domingo 24, noviembre, 2024

‘El Corazón de la Materia’ (El Show debe seguir)

De mi libro «Historias de Actores», esta página. Es cuando el actor lleva el corazón roto y debe dar función

Raúl Adalid Sainz

Hay obras que cuesta trabajo terminarlas. Dejar que el telón se cierre. ¿Por qué? Quizá porque encierran mucha vida dentro de ellas. Muchas vivencias ocurrieron: buenas y malas.

Ayer domingo 4 de marzo de 2018 en el «Teatro de las Artes», dimos la última función de «El Corazón de la Materia». Obra autoría de José Ramón Enríquez, Luis y José María de Tavira. Dirección de Luis de Tavira.

Un día lleno de sensaciones. Los recuerdos avasallaron. El sentir un vacío en el estómago acompaña al vivir de los actores. Deseos de llorar. De nostalgia anticipada. Un no saber qué va a ocurrir. ¿Volverás a ver a esos compañeros con quienes compartiste instantes de diversas tesituras? Y un echar la vista al frente. La incertidumbre del actor hacia su futuro: ¿Qué misterios vendrán, qué ocurrirá?

La obra en sí, en su contenido, conlleva a las profundidades de quién es el ser humano, Dios, la materia viva, y de qué manera nos hemos relacionado con ella. Hemos destruido al planeta, y a nuestras relaciones con nuestros congéneres. Nos hemos faltado el respeto. Pero también la obra vislumbra la luz urgente de esperanza. Una posibilidad reflexionada después de la catástrofe.

En lo personal el día último de función fui asaltado por toda clase de recuerdos. A un año de iniciado el proceso. Recordé la alegría del primer ensayo en la «Casa del Teatro» para conocer la obra. La vida del padre jesuita Teilhard de Chardin era el tema central. Recuerdo que el maestro De Tavira hizo una lectura de la misma. Repartió los papeles. Me tocó en suerte saber, que iba a realizar cinco personajes, todos ellos pequeños, el más notable: El Príncipe Gustavo Adolfo de Suecia. Camino a casa me decía: «No hay papeles pequeños, hay actores pequeños». El ego maldito con el que hay que luchar y no te deja en paz.

A medida que el proceso corrió. Me di cuenta de la responsabilidad que esto implicaba. Con Luis de Tavira, no existe la tontería de pequeños papeles. La magnitud del proyecto, de precisión, de manejo de ritmos, de creación de diversas energías y el total conjugado en armonizar con tus compañeros, amén de recibir sus energías transformadas en talento, iba concretando una obra aleccionadora para cualquier actor que desee recibir una enseñanza grande de la vida. Una gripa terrible me asaltó. No me cedía. Inyecciones por aquí, por allá. Dopado. Esto trajo como consecuencia regaños y enfrentamientos con el maestro De Tavira, quien en el trabajo, tiene un carácter muy fuerte. Exige la perfección. El techo de tus posibilidades.

El espectáculo lo es todo. La actuación lo pide todo. Las primeras treinta y tantas funciones no pude cumplir mis objetivos como hubiera deseado. El sentirme enfermo y regañado, algunas veces, elevó mi orgullo, sí, pero me hizo encerrarme. Poco convivía con mis compañeros. Sin embargo, mi salud fue restableciéndose y empecé a mejorar de mi voz. La obra exigía una potencialidad vocal y corporal muy fuertes.

Un atractivo muy grande había durante las representaciones de esta obra: Una gira por Guadalajara, León y mi tierra Torreón. Volvería al querido Teatro Isauro Martínez de mi Comarca Lagunera. Unas nubes ensombrecían el panorama: La salud de mi padre empeoraba día con día.

Al llegar a mi tierra, lo primero que hice fue ver a mi papá. El maestro De Tavira, nos dio dos horas libres, antes de comenzar el primer ensayo en el teatro de Torreón. Vi a mi padre muy mal. Muy débil. Anuncio de que el final se acercaba. Me dijo sus últimos deseos. Una despedida se anunciaba. Recuerdo que me dijo: «Si en estos días que vas a estar trabajando aquí yo me muero, tú, como dicen en lo tuyo, sigues adelante. «The show must go on», pensé en una fracción de segundos. «Aquí te espero mañana para seguir platicando», me despidió mi padre.

