Jessica Rosales
Hay que construir, no destruir
El reciente accidente ocurrido en el bulevar Emilio Arizpe de la Maza, al sur de Saltillo, que cobró la vida de tres jóvenes y dejó a otros dos heridos, debería ser un llamado urgente a la reflexión como sociedad.
Los detalles son desgarradores, el exceso de velocidad combinado con el consumo del alcohol resultó fatal y murieron tres jóvenes, uno más en estado grave de salud, y una mujer que enfrenta una situación delicada de salud.
Este tipo de tragedias suelen desatar una ola de comentarios en redes sociales, donde la empatía parece haberse extinguido. Las críticas feroces, los señalamientos implacables y el “hate” colectivo toman protagonismo, dejando de lado la humanidad detrás de los hechos. ¿Por qué como sociedad somos tan rápidos para condenar y tan lentos para comprender?
La madre de una de las víctimas indirectas del accidente —una mujer afectada hospitalizada tras el impacto— solicitó apoyo económico, un llamado legítimo que, en lugar de unirnos en solidaridad, fue distorsionado por el morbo y las críticas hacia los jóvenes fallecidos.
Sí, es verdad que el exceso de velocidad y el consumo de alcohol derivaron en este accidente fatal. Nadie niega la responsabilidad detrás de estos actos. Pero también debemos entender que juzgar no restaura vidas ni alivia el dolor de las familias. En cambio, reflexionar y educar podría evitar que tragedias similares se repitan.
Como padres, hermanos o amigos, esta experiencia debería enseñarnos la importancia de prevenir. Es crucial educar a los jóvenes sobre los riesgos de conducir bajo los efectos del alcohol y el peligro de confiar en quienes no están en condiciones de manejar. Enseñarles que llamar a un familiar o pedir ayuda no es una debilidad, sino un acto de responsabilidad que podría salvar vidas.
“Si alguna vez estás en una situación peligrosa, hijo, no dudes en llamarme”, es el mensaje que deberíamos inculcarles. Que sepan que estaremos ahí, sin importar la hora o las circunstancias. Asimismo, debemos esperar lo mismo de las familias de sus amigos.
Como sociedad, debemos fomentar valores de empatía y solidaridad. Los comentarios en redes sociales no deberían ser una plataforma para destruir, sino una herramienta para construir una comunidad más consciente. Nadie está exento de cometer errores; lo que marcó la diferencia en este caso fue el desenlace fatal.
Este accidente no solo deja dolor en las familias de los jóvenes fallecidos, sino que también es una advertencia para todos nosotros. Si de algo debe servir esta tragedia, es para reflexionar y promover un cambio. Que el recuerdo de Emiliano, Jesús y Rodrigo sea un recordatorio de que la vida es frágil y de que nuestras decisiones, incluso las que parecen pequeñas, pueden tener consecuencias irreparables.
Es hora de dejar atrás la insensibilidad y aprender a construir una sociedad que valore la vida y el respeto mutuo. ¿Estamos dispuestos a cambiar? La respuesta depende de todos.