domingo 7, julio, 2024

El Diablo Entre las Piernas

Para el gran Arturo Ripstein, su mejor película

 (“La manera de contar el cuento, es el cuento”: Arturo Ripstein)

Raúl Adalid Sainz

Siempre que voy a ver una película de Arturo Ripstein sé que me espera una cita con la verdad de la vida. Por más descarnada que parezca. Por más desgarradora y perturbadora. Es un encuentro con tus propios fantasmas. Con tus partes más oscuras. Ripstein es capaz de despertarlas. Simple y sencillamente porque también se confronta a sí mismo y eso hace que adquiera una universalidad humana.

El cuento es como lo cuentas. Y en ese sentido el cineasta construye una gramática cinematográfica de una enorme madurez. Conoce, como viejo lobo de mar, el cómo jugar con la cámara para narrar vívidamente planos de enorme poder artístico e imágenes que te hablan con gran potencia. Ripstein conversa con el espectador, y esta charla cinematográfica será de tú a tú con su audiencia. Él también se confrontará dentro de su universo fílmico planteado.

“El Diablo entre las Piernas”, es la vida de una pareja de viejos, no viejitos, en su conformación sexual, ella en capacidad vital de vivir el erotismo, en un mojarse calladamente y solitaria, él en el ocaso menguante pero todavía capaz de tener una amante con quien desahogarse sexual y emotivamente. Su relación con Beatriz, su mujer, es destructiva, de enorme acoso insultante, no se sacia en su dolor producto de los celos, hacia la vida pasada de su mujer. Ni siquiera fue en su año de aparición, pero él no puede vivir al taladrarse el cerebro con historias que se inventa. Ella vive la resignación dañina de aguantar y sentir un placer distorsionado de verse deseada, aunque sea de esa manera por su marido.

Una relación sadomasoquista y totalmente codependiente. Sin capacidad para dejarse. Un ya para qué. Un de repente sentir los espectadores que así se quiere esa singular pareja. Todo es observado por un tercero: la joven sirvienta, que cual coro griego es testigo activo de este juego destructivo.

“Somos tu comedia de las cinco de la tarde”, le dice Beatriz en reproche a la criadita por su fisgonería. Tal como el esposo reprocha, en el primer texto de la película, a los monos que tiene en su recámara, para el estudio de anatomía, diciéndole a uno de ellos “Fisgón”. Él es un médico frustrado. Jubilado de su actividad. Su única salida, ir con su amante. Su mujer sin actividad aparente anterior. Vive en la casa. Su distractor, ir a escondidas a tomar clases de tango, diciendo al marido que va al gimnasio y a que le den masajes.

Viven la mayor parte del tiempo enjaulados en casa. Enfrentados. Se habla de hijos ausentes. La criada “Dinorah”, es como la suplantación de una hija de la cual nada se supo. Todo en ellos es crepúsculo. Oscuridad. Luz que se refleja gracias a la introspección de la cámara que en el detalle nos dice quiénes son estos moradores de esa casa extraña. Un personaje más.

Desde el inicio de la cinta, la cámara se asoma por un resquicio de una puerta de la recámara del esposo, la lente se posa como en la hendidura de una cerradura por la cual veremos los espectadores el devenir de la historia. La cámara y los ojos de la criada son los testigos. Nosotros espectadores seremos voyeuristas activos. Metiches que seremos atrapados en una trampa confrontativa que nos exigirá respuestas.

Para mí éste es el valor principal de esta cinta. Con un notabílisimo guion sin concesiones de Paz Alicia Garcíadiego. Da la impresión que hizo esta partitura para enfrentarse a sí misma, a contundentes interrogantes que exigían una clarificación personal. El resultado: una potente película construida eficazmente desde su génesis de guion.

