sábado 14, junio, 2025

EDADES DE ORO: FANTASÍAS POLÍTICAS

Luis Alberto Vázquez Álvarez

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío…” (Capítulo XI, Primera Parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha). “Los hombres vivían en armonía con la naturaleza, sin codicia ni ambición; no existía la propiedad privada: todo era compartido, y la tierra ofrecía sus frutos sin necesidad de trabajo forzado. No había violencia ni injusticia, y las leyes no eran necesarias porque todos actuaban con virtud natural. Las armas no eran necesarias, y los caballeros existían solo para proteger a los débiles y defender la justicia. La vida era sencilla y pura, sin lujos ni excesos…”. “Sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen…”. Preciosa alegoría con que Cervantes anhela un mundo más justo y noble que el feudal precapitalista en que vivía, aunque aún sin tantas injusticias como se viviría cuatro siglos después.

Esta ensoñación de un mundo fantástico ya había sido concebida siglos atrás; Platón en sus diálogos «Critias» y «Timeo», describe sociedades ideales en las que la armonía entre leyes divinas y la naturaleza permitían una sociedad justa; las personas vivían sin necesidad de leyes impuestas. Cada uno cumplía su función en la sociedad, en armonía con el alma y la razón. No había guerras ni conflictos, y los bienes eran compartidos. Con el tiempo, los humanos se alejaron de la virtud y la armonía, lo que llevó a la corrupción, la codicia y la caída de civilizaciones como la Atlántida.

Milenios más tarde, Santo Tomás Moro (1478-1535) escribe su obra “Utopía” en la que destaca como valores sociales fundamentales: la propiedad común, en la que como en los Hechos de los apóstoles (4:32) «La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.»

El Santo Moro justifica que “Todos trabajan solo 6 horas al día, No hay desempleo ni pobreza; El trabajo es obligatorio, pero se distribuye equitativamente”. Y, como caso súper excepcional, sustenta: “Hay libertad religiosa, aunque todos creen en un ser supremo, se promueve la tolerancia entre distintas creencias…”. Vaya, momento justo cuando las guerras entre católicos contra protestantes, ortodoxos y musulmanes se llamaban “Santas”.

Pero lo más admirable, lo grande de Utopía es su configuración política: “Una república con un sistema de consejos y magistrados elegidos. Las decisiones se toman colectivamente, con énfasis en la razón y el bien común. En esa maravillosa ciudad de Dios la vida es sencilla, sin lujos ni excesos; los ministros de la justicia no usan togas de seda negra con adornos y brocados de oro, se promueve la virtud, la modestia y el servicio a la comunidad, no la venta de franquicias delictivas o exenciones de impuestos. Vaya visión de un humanista católico para una época dorada.

¿Cómo sería la oposición política en esos idílicos países? Lógicamente: honesta, haría propuestas para subir aún más la calidad de vida personal y social, ofrecería benignidad y en especial, no criticaría para destruir lo poco o mucho positivamente logrado por el gobierno, apoyaría lo valioso y al pueblo que sufre. Y ¿los medios de comunicación? Informarían honestamente, vivirían de los ingresos honradamente recibidos sin buscar incidir negativamente en la opinión pública para obtener prebendas oficiales y sería la verdad la única fuente de sus comentarios, los honestos columnistas dejarían de entregar artículos a los medios corruptos en los que solamente escriben quienes quieren privilegios por su pluma o voz. Un caso excepcional acaba de ocurrir, el Dr. Lorenzo Meyer renunció a colaborar con un medio entreverado en la corrupción. Otros editorialistas lo han hecho por congruencia, “Mejor nada que confundido en la putrefacción mediática”.

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