Federico Berrueto
Este domingo 24 de marzo, la CBS, cadena televisiva norteamericana en su programa de gran audiencia 60 Minutos presentó la entrevista al presidente López Obrador por la periodista Sharyn Alfonsi. En poco más de 12 minutos el mandatario aborda diferentes temas de interés para la opinión pública norteamericana como la migración, el tráfico ilegal de drogas -referencia especial al fentanilo-, la corrupción, la economía, el clientelismo y la violencia en el marco de la elección en puerta.
El presidente se muestra, como siempre, seguro de sí mismo, de lo que dice y ha hecho. Reconoce que la divulgación del dato personal, su número telefónico, de la periodista del NYT, Natalie Kitroeff, jefa de la corresponsalía del Times para México, Centroamérica y el Caribe fue una reprimenda por lo que él considera una mentira, la investigación de la DEA de que cercanos suyos se habían reunido con cárteles de la droga y recibidos millones de dólares.
En su opinión, no la puso en riesgo, simplemente fue un derecho que él se concede, aunque la ley se lo prohíbe, para responder algo que ni siquiera es una afirmación de ella, sino la divulgación de una investigación de las autoridades norteamericanas, que fue suspendida. Deja claro así su desdén al periodismo y su actitud pendenciera contra los periodistas, sin importar las consecuencias. Su proclama de respeto a la libertad de expresión se viene al piso.
El presidente tiene la convicción de un éxito mayor en todos los terrenos. Afirma, por ejemplo, para fundamentar los logros en materia de seguridad que los homicidios dolosos han disminuido 20% respecto al inicio de su gobierno, y que se está atacando la impunidad, aunque la periodista revela que sólo 5 de 100 de las fatalidades dolosas son resueltas. La realidad es que este gobierno es el que más homicidios acumula, 182 mil hasta el momento, cifra significativamente superior que la del anterior de 156,066 o que la gestión de Calderón de 120,433; sin considerar al menos 50 mil desaparecidos en este régimen, muchos de ellos asesinados, cifra sin precedente. Los homicidios deberán de llegar a más de doscientos cincuenta mil al cierre del gobierno, cifras propias de un país en guerra civil.
En la circunstancia, más preocupante es su respuesta a la violencia en el marco de las elecciones. Ante el señalamiento de los crímenes que enfrentan candidatos amedrentados o asesinados, el presidente responde como el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha con los secuestros del fin de semana, no hay razón para preocupar ni preocuparse. Las cosas están muy bien, con todo y que día a día se acumulan las cifras de candidatos asesinados. La respuesta deja al descubierto que no habrá acción para blindar a las elecciones y que los territorios en donde manda el crimen seguirán igual.
El presidente reconoció que México produce fentanilo, a su decir, igual que Canadá y Estados Unidos, pero que los precursores químicos vienen de Asia. Verdad parcial que se vuelve mentira cuando afirma que en México no hay consumo de drogas que importe, porque los mexicanos tienen valores que los blindan de tal amenaza, entre otros, que no hay desintegración familiar, afirmación que muestra, además de ignorancia (se suspendió la encuesta sobre adicciones), su vena conservadora chovinista acerca de la familia. El presidente piensa en el México de cuarenta años atrás; las familias hoy proyectan una realidad dramáticamente diferente: violencia familiar, desintegración, embarazos de adolescentes, pobreza, así como pérdida de autoestima y dignidad en sus integrantes.
Para el presidente la corrupción se ha acabado, pero nada abona a esa tesis, sólo su convicción de que como él no es corrupto tampoco son los demás en su círculo cercano y en su gobierno. Con ello se entiende la manera en que responde a las denuncias de venalidad en su gobierno y volverlas una embestida de los medios corruptos y de los conservadores ante el éxito por él alcanzado.
Una entrevista que dibuja el fin de un gobierno, seguramente también el final de una época independientemente de los resultados de la elección. La experiencia vivida por el país es irrepetible debido a la singularidad del presidente; lamentablemente deja una mala herencia: naturalizar el clientelismo y el grave deterioro en la vida pública -difícil de revertir-, al igual que en las instituciones fundamentales de la República.