sábado 4, mayo, 2024

El teatro mexicano en los años ochenta fue grande

 

 

(Y siempre faltarán montajes y grandes directores que no son mencionados. Es un ejercicio de memoria y de lo que a mí me cautivó. Lo celebratorio es hacia una era, un boom de talento)

 

Raúl Adalid Sainz

Hace poco me enteré que el actor Miguel Ángel Ferriz, QEPD, decía a sus alumnos que difícilmente se superaría el teatro que se hacía en México en la década de los ochentas.

 

Me quedé pensando y en mucho concuerdo con lo que Miguel Ángel decía. No porque no pueda superarse y porque no exista talento. Lo que pasa es que en esos años confluyeron grandes directores, maestros de actuación, actores, dramaturgos, escenógrafos y una materia indispensable: Público, mucho espectador asistía al teatro. 

Se trabajaba todavía de martes a domingo. Ideas, experiencias que muduraron como las del grupo de jóvenes revolucionarios teatrales de «Poesía en Voz Alta». Cambios, movimientos sociales y políticos que sacudieron el mundo vivencial de aquellos directores. Gente que vivió la crudeza de la segunda guerra mundial. Jóvenes que vivieron ideales, que deseaban cambiar el mundo con el arte. Todo esto se reflejó en los escenarios. 

La concepción del director hacia los textos tuvo cambios fundamentales en la puesta en escena. Se crearon grandes centros de preparación para el actor como el Centro Universitario de Teatro, (se reabrió), en los setentas, y el Núcleo de Estudios Teatrales en los ochentas.

Eché a andar la maquinaria del recuerdo y rememoré grandes montajes. El primero que vino a mi memoria fue, «No es Cordero que es Cordera», con dirección brillante de Néstor López Aldeco y una actuación maravillosa de Ana Bertha Espín, la escenificación fue en el Teatro San Jerónimo. Producía Teatro de la Nación en 1980. 

Ensoñé la noche removiendo la ceniza en fuego al revivir «El Rey Lear», shakespeareano, dirigida por Garcini en el Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM en 1981; aún recuerdo el gran trabajo actoral de don Ignacio López Tarso como «Lear», de Humberto Zurita y su » Edgardo», de Alejandro Camacho en el bufón, de Alejandro Tommasi y su » Edmundo», de mis queridas Tina French y su cruel «Regania», la candidez sublime de Blanca Guerra, como «Cordelia», sin olvidar a Gabriela Araujo como «Goneril». 

Recordé el montaje de «Santísima», de Sergio Magaña, dirigida por Germán Castillo. Diana Bracho, era «Santa», en el romántico Teatro de Santa Catarina en 1981. Vi a mi Rogelio Luévano lagunero dirigiendo y actuando (esa noche en que lo vi) a » Lalo», en «La Noche de los Asesinos», de Triana, con el buen trabajo de Cecilia Toussaint y Patricia Bernal en Santa Catarina en 1981. 

Volví a vivir aquel alucine creativo del mejor director, para mí, que ha arrobado mis sentidos, Julio Castillo, y su montaje, «Armas Blancas», de Víctor Hugo Rascón Banda, sucedido en magia en el sótano del Teatro de Arquitectura de la UNAM en 1982. Viví también del mismo Julio un monólogo inolvidable de Darío Fo, llamado » Sucedió Mañana», con una memorable actuación de Adriana Roel, (1982). Recordé una representación fabulosa dirigida por Héctor Mendoza, «La Dama Boba», de Lope de Vega, con Ofelia Medina, Delia Casanova, Salvador Sánchez y Luis Rábago, en el Teatro El Galeón (1982).

Recordé «Una Mujer, dos Hombres y un Balazo», de Maruxa Vilalta, (1981), comedia deliciosa, donde recuerdo a Ana Silvia Garza, Luis Mercado, en el entrañable Teatro Arcos Caracol de la UNAM. Ahí mismo reviví «El Ritual de la Salamandra», de Hugo Arguelles, un magnífico montaje de Marta Luna, (1981). 

Como olvidar «La Boda», de Brecht, en una hilarante adaptación y dirección del maestrísimo Raúl Zermeño, ese trabajo maravilloso de la Compañía Teatral de la Universidad Veracruzana lo vi en el Teatro Casa de la Paz en 1983 en una reposición. No olvido el gran talento creativo de mi querido director Gustavo Torres Cuesta y aquel su montaje de «Lulú», de Wedekind, en el año 1984 en el Teatro de Arquitectura de la UNAM.

