Enrique Martínez y Morales
La Semana Santa, junto con la Navidad, son las principales fiestas de la tradición cristiana. Y es que se nos da muy bien eso de celebrar la muerte y el nacimiento de nuestros héroes y personajes importantes. Es una tendencia muy arraigada en la humanidad.
Como lo expresa Manuel Acuña, “círculo es la existencia y mal hacemos cuando al medirla le asignamos la cuna y el sepulcro por extremos¨. El nacimiento y la muerte suelen ser actos involuntarios. El mérito de los protagonistas de las epopeyas es lo que hicieron después de nacidos y el legado que dejaron después de muertos.
El caso de Jesús es diferente. Dios se hizo hombre y murió crucificado por decisión propia. Pero esas no fueron sus principales proezas. Muchos mártires han nacido y han muerto por defender sus ideales, sus creencias y por amor al prójimo. Pero Jesús, además de eso, hizo algo que nadie ha podido con lo que demostró su esencia divina: venció a la muerte.
La resurrección fue la culminación de su intervención en el mundo, la prueba de su origen celestial. Pero durante su vida hizo milagros y compartió sabias enseñanzas, algunas anotadas por los evangelistas, otras muy seguramente se perdieron en el olvido del tiempo ante la falta de un seguimiento oportuno o el extravío de documentos testimoniales.
El Sermón de la Montaña, registrado por Mateo, creo que contiene los principales mensajes que Jesús vino a trasmitir al mundo. Más allá del anuncio a la multitud de las famosas Bienaventuranzas, de la enseñanza del Padre Nuestro o la presentación de la útil Regla de Oro, aquella de que no hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti, hay otras menciones muy relevantes y profundas.
En ese discurso Jesús rompe con el dios del Antiguo Testamento, ese Yahvé severo al que solo le importa el cumplimiento de los mandamientos dados a Moisés, la realización de sacrificios y que prefiere a ciertos asentamientos humanos, al resto los trata como enemigos.
Jesús nos presenta a un Dios universal y bondadoso que prefiere más nuestra felicidad que las formalidades ortodoxas. Un Dios amoroso que nos conmina a disfrutar el presente y a no agobiarnos por un futuro incierto. A dejar de preocuparnos por las cosas materiales, esas llegarán por añadidura, si se actúa correctamente.
Además del natalicio, la muerte y la resurrección de Jesús, es importante celebrar sus enseñanzas, sobre todo las del Sermón de la Montaña, ahí está la clave para vivir con alegría, ahí está la clave para ser mejores personas. Que esta semana de Pascua sea de reflexión, unión familiar y bendiciones para todos.