El aclamado director David Fincher (Seven, La red social) regresa al cine con un thriller masculino y frío, que funciona perfecto en su género y trae de vuelta al actor Michael Fassbinder como protagonista de un filme que deja con un sabor extraño: puede ser reconocido por su estética cuidadosa y evocadora, pero que mantiene un estilo distante e hierático que puede descolocar a muchos espectadores
Víctor Bórquez Núñez
El protagonista de esta película (Michael Fassbender) es un asesino que respeta sus reglas minuciosas, normas de conducta que repite hasta el cansancio. Como exterminador es frío, preciso en sus movimientos, meticuloso, paciente y sabe que nunca debe involucrarse en sus misiones. Pero toda esa coraza se derrumba cuando incurre en un error. Con esta premisa -el profesional que rompe la regla más básica de su actividad criminal- retorna a escena el aplaudido director David Fincher con un thriller brillante y riguroso en lo técnico, pero superficial en el tratamiento de sus personajes.
Contando nuevamente con el guionista Andrew Kevin Walker, el realizador retoma la línea del thriller que ya ha desarrollado con diferentes grados de intensidad, adaptando la novela homónima escrita por Alexis Nolent e ilustrada por Luc Jacamon. Lo primero que llama la atención es que, en esta oportunidad, los datos del protagónico son mínimos, casi nulos, con una aproximación al personaje que se siente distante y hasta banal. De este modo, no sabemos ni de su pasado ni de su personalidad y mucho menos conectamos con él, de quien apenas alcanzamos a comprender atisbos de su conducta.
Gran parte de esto sucede por el hecho de trabajar con un guion literal, directo y sin posibilidad de descubrir motivaciones ni entregarnos datos relevantes del asesino, tal vez como una manera de crear un argumento que dé pocas o nulas posibilidades para hacer juicios morales respecto del porqué de las acciones que este robótico personaje realiza.
Pero no deja de ser discutible esta opción, considerando que el guionista y el director tenían a la vista una gran posibilidad de crear una historia potente acerca del daño psicológico y de cómo un error llega a modificar de raíz el estado de equilibrio que el asesino ha logrado, sobre todo cuando él mismo pregona y respeta normas esenciales del “trabajo” que efectúa. Y más se banaliza esta película cuando adopta el esquema de una venganza insulsa que no logra tener la sustancia que era menester.
Desde luego que el mérito se lo lleva el actor Michael Fassbender, sobre todo si se considera que por culpa de esa frialdad en el guion y la dirección debe hacer esfuerzos no menores para sostener a un personaje que pasa casi todo el metraje callado, inexpresivo y con un comportamiento mecánico. Tampoco ayuda mucho la voz en off que permite saber algo de su quehacer ya que su monólogo interior y su humor negro no se corresponden con el personaje. Tilda Swinton comparte una escena llena de suspenso con Fassbender, pero su interpretación se ve limitada debido a la poca información que tenemos y que es común a los otros personajes que entran y salen de la historia, con la frialdad y distanciamiento que se ha advertido.
Todas estas limitantes se cubren con el notable apartado técnico (característica habitual de David Fincher y su preocupación por la iluminación, una exquisita fotografía que se convierte en un importante recurso narrativo, transmitiendo la obsesión del realizador Fincher por el movimiento presente en cada una de sus películas.
Incluso los escenarios (el diseño de producción) le sirven al director, porque cada uno de los ambientes ocultan cualquier referencia respecto del protagonista, no arroja pistas ni sobre sus gustos ni su conducta y de alguna manera subraya el carácter ascético de un diseño de producción que se combina de manera notable con el ritmo meditabundo que Fincher le confiere a esta película: es como ingresar a la mente perturbada del protagonista, a la vez que a las obsesiones estéticas del creador.
Como parte de una extensa y coherente filmografía, David Fincher sigue evidenciando su talento y su personalidad obsesiva, aunque en este caso parece no esforzarse demasiado en arriesgarse y se queda en una puesta en imágenes brillante para una historia demasiado distanciada, cerebral y fría que puede funcionar perfectamente como ejercicio de estilo, pero no como la nueva obra de un director al borde de la maestría.
“El asesino” o “The Killer” está disponible en Netflix.