(Una leyenda, una ficción o una realidad de mi Sevilla)
Raúl Adalid Sainz
Aquel escultor caminaba por aquel puente sevillano, ese que separaba al centro de la ciudad, del barrio gitano de «Triana». Era de noche. El camino estaba oscuro. De repente en su ruta escuchó unos quejidos en lamento. Al extremo opuesto a su paso vio a un hombre tirado. Fue a él, le levantó la cabeza queriendo ayudarlo.
El hombre se desangraba de una cuchillada en el costado. Vio el rostro de aquel moribundo, apenas iluminado por los rayos de eco amarillo nocturnal de la luna, algo quería decir, pero un silencio trágico se apoderó del instante, dando el último suspiro en los brazos del escultor.
Mucho tiempo después, aquel artista develó su escultura en una iglesia sevillana cercana al barrio gitano. Un cristo que era moreno, con los ojos en llanto, ojos en drama que casi se extinguían. La gente que lo veía, se decía: «oye tú, que éste no es «El Cachorro»? Tiene el mismo rostro del gitano aquel que murió en el puente, ese del Barrio de Triana».
Los fieles asentían: «Pero claro tú, que este cristo tiene el rostro de «Cachorro». Desde entonces la fe sevillana le rinde culto amoroso a ese que hoy se llama: «El Cristo del Cachorro». Ese del rostro gitano en el «Barrio de Triana».
Esta historia nadie me la contó. Quizá yo era el mismísimo escultor, y ni yo mismo lo sé, o quizá, quizá sólo lo soñé. Lo valioso del asunto, es que la mirada de ese cristo valiente, y que expira, me dice que hay mucha mar por navegar.
Así los tiempos digan que todo parece estar en lo más oscuro de la tiniebla.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan