Luis Alberto Vázquez Álvarez
La solidaridad con el otro es una cualidad de seres espiritualmente superiores, no en vano Jesucristo en Mateo 23 sentencia: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!, pues son como sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, ¡pero dentro están llenos de huesos de muertos y podredumbre! y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. ¡Guías ciegos… bajo su apariencia de piedad hay un corazón manchado de hipocresía y pecado!
Trayendo ese mensaje de humanismo al siglo XX, Martín Buber, filósofo judío (1878-1965), escribió una obra ética que provocó gran giro al pensamiento dialógico, acentuando “quien es cada uno en su relación con el otro”. El ser humano necesita relaciones comunitarias; la actitud del Yo hacia el Tú genera intercomunicaciones siempre abiertas y de mutuo diálogo; esto gesta reciprocidad entre nosotros en una vida social en la cual solamente el otro es comprensible si se llega a entender que cada Tú es un Yo en sí mismo, haciendo manar un respeto absoluto al otro como “Mi Mismo”; es decir, al aceptarte a Ti como un Yo me acepto a mí como un Tú y, al aceptarme como el Tú tuyo, te acepto a ti como un Yo en una relación esencialmente humana y divina.
El otro es un ser presente en cualquier momento, aún en las peores condiciones económicas, sociales y hasta de desastres terribles, no se diga en simples cuestiones políticas de diferencias ideológicas intrascendentes ante la grandeza de la creación y del alma humana.
Un análisis del pensamiento de los filósofos sociales sobre la otredad y la empatía, permitió penetrar las viscerales hormonas de los fanáticos de una corriente política hacia los pobres y los menos protegidos ante los resultados de las pasadas elecciones; ese proceder demostró la calidad subhumana de muchos entes homínidos que, sacando lo más negro y sádico de sus entrañas, actuaron contra sus semejantes; tal es el caso de la señora prianista que hizo viral un video firmado como “unidos “X” México” en el que exige no dar propina a meseros, ancianos cerillos, cuidadores de autos, etc. Por haber votado por Morena. Así de ese tamaño su estrechez de inteligencia y caridad, idéntico al que despidió a su cocinera por idénticas razones.
Otros ejemplos de ingratitud a humildes servidores es obligar a caminar a sirvientes bajo un candente sol, cientos de metros para que entren por la puerta de servicio, no por la caseta principal, ya que “afean la residencial colonia” o el salvaje abogado que golpeó y humilló al anciano vigilante porque le pidió identificación; actitud imitada al hijo de la candidata perdedora que atacó, ante la complacencia y hasta aplausos de los seguidores de su mamá, a guardias de un centro nocturno. “En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron”. (Mateo 25).
Debe también entenderse como desprecio al otro, firmar cobardemente en las redes sociales con seudónimos y peor, con una sola letra, demuestran que, para ellos, los demás no valen nada, los pueden agredir o pueden mentir sin dar oportunidad de divergir porque se esconden en el pusilánime anonimato para burlarse de las personas que participan en diálogos virtuales.
Desmesurado insulto al otro es la deleznable indignidad del que escribe falacias y las hace públicas, principalmente en todos los medios tradicionales y en los virtuales para recibir prebendas (vulgo “chayote”) engañando intencionalmente la voluntad del pueblo u ofenderlo contándole mentiras e intentando hacerlo creer en encuestas falsas y saliendo a decirle que ganaron cuando la realidad es todo lo contrario; eso es pretender burlarse de su inteligencia y luego seguir pregonando falacias cuando la verdad salió a la luz y todas las autoridades electorales desmintieron a la fracasada candidatura y a sus intransigentes forofos.
En fin, como castigo a tales posturas, fingirán salir de vacaciones, aplaudir nuevas políticas o desaparecer rogando por una peseta, aunque sea. Lo cierto es que estos endriagos, utilizando abusos sádicos y denigrantes sintieron complacencia con el dolor ajeno. Lástima para ellos porque vendrán seis años más en los que van a seguir revolcándose, entre grotescas convulsiones, en sus propias heces.