De mi libro «Historias de Actores», va este canto a un grandísimo actor
Raúl Adalid Sainz
Es curioso, siempre que veía a Emilio Echevarría, siempre pensaba: Que buen actor, ese señor se ve muy a todo dar.
Veía yo sus trabajos en “Morir en el Golfo”, película de Alejandro Pelayo, sabía de sus interpretaciones teatrales en su “Alteza Serenísima”, donde representó al general y presidente mexicano Santa Anna, su participación en “La Vida de las Marionetas”, su “Don Juan de Moliere”, dirigidas las dos últimas mencionadas por Ludwik Margules. Al verlo siempre percibía el mismo sentimiento de querer compartir con él escenario.
Una mañana de clase de actuación con el gran director polaco Ludwik Margules, jugábamos con él sus alumnos. Como nadie, o casi nadie, le gustaba como actor, le empezamos a preguntar por actores, y él tenía que contestar, si a su gusto, eran buenos o malos: “Fulano”, Ludwik- “Malo”-, “zutano” – “Malísimo”- “perengano”- “un truquero”- “Emilio Echevarría”, Ludwik alzó las cejas, hizo una pequeñísima pausa, y dijo: “Ese es muy bueno”.
Los parámetros de un buen actor para Ludwik era la verosimilitud genuina, producto de un profundo calado en las emociones, un involucramiento total en los planos de realidad del personaje. Imaginación desbordada, abstracción y dibujar con cabalidad el diseño psicológico del personaje. Un desgarramiento del actor en vías de encontrar la conducta del ser a interpretar.
Lo anterior señalado fue visto por mí en Emilio cuando en el año 2000 lo vi en la célebre película “Amores Perros”, de Alejandro González Iñárritu. Su interpretación de “El Chivo”, es el tiempo de madura luz serena de un gran actor.
En el año 2011, presente lo tengo yo, por fin lo conocí, no fue en el teatro, fue donde menos imaginé conocerlo, y compartir el juego de ficción: Fue en la televisión, en la serie histórica, “El Encanto del Águila”, producida por Televisa. Emilio interpretó a Venustiano Carranza. A mí me tocó interpretar al Profesor José Natividad Macías, constituyente seguidor de las ideas de Carranza. La dirección fue del cineasta Gerardo Tort. La imagen de Emilio era impresionante. Se dejó la barba larga al estilo Carranza. Su cabello correspondía y sus redondos lentes eran émula de la facha conocida del revolucionario. La actuación, sobria y contenida de Emilio fueron notables en el serial.
Las locaciones de la serie, para este momento histórico, llamado “La Constitución”, fueron en San Luis Potosí. Recuerdo que al salir de grabar Emilio se iba a pie. Gozaba caminar por las calles peatonales del centro histórico del lindo San Luis. Recuerdo haber platicado con él de su participación en la película norteamericana, “El Álamo”, donde volvió a interpretar a Santa Anna.
Siempre durante las grabaciones me dispensaba una sonrisa el buen Emilio, yo pensaba, “que buena onda de señor”. Una mañana al terminar mi participación en la serie, estaba una camioneta afuera del hotel, para regresarnos a México, a una serie de actores y a mí. Emilio venía llegando al «Hotel Panorama», lugar donde estábamos hospedados. Al verlo me fui a despedir de él y le dije: “Ojalá pronto nos volvamos a ver”, él me dijo atento: “Vas a ver que sí”.
Eso fue a finales de julio de 2011, dos semanas después a principios de agosto del mismo año, lo vuelvo a ver en el patio de La «Casa del Teatro», de Coyoacán. Comenzábamos ensayos de la obra teatral, “La Expulsión”, dirigidos por el maestro, Luis De Tavira. Al vernos reímos y nos dimos un cálido abrazo. Ten cuidado con lo que pides porque a lo mejor se cumple, pensé contento.
Los ensayos y representaciones fueron una delicia a su lado. Un gran charlista. Recuerdo que un día nos hablaba en un descanso de ensayos de una película que le gusta mucho: “It’s a Wonderful Life”, de Frank Capra, con James Stuart. Es una entrañable cinta de una deslumbrante realización cinematográfica.
Dentro del proceso de ensayos, el maestro Tavira nos llevó a Pátzcuaro, Michoacán para concentrarnos de lleno en el trabajo. Durante nuestra estadía ahí, descubrí una de las pasiones de Emilio: El buen comer. En una taquería maravillosa, a un costado del «Centro Dramático de Michoacán», nuestros compañeros actores José Sefami y Rodrigo Murray, descubrieron unos tacos de birria exquisitos.
Nos dijeron a Emilio y a mí, y a la mañana siguiente fuimos los cuatro a desayunar. Ahí conocí su gusto por la gastronomía. Nos hablaba de restaurantes exquisitos. Uno en especial nos mencionó: “El Diligencias”, cerca de la estación del tren en Buenavista. Ahí una especialidad: los pulpos a la gallega. Cuando volvamos a México vamos a ir, nos decía. Y fuimos.
Eran una verdadera delicia aquellos pulpos. Esa vez fuimos a comer con Emilio, antes de función, Rodrigo Murray y yo. Ese maravilloso yantar estuvo acompañado de una encantadora charla. Supe de la otra gran pasión de nuestro Emilio: el futbol.
Resulta que el actor fue de joven jugador profesional de los Pumas de la UNAM. Eran finales de los sesentas, los tiempos de Enrique Borja, de “Calaca González”, de Mejía Barón”, nos platicaba contento. Nos teníamos que ir al teatro a nuestra función. Íbamos rodando. Esas comidas españolas son pesadísimas. Pero eso sí muy contentos de haber vivido esa tertulia antes de nuestra representación.
Emilio Echevarría en “La Expulsión”, daba vida al jesuita maravilloso, Francisco Xavier Clavijero. Hombre que dio sustento humano a la orden religiosa, y un defensor hondo de nuestra cultura indígena.
El actor poseía esos rangos emocionales diversos, una gran relajación, manejo de varios planos de realidad, pausas con contenido emocional al hablar; al decir sus textos, éstos conllevaban un mundo de imágenes de vida de su personaje. Aún no olvido sus escenas con “De Pau”, (Rodrigo Murray) y con el joven padre “José Ignacio”, interpretado por Chema De Tavira.
Muy generoso. Un día veía un ensayo de una de mis escenas. Estaba en butacas del Teatro Jiménez Rueda: me dijo, “Oye muy bien, compañerito”, yo sentí muy bonito. Claro, era Emilio el que lo decía.
A Emilio siempre lo recuerdo con una sonrisa. Con un gesto amable. Con un gozo por su ensayo. Por su representación. Es simpático. Cuenta chistes, anécdotas. Poco, o casi nada, dice de sí mismo como actor. Es un tema que rehúye. Al menos eso percibí durante mi experiencia de vida a su lado.
Una carretera de vida subyugante fue convivir el teatro y ese trozo de existencia en compañía de ese gran señor que deleita el existir. Vuelvo a pensar: “Ojalá pronto nos volvamos a ver”, veo la mirada de Emilio que me dice: “Vas a ver que sí”.
Pd: Le mando un abrazo muy grande al querido Emilio Echevarría.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan