(In memoriam, a un año de su adiós, al gran actor don Ignacio López Tarso)
Raúl Adalid Sainz
Hace muchísimos años, teniendo catorce o quince años, vi esta película en San Luis Potosí; aún recuerdo el cine: «Avenida». Nunca volví a ver «El Profeta Mimí», de José «Perro» Estrada. Pero siempre se me quedó la imagen de López Tarso pelado al rape y matando en la noche prostitutas. Así que era una asignatura pendiente dentro de este gran gusto que guardo por el cine mexicano hecho en los setentas.
Ayer la vi, como se debe ver esta cinta, de noche. Las imágenes del recuerdo cobraron sentido nuevo, consiente. Esos maquillajes grotescos, de payasos decadentes y dolientes, adquieren una dimensión particular: el proponer un estilo fellinesco en las prostis nocturnas. Son además el espejo deformante, así las ve «Mimí», en su subconsciente.
José Estrada, el director y guionista, hace una recreación de vida diurna y nocturna del centro de la Ciudad de México, en especial de los rumbos de Santo Domingo. Los callejones y vecindades (espléndidas locaciones) fueron filmados en la Colonia Guerrero.
El fanatismo, el trauma de Ángel Peñafiel («Mimí») cobra venganza, al recordar éste a aquella prostituta que su padre borracho lleva a su propia casa para reclamarle a la esposa su beatería. Aquel incidente macabro marca a «Mimí».
En las noches, éste mata a las mujeres de la vida nocturna. Siente además que las redime del dolor. La anécdota es ésta, pero su desarrollo cinematográfico es mucho más. La cinta detalla la vida de «Mimí», un escribano público y generoso, hombre maduro, con cierto retraso mental que vive con su madre.
El tic-tac del barrio marca los pasos: la ley de los padrotes, de charlatanes religiosos protestantes, la vida en la vecindad, donde «Mimí» ve a la secretaria Rosa (Ana Martin) su amor platónico. Hay un tono de luz, de estilo para filmar tanto de día como de noche, el vestuario y el maquillaje juegan un papel preponderante.
El trabajo del coahuilense Daniel López, el fotógrafo, («La Choca», «Las Grandes Aguas») destaca en la estilística narrativa para contar la historia. Pero el plus, sin duda, es la actuación de Ignacio López Tarso y su retrato de este asesino serial fanatizado. Su caracterización física es excepcional. Su modo de andar, de vestirse, su corte de pelo al estilo militar, su pensar y sentir revelados en su manera de ver.
Con el corte de pelo diseñado para el personaje, sus rasgos fuertes resaltan ante la cámara. Su modo de hablar es llano, sin enfatizar, como en muchos de sus personajes, aquí es casi lacónico. Sus marcos conductuales y axiológicos se muestran en detalles. Eso vuelve a su actuación sutil y de una contundente verosimilitud.
Nominado al Ariel por este personaje en 1974. Lamentablemente no consiguió la estatuilla. No sé quién hubiera estado mejor para ganarle. Al final de cuentas eso es subjetivo. Su interpretación es ya una huella indeleble en nuestra cinematografía.
Hay estupendas actuaciones en esta película: Carmen Montejo está soberbia en su prostituta dolida y decadente. Ana Martin, muy bella en esos tiempos, ofreciendo muchos matices, está la presencia de Ofelia Guilmáin, caracterizando e interpretando más edad, quizá ese fue un error de casting, pero no es nada grave, su solvente oficio la saca a flote.
Ernesto Gómez Cruz, espléndido en su charlatán «Padre Mackenzie», admirador de los gringos y sus credos religiosos. El final de la cinta es patético. Causa una sensación extraña de dolor, humor y conmiseración.
«Mimí», enloquecido, recita obsesivo por las calles nocturnas del centro, sentencias fanáticas religiosas mal entendidas. Un amor odio que revuela lacerante en su cabeza. «El amor se parece a la muerte», no falta quien le grita, «Qué buena mota».
En ese andar perdido de locura ve a su amor platónico Rosita (Ana Martin) vestida y convertida en güila y se la carga al compás de su letanía religiosa para darle paz. Sólo vemos en la toma, de fondo, el hoy cerrado por los tiempos «Cine Mariscala» de Eje Central.
La película se estrenó un marzo de 1974 en el cine «Real Cinema», con cinco semanas de duración. Un gran trabajo de dirección de José Estrada. Y para cerrar este viaje de recuerdo cinematográfico, sólo puedo decir: Don Ignacio López Tarso: ¡qué buen actor es usted!
Epílogo: Este escrito, hecho ya hace algún tiempo, se lo leyó a don Ignacio, su hijo, el querido actor Juan Ignacio Aranda. Supe que a don Ignacio lo conmovió en el recuerdo, y me mandó felicitar. Un halago muy grande para mí, pues don Ignacio, es y fue, una inspiración muy grande para mí. «El Profeta Mimí», y su personaje homónimo, es una de las actuaciones que más me gustan de don Ignacio en el cine. Su actuación es deslumbrante, profunda, veraz, y sobre todo de una caracterización esmerada en el dibujo físico y psicológico del personaje. Un López Tarso muy diferente a los personajes que le conocemos. La memoria hacía este gran actor siempre estará viva.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan