicidio o señalar a las víctimas. Debemos cuestionarnos qué estamos haciendo para erradicar la violencia desde sus raíces: en la educación, en el hogar, en el trato cotidiano. La responsabilidad es colectiva. No podemos seguir permitiendo que la violencia siga cobrando vidas mientras miramos hacia otro lado.
Es momento de dejar de juzgar y empezar a entender, porque solo desde la comprensión podremos construir un futuro donde ninguna mujer tenga que vivir con miedo.