«El Martirio de Morelos», de Leñero, dirigida en desmitificación profunda de nuestra historia por el maestro Luis de Tavira, (1984). Sin olvidar de él mismo aquella alucinante puesta maravillosa de » La Ópera de Leoncio y Lena», (1981), ambas escenificaciones en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón. Se aparece en escena el gran Ludwik Margules con aquel montaje de antología llamado «De la Vida de las Marionetas», de Bergman, sucedido en el Teatro Sor Juana Inés de la UNAM en 1983; aún vivo el gran trabajo actoral de Fernando Balzaretti, Julieta Egurrola, Rosa María Bianchi, Farnesio de Bernal, Emilio Echevarría, todo el conjunto de trabajo artístico fue inolvidable. La escenografía fue del máster Alejandro Luna.

Recuerdo aquel vivo montaje de «Máscara contra Cabellera», de Rascón Banda, dirigida por Enrique Pineda en 1985. Dos altos guardo en el camino para recordar a «De Película», de 1985, ese niño teatral Julio Castillo vuelve a jugar al teatro sublime lleno de imaginación y de recuerdos. Vienen a mi memoria fugitiva los actores Juan Carlos Colombo, Damian Alcázar, Arturo Ríos, Martita Navarro, Julieta Egurrola, Lucero trejo, todo ese elenco que era de ensueño. 

Alto total para echar la mirada atrás con «De la Calle», de Jesús González Dávila, en poesía hecha teatro por el mago Julio Castillo; Teatro del Bosque, bien que lo recuerdo, 1986 el año; aun veo a «Rufino», en espléndido trabajo de Roberto Sosa, gran texto de Jesús González Dávila. Claudio Obregón en «Contradanza», personificando a la Reina Isabel I de Inglaterra. Dirección de Xavier Rojas en 1985 en el Poliforum Siqueiros. «Espejos», aquel loquísimo montaje de Juan José Gurrola en Santa Catarina (1986). El par de buenos trabajos del director José Luis Cruz en «La Muerte Accidental de un Anarquista» (1986) y «Páramo»; espectáculo precioso este último en las Serpientes del Pedregal en 1988. 

Viene al campo escénico el talento de José Caballero con tres montajes maravillosos: «Loco Amor», de Sam Shepard, con magníficos trabajos actorales de Miguel Ángel Ferriz, Angélica Aragón, Patricio Castillo y Carlos Mendoza, (1986). «La Ópera de Tres Centavos», de Brecht (1986) y «Las Paredes Oyen», de Juan Ruiz de Alarcón, está última se me sale del campo ochentero, fue en 1992 en el foro del Centro Universitario de Teatro.

Dentro del panorama comercial siempre recordaré el montaje de «Equus», de Peter Shaffer, ahí el actor Jaime Garza estaba sensacional, (1983) en reposición en el Teatro Helénico. Aquellos montajes del maestro José Luis Ibáñez para Teatro de la Nación de «Tartufo» de Moliere, (1982) y «La Fierecilla Domada», de Shakespeare (1981) y aquellas magníficas escenificaciones (ya no para Teatro de la Nación) de » El Vestidor», (1983), Teatro de los Insurgentes, con inolvidables actuaciones de Ignacio López Tarso y Héctor Bonilla; y aquella magnífica, suscitada en 1990, de «Señor Butterfly», con gran trabajo actoral de Humberto Zurita en el Teatro Silvia Pinal.

Cierro los recuerdos con dos montajes, en 1991, «Secretos de Familia», de Héctor Mendoza, espléndida puesta en dirección y calidad actoral. Aquí no puedo dejar de mencionar la sensibilidad desgarrante y pureza de matices ofrecida por Delia Casanova y Blanca Guerra. Ambas inolvidables para mí. 

La otra es «La Señora Klein», dirección de Ludwik Margules, con tres fotografías que vuelven a cobrar el brillo al revivirlas. Delia Casanova, Margarita Sanz y Ana Ofelia Murguía. Para quienes las vimos no hay palabras que definan la belleza vivida en aquel 1990 en el Foro Shakespeare.

Miguel Ángel, creo que tenías mucha razón. Fue una época donde confluyó mucho talento. Bendita la suerte de quienes pudimos vivir ese teatro. Todas las épocas son vitales, lo que sí es que los grandes maestros nos han dicho ya, hasta luego. Están por fortuna algunos de ellos. Pienso en Luis de Tavira y Pepe Caballero (herederos ellos dos de la savia teatral de Héctor Mendoza, pero con su propia creatividad en talento.) 

 

Queda pues en los que recibimos sus enseñanzas continuarlas, renovarlas de acuerdo al curso de los tiempos. Muchos montajes magníficos quedaron no mencionados, este fue sólo un ejercicio de memoria hecho a bote pronto y sin idea de excluir a nadie. Lo celebratorio es hacia esa maravillosa era que fue un verdadero boom teatral. Una explosión que me hace robar al teatro un gajo de la vida.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan

 

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