Ese ensayo, esa primera función, fueron muy difíciles. Todo el origen se me derrumbaba de pronto. Era un sueño dificilísimo. Una película onírica de David Lynch. Llegamos a Torreón un jueves primero de junio, ensayamos, dimos función el viernes dos; y el sábado 3 de junio siguiente, en la mañana, recibí la llamada de mi sobrinita advirtiéndome que mi padre estaba muy mal.

Corrí a su casa. Viví uno de los momentos más tristes de mi vida. Veía como mi padre se iba de la vida. No podía respirar. No sé qué ocurrió, pero repentinamente se le escapó a la muerte. Una de esas recuperaciones que traerán consecuencias prontas. Al irme para el teatro yo sabía, intuía, que algo iba a suceder, y fuerte. Caminé por la calle Galeana rumbo al teatro. Iba solo. Todo era una agitación interna. Un deseo de un trago me asaltó. Un alcohol directo. Nunca vi un bar ni nada. Llegué al teatro y me tomé un café cargado. Me senté en las butacas.

Aquellas pinturas del español Tarazona se acentuaban en la majestuosidad de ese teatro. Eugenio Rubio, compañero de la obra, jugaba en el escenario con Tadeo, el niño de Marina De Tavira, actriz de la obra. Una inquietud, una zozobra, una tristeza, se apoderaba de mí. A las siete de la tarde- noche, comenzó la función. Una energía avasallante se apoderó de mí. Era incontenible. No la podía dominar. Recuerdo como si esa energía fuera un caballo brioso, me monté a ella, y le dije: «Yo no puedo contigo, tú guíame». Me persigné, y me encomendé a Dios: «El señor es mi pastor, nada me falta».

Así saqué adelante esa función última en el Teatro Isauro Martínez. Al terminar la representación, pedí a mi compañero actor Pepe Caballero, un whisky derecho. Me lo dio. Lo apuré de un trago. El celular sonó. Era mi hermana. «Papá murió a las siete de la noche, vente de inmediato a casa». Le avisé a mi querido compañero Chema de Tavira del hecho y me fui volando a casa de mi padre.

Al salir del teatro. Oía como entre brumas, felicitaciones, cariño, agradecía como zombie y me abría paso para tomar presuroso a pie la calle Galeana que me llevaría a la Colonia Ampliación los Ángeles, lugar de casa de mi padre. Los hechos ya los imaginarán.

La gira continuaba por Guadalajara y León. La solidaridad y muestras de cariño de mis compañeros fueron un bálsamo. Me sentí cobijado. Querido. Aún recuerdo el gran abrazo solidario de mi director Luis De Tavira. A la memoria me viene algo que me dijo Marina De Tavira: «Tú ya te casaste con el teatro».

La segunda temporada comenzó un día de mi cumpleaños: 31 de enero de 2018. Día en que también hubiera cumplido años mi padre. Ha sido un dedicarle a él cada función. A mis orígenes. A mi compañera querida Elvira, al recuerdo de mi madre, a mi hermana, sobrina, cuñado. A luchar y compartir creativamente con mis compañeros de El Corazón de la Materia.

Por eso ayer domingo 4 de marzo de 2018, todo se me vino de golpe. Ganas de llorar, que lo hice en escena, de reír, de vivir, de sentir nostalgia, me inundaron por completo. Una catarsis.

Luis de Tavira se despidió de mi diciendo: «Ahora a pensar en lo que sigue». No sé qué seguirá. Después del viaje vivido en «El Corazón de la Materia», no sé por qué he pensado en el libro «El Camino a Damasco». Ese suceso que habla de cuando San Pablo de Tarso, perseguidor de cristianos, se cayó del caballo una noche de tormenta. A partir de ahí, todo cambió para él. La purificación llegó a su vida.

Por lo pronto, doy gracias a la vida, sí, como una Violeta Parra, esa que dijo que le había dado tanto.

Gracias eternas a todos los que hicieron posible «El Corazón de la Materia».

El Show debe continuar.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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