La anécdota es fundamental pero la concepción temática devora a la primera por su contundente conclusión. El final de la cinta me recordó a esa pareja destructiva protagonista de “Quién Teme a Virginia Woolf”; obra de teatro de Edward Albee hecha cine también. La película tiene un guiño maravilloso a la película “Él”, de Luis Buñuel. Los celos, cual reloj de cuidados, llevan al personaje de Alejandro Suárez a golpear con un fragmento de rama de árbol un vaso tequilero hasta romperlo, emulando la secuencia en que Arturo de Córdova golpea con un aditamento la escalera de su casa en golpes que reflejan tic tacs de reloj enloquecidos producto de la desesperación fantasmal de los celos.

Mención elocuente para los diálogos feroces y a veces salpicados de un gran humor negro por parte de Paz Alicia García Diego. Una pareja Ripstein- Garcíadiego, de enorme madurez creativa. Cada vez se entienden mejor. Ellos no hacen concesión alguna a lo políticamente correcto de estos descafeinados tiempos de abolición al lenguaje y a las imágenes, la película no lo admitiría. Sería su sentencia condenatoria.

Otra gran lección de cine se encuentra en la fotografía. Gran trabajo de mi querido Alex Cantú. Un blanco y negro, elección del director, donde la aparente anodina tonalidad adquiere universos maravillosos de claroscuros. La luz se obtiene de lo mismo oscuro. Gran paradoja cinematográfica. Cantú y Ripstein se han entendido de maravilla.

Qué decir de ese tránsito nocturno, por esa calle siniestra que lleva al Hotel de paso “Laredo”, donde Beatriz cumplirá su deseo de tener sexo, y de paso cobrar venganza por la infidelidad descubierta del marido. Gran plano cinematográfico.

Y es que la película tiene grandezas en experimentación de diversos planos secuencia. Estilo narrativo preferido del cineasta. Hoy aún con más búsqueda. El uso de la luz es inquietante, revelante del alma de los personajes. Magnífica ambientación. Locaciones muy bien seleccionadas. Gran trabajo de vestuario de Laurita García. Quién además actúa junto a Roberto Fiesco. Un gran equipo de trabajo.

Actoralmente la película es impecable. Una Sylvia Pasquel que está soberbia. Veraz, matizada en sus emociones, arriesgada, significando en pequeñas acciones a su personaje, revelando su alma. Asimismo, logra un gran retrato de su personaje Alejandro Suárez. Absolutamente verosímil, en su crueldad, celos y dolor de macho atormentado. Logrando matices emotivos muy destacados.

Mi querida Paty Reyes Spíndola, extraordinaria como siempre. Patricia es ese ser de multitud de colores emotivos que los expresa e interpreta en pantalla con el don de la naturalidad. Encima posee el humor negro que imprime, quizá sin advertirlo, a sus personajes. Muy bien en su criada testigo activo de los hechos la joven Greta Cervantes. Ella es una especie de justiciera final. Un coro griego que participa activamente de los hechos. Es los ojos de la cámara para el espectador.

Un Giménez Cacho que sus momentos de aparición son hechos con gran solidez del gran actor que es. Muy bien en su administrador del hotel de paso, Erando González, creando en dos secuencias a todo un personaje.

La dirección actoral de Ripstein es otro punto notable. Ya es un acierto en sus cintas. Sus actores siempre están muy bien. Felicitación aparte merece el magnífico trabajo de orfebrería en casting de Manuel Teil. Director base fundamental en el reparto de las películas del legendario cineasta.

Hoy yo cierro este capítulo. Otra lección de mundos, de vida, he conocido gracias a este cineasta que para mí sigue siendo un Prometeo dador del conocimiento de la existencia. Un preocupante dolor de muelas para los dioses al cuidado de la moral de lo aburrido y llano, a eso siniestro llamado lo correcto. Ripstein es el gran rebelde con causa de nuestro cine. Paz Alicia Garcíadiego, una cómplice de profundo calado creativo.

Felicidades a este brillante equipo de trabajo de nuestro cine mexicano.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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