Enrique Martínez y Morales
Hace unos días vino José Antonio Meade a Saltillo para participar en los Foros Ciudadanos para la construcción del Plan Municipal de Desarrollo. No creo que exista otro mexicano que haya sido secretario de estado en cinco ocasiones, su capacidad e inteligencia le han dado ese merecimiento.
En las dos últimas carteras que ocupó, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la de Desarrollo Social, tuve el privilegio de colaborar con él, y fue precisamente por su experiencia en esta última que fue invitado a participar en los foros.
Para ilustrar el deber ser de la política social del municipio, hizo referencia a la parábola del buen samaritano. Sí, esa que San Lucas incluye en su Evangelio y en la que Jesús, al ser puesto a prueba por un experto de la Ley, cuenta la historia de un viajero que había sido asaltado por unos ladrones, golpeado y despojado de sus ropas, quedando medio muerto.
Primero un sacerdote y después un levita, que iban por el mismo camino, le sacaron la vuelta y pasaron de largo. Fue un samaritano quien se apiadó de él, le curó las heridas, lo vendó y lo subió a su cabalgadura, llevándolo a una posada y cuidándolo por un tiempo. Cuando tuvo que marcharse le pagó al posadero por adelantado para que le siguiera brindando techo y comida el tiempo que fuera necesario.
En esta parábola Meade le asigna al buen samaritano la función benefactora no solo de atender al judío en cuestión, sino de proporcionar la fórmula para combatir las principales carencias causantes de la pobreza: le brinda salud al curar sus heridas, le obsequia transporte al llevarlo en su caballo, le ofrece alimento, techo seguro y servicios básicos con los que con toda seguridad contaba la posada.
Con este ejemplo, el excandidato presidencial no solo demostró que las necesidades primordiales de la gente y la forma de atenderlas no han cambiado mucho con el paso de los milenios, sino que para lograrlo se requiere la compasión, la entrega y el compromiso, no solo de los gobiernos, sino de todos por igual.
La pobreza se combate con tiros de precisión y con la sinergia de las dependencias de todos los órdenes de gobierno. La política social se construye en un marco de colaboración presupuestaria y buscando la inclusión de los grupos que han sido vulnerados a través del tiempo. No se vale que solo las mayorías, por inmensas que sean, sean las únicas beneficiarias de los frutos del desarrollo económico y social, como el que se vive en Coahuila.
La parábola contempla otro ingrediente, menos mundano y más espiritual. Ese que tiene que ver con la generosidad hacia el necesitado, la empatía con el afligido, la solidaridad con el caído. Ese que nos hace humanos y nos distingue del resto de los seres vivos que habitan el planeta: el amor al prójimo.
Para erradicar las desigualdades sociales que persisten en nuestro país se requiere de muchos buenos samaritanos. ¿Te sumas?