(Aquel verano del 98 en Torreón con Emilio Carballido)
Raúl Adalid Sainz
En el año de 1998 tuve el gusto de conocerlo en Torreón. Fui invitado a hacer la presentación de don Emilio para la feria del libro en la ciudad lagunera. Hoy lo recordé porque se ha celebrado un aniversario más de su natalicio. Un dramaturgo que señaló caminos de identidad mexicana. Creó grandes personajes, historias, habla retratada espléndidamente en el expresar de sus caracteres.
Recuerdo grandes montajes teatrales a sus obras, en especial tres: «Rosa de dos Aromas», dirigida por Mercedes de la Cruz en el Teatro Coyoacán, con actuaciones soberbias de Ana Bertha Espín y Gina Moret. Años duraron en escena.
Viene a mi memoria el gran trabajo en dirección de Rogelio Luévano a, «Te Juro Juana que Tengo Ganas», un gran manejo cómico-fársico logrado por Rogelio, con un cuadro de actores amateurs talentosos. El montaje fue en Torreón en el Teatro Mayrán, hoy llamado Alfonso Garibay. El otro inolvidable trabajo escénico fue, «Escrito en el Cuerpo de la Noche», dirigido por Ricardo Ramírez Carnero en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón en 1996.
Aún recuerdo las actuaciones entrañables de Ana Ofelia Murguía, Marta Aura, y del buen amigo Manuel Sevilla. Inolvidable trabajo. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine. Los resultados son muy discutidos, no con saldo a favor.
Destaco sin duda la comedia magníficamente bien dirigida por Julián Pastor, «El Esperado Amor Desesperado», adaptación a la obra teatral, «La Danza que sueña la Tortuga». Aunque he de decir que el trabajo que hizo Jaime Humberto Hermosillo a «Escrito en el Cuerpo de la Noche», no es malo, pero para quienes vimos el montaje teatral siempre nos quedaremos con él.
En la versión cinematográfica repitieron Marta Aura y Ana Ofelia Murguía. Fue el debut estelar de la linda compañera actriz Giovanna Zacarías. En lectura disfruté muchísimo su pastorela cómica «Cuento de Navidad», me reí como enano con «Orinoco», dos vedettes decadentes navegando al garete por el Río Orinoco. Los diálogos de esa obra son delirantes de humor. En especial recuerdo ese maravilloso cuando las dos bailarinas van imaginando cosas. Van a un lugar muy caro a trabajar y una de ellas le dice a la otra, «es tan caro ahí que un par de huevos te salen en cien pesos», la otra le contesta, «pues que son los Allan Delon».
Disfruté la libertad en «El Día que se Soltaron los Leones», gocé la exuberancia de Córdoba, su tierra natal, en su libro de cuentos «La Caja Vacía». Son notables sus aportaciones en guiones cinematográficos en el rubro de diálogos. Su trabajo en, «Macario», de Roberto Gavaldón, es excepcional.
Aquella vez que lo presenté en Torreón encabecé mi escrito así: «Presentar a Emilio Carballido es presentar a México y a sus protagonistas; es hablar del dramaturgo más prolífico de este país y para su país. Es sumergirse y entrar a un caleidoscopio mágico, imaginativo, y de análisis crítico de su sociedad; pero ante todo, es hablar del humor negro que transforma lo amargo en una buena taza de café de tierra cordobesa.
Hoy Carballido está en Torreón y hoy Torreón vive una fiesta teatral o un baile de disfraces al estilo de, «Te Juro Juana que Tengo Ganas». El escrito terminaba diciendo: «A ti Emilio, que viajas con tu teatro como en guiñol por Orinoco o en pasión por las estepas de este Nazas. Nuestro amigo Emilio Carballido».
El escrito es largo. Algún día lo publicaré para el gusto de la gente que comulga el teatro, el cine, la literatura y la vida.
Aquel verano de calor torreonense tuve el gusto de conocer a ese talento humano dramatúrgico. Una gran persona. Charlamos de lo lindo él y yo. Me habló de mi tío, el dramaturgo, escenógrafo y pintor mexicano Agustín Lazo Adalid, del poeta chiapaneco Jaime Sabines, «era guapísimo de joven», me decía con risa traviesa y nostálgica. Me hablaba de su disgusto con las moralinas tipo siglo diecinueve de las telenovelas mexicanas, su entusiasmo por el cuaderno teatral llamado «Tramoya», del cuál era director, en una edición de la Universidad Veracruzana.
Don Emilio aflojó la corbata, estaba sonriente, ya llevábamos varios tequilas «Jimador», a cuestas. Lo dejé en su Hotel. Uno que se llamaba, «Paraíso del Desierto Express», en Diagonal Reforma. Nos despedimos con un gran abrazo y nunca lo volví a ver. Su obra estará siempre ahí para vivirlo para charlarlo. Esa noche yo siempre la recordaré como un tesoro de la vida.
Nota: En la foto, Elvira Richards, directora de casting cinematográfico, el maestro Emilio Carballido, QEPD, y un servidor. El escrito forma parte de mi libro: «Historias de actores (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico)
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan