viernes 20, septiembre, 2024

¿El Ave de las Tempestades, o un mago del encanto?

Raúl Adalid Sainz

Ese era el sentir de la gente hacia el artista: Juan José Gurrola. Para mí, un loco de la audaz aventura. Un ser creativo de las más altas dimensiones oníricas. Pintor, actor, arquitecto, director teatral y cinematográfico.

Mi primer referente hacia él fue como actor en las películas: «Llámenme Mike», de Alfredo Gurrola y «Frida», de Paul Leduc, donde hacia una recreación de Diego Rivera maravillosa, al lado de Ofelia Medina; que interpretó una Frida delirante.

Al llegar a México de mi natal Torreón, en 1980, resonaba aún muy fuerte el recuerdo de aquel su montaje: «Lástima que sea Puta». En 1986, en el «Teatro Santa Catarina», vi un espectáculo de su autoría y de Raúl Falcó; mismo que él dirigió y actuó. El nombre de la obra: «Espejos».

Un divertimento musical- loco- cachondo. Son de esas obras que recuerdas instantes, no una unidad, y no por la distancia del evento, en su momento sentí lo mismo.

Viene la imagen del buen Mauricio Davison, que hacía al piloto y cineasta Howard Hughes, y del mismo Gurrola que era ‘Tiresias»; el ciego profeta griego y el Dios todo poderoso de aquel extraño ámbito donde sucedía aquel surrealismo.

Recuerdo las quejas de lamento trágico de Davison a Tiresias, diciendo obsesivamente: «¡Ah don Tire…don Tire!». Vislumbro mujeres en la cachondería en bikini, en ropa sexy, bailando al ritmo de la canción: «Mujeres…juramos y prometemos por las mujeres». Veo a un enloquecido y juguetón Giménez Cacho y a Gurrola, en traje blanco, lentes oscuros, como un Deus Ex Machina, toda luz del espectáculo.

Era un juego lúdico que entraba por los sentidos, nunca por el ordenamiento del principio, medio y fin. Ese espectáculo rompía con todas las unidades y ahí encontraba su razón de ser. Gurrola, ser indómito, de otra galaxia desconocida.

Hoy, desperté envuelto en la atmósfera de aquel recuerdo. Un mítico avión en el espacio teatral, mujeres sacerdotisas bailando, sí, como aquel espectáculo subyugante en el «Teatro de Santa Catarina», ese llamado «Espejos».

Quizá todo tiene una razón de ser: extraño al teatro como un condenado, sólo feliz al recrearlo y recordarlo. Que pronto podamos recobrarlo plenamente. Un espejo siempre traerá locuras recordantes asociantes de la vida. ¡Ah!, Esa la realidad, transformada en luz por la imaginación; materia viva del sumo sacerdote: El actor.

¡Qué viva el teatro, por siempre de los siempre, amén!

Nota: «Deus Ex Machina», en latín: Dioses que bajaban en máquina teatral (en grúa) al escenario. Los primeros delirios de efectos visuales en el teatro griego. El antiguo dramaturgo Eurípides, un adorador de este recurso.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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