(DE CÓMO EL ACTOR PUEDE SER COMO LOS REYES MAGOS)
Raúl Adalid Sainz
Si algo me maravilla del misterio de los Reyes Magos es cuando
perdieron la estrella que guiaba el camino en donde había
nacido el niño redentor.
Siguieron adelante guiados sólo por el radar de la fe, hasta
que, gracias quizá a ese tesón, la estrella volvió a refulgir. Descifrar este subtexto de vida me parece fascinante. Probablemente
porque los actores vivimos ese constante mundo en que tus
logros fundamentales o búsquedas están regidas por decisiones
de terceros. Por el azar del capricho.
Al tardar en conseguir tus anhelos, muchas veces se pierde
la fe, se flaquea, se oculta la luz en la tiniebla. Entonces muchos
colegas tiran la toalla. La fe es esa perseverancia y ese creer que
alcanzarás tu tierra prometida, aunque te encuentres como los
reyes en medio de la noche y en esa oscuridad hayas perdido la
estrella que guiaba.
Esa llegada a Belén, al pesebre pobre, me arroba gratamente. Es el arribo a la adoración a nuestro propio rey, a nuestro bebé que debe nacer, ese chiquitín interior que es nuestra posibilidad para salvarnos, para encontrarnos. Dar con él cuesta mucho, se debe padecer, se debe estar muchas veces en
penumbra.
Y en esa noche de la nada anhelar cual huérfano la luz cósmica
de la protección. Ese numen que nos hará mejores seres humanos
y por ende mejores actores. La humildad venciendo al vano y
hueco egoísmo. Seamos cual los reyes en medio de ese desierto; al
final veremos nuevamente esa estrella señalando el camino hacia
nuestro niño del pesebre. Preparemos nuestra mirra, incienso y
oro: será nuestra propia ofrenda de renacimiento.
En algún lugar de México Tenochtitlan