lunes 1, septiembre, 2025

El centenario

Enrique Martínez y Morales

En 1925, en un México que buscaba levantarse de las heridas de la Revolución, nació el Banco de México. Fue la respuesta a un anhelo profundo: dotar al país de una institución que diera confianza, que organizara el sistema financiero y, sobre todo, que diera certeza al valor de la moneda.

A lo largo de un siglo, el Banco de México ha acompañado los momentos más decisivos de nuestra historia: la crisis de deuda de los años ochenta, cuando la inflación devoraba los ahorros; la apertura comercial de los noventa, que exigió certidumbre; y los tiempos recientes de pandemia y tensiones inflacionarias globales. En cada episodio, su misión ha sido clara y firme: preservar el poder adquisitivo del peso mediante la estabilidad de precios.

Esa tarea, que puede sonar técnica o distante, en realidad toca la vida cotidiana de cada familia. Cuando la inflación se desborda, el salario pierde fuerza, la mesa se queda vacía y el futuro se nubla. México lo vivió en carne propia cuando, en los años ochenta, la inflación superaba el 150% anual. Fue entonces cuando aprendimos que sin estabilidad no hay desarrollo, que el crecimiento sin control monetario es un espejismo que tarde o temprano se derrumba.

Por eso en 1994 se dotó de autonomía plena a Banxico y se le refrendó su único mandato: mantener a raya la inflación. Gracias a esa conquista, generaciones enteras han podido vivir con un entorno de precios más estables, base indispensable para construir proyectos, planear, invertir y soñar.

Algunos hoy proponen un objetivo dual: que Banxico promueva no solo la estabilidad de precios, sino también el crecimiento económico. La intención puede sonar atractiva, pero encierra un peligro: cargar al banco central con responsabilidades que no le corresponden. El crecimiento depende de muchas piezas —la inversión, la innovación, la infraestructura, el Estado de derecho, la seguridad pública—, pero ninguna de esas piezas funcionará si el valor del dinero se erosiona.

La mejor aportación de Banxico al desarrollo es, precisamente, la estabilidad. Como bien dijo uno de sus gobernadores, “la mejor política social es una baja inflación”, porque protege a quienes menos tienen, a las familias que gastan la mayor parte de su ingreso en lo esencial. En ese sentido, Banxico no solo defiende cifras, sino la dignidad de millones de hogares.

Hoy, al cumplir cien años, el Banco de México no es únicamente una institución financiera: es un símbolo de confianza nacional. Cada moneda, cada billete que pasa por nuestras manos es también un pacto silencioso de confianza entre la institución y el pueblo: la promesa de que ese valor se mantendrá, de que el esfuerzo de trabajar un día entero no se esfumará con la inflación al día siguiente.

Cuidar la moneda es cuidar a la patria misma. Felicidades a Banxico en su primer centenario. Que sean muchos más, sin distraerse de su objetivo esencial: garantizar que los sueños de los mexicanos tengan un suelo firme sobre el cual caminar.

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