lunes 29, abril, 2024

Don Popo el del Parque

Luz Hernández

Es época de vacaciones, los niños del Instituto 18 de marzo ya no pasean en el parque Morelos de Gómez Palacio; solamente en las mañanas o por las tardes, cuando ya no cala el sol, se ven personas por los alrededores del parque.

Algunos caminan y platican, otros más llevan a sus perros, los más apasionados corren por la pista de cemento que enmarca a los árboles del parque, pero solo muy pocos se adentran en él.

Puede que estas vacaciones quienes lo hagan sean los más aventurados que durante el día se atrevan a darse un chapuzón en la alberca, o quienes atraídos por la memoria o la amistad lleguen a echarse un lonche o un cigarrito en el estanquillo de Don Popo.  

Si los árboles hablaran dirían que los únicos que han visto el pasar de los años y el cambio de paisajes con ellos es este negocio. Don Popo hijo dice que llegaron en el año de 1970. Han pasado más de 50 años desde que Rodolfo López Solís, un joven padre de familia, que vivía en el barrio de San José y que era muy rico, se enfermó del alcohol y lo perdió todo.

En ese momento lo único que podía hacer era vender esa vivienda y mudarse con su esposa y sus ocho hijos a una casa muy modesta en el barrio de T4rincheras, a las faldas del cerro donde ni siquiera estaba pavimentado.

Empezó a trabajar como mesero en un restaurante de Torreón. Era un trabajo que no le gustaba, pero que le permitía poco a poco saldar sus deudas.

Sin embargo, Dios, el destino o la vida, hicieron que un día que tras equivocarse de ruta del camión que debía tomar, tuviera que regresar caminando desde la clínica del Seguro Social, hasta su casa, a lo largo de toda la calzada Jesús Agustín Castro.

Cansado por la caminata a pleno mediodía se sentó en una de las antiguas bancas largas de madera que tenía el Parque Morelos, y observó que no había quien vendiera por ahí, que estaba solo y muy triste. Y entonces fue a la Presidencia Municipal, para sacar su permiso y comenzar a vender ahí.

“Ahí empezó todo. Fue la llegada de nosotros aquí”, cuenta Rodolfo López hijo, actual encargado del estanquillo.

Empezaron con un carrito movible de Pepsi, vendiendo lonches en una vitrina que les habían regalado, desde las ocho de la mañana hasta las diez u once de la noche, se alumbraban con una lámpara de gas, en ese momento Rodolfo hijo tenía como 12 años, y desde entonces está ahí.

Diez años después, Barrilito les ofreció ponerles un tabarete a cambio de que vendieran su producto. Les iba muy bien porque siempre estuvieron ahí los alumnos del Instituto 18 de Marzo, no eran pocos los estudiantes que llegaban a comerse un lonche de salchicha de a peso y un barrilito de 50 centavos mientras veían a los patos. 

Porque antes de ser alberca fue un estanque con patos, y gansos, dice que fueron donados por un señor de un rancho, y que esos ocho gansos se convirtieron en la novedad del parque. Continuamente se estuvo transformando, durante la década de los 90´s vino una remodelación importante.

La administración municipal quitó la fuente y de la mano de Barrilito construyeron, ya de material, el estanquillo para los lonches de Don Popo. Pero no sería hasta la primera administración de la alcaldesa Leticia Herrera que le pondrían enfrente la alberca.

Para ese entonces Don Popo ya no estaba, murió en 1990, a los 53 años, pero fue un hombre que cumplió, sacó a su familia de las deudas y les dio estudios a sus hijos. Pero por designio de su padre, solo Rodolfo hijo y uno de sus hermanos, quienes más lo seguían, son los que atienden en el negocio familiar.

Cuentan que nunca han tenido mayores problemas, pues gracias a las enseñanzas de su papá aprendieron a compartir y a no pelear.

Ahora el estanquillo luce diferente a cuando inició, ya no lleva los logotipos de Barrilito desde que la empresa quebró, ahora es rojo de la Coca-Cola, al igual que el refresco que se vende.

Definitivamente muchas cosas han cambiado en el Parque Morelos durante 53 años, la infraestructura, la inseguridad, hasta una pandemia. Don Popo hijo dice que ha visto muchas cosas, y solo él sabe qué tanto impacto le causaron para no querer hablar de ellas.

“Pero son pruebas de Dios”, afirma.

Batallas de las que ha salido victorioso, ya que a pesar de todo sigue en pie junto al estanquillo que fundó su padre, gracias a la disciplina, tanto en el negocio como en lo espiritual, en apoyar a los demás, a no enojarse, a ser paciente y a reconocer lo que uno comete.

Enseñanzas de su padre y de la experiencia de la vida, Don Popo hijo actualmente tiene 62 años, y ahora se ríe despreocupado del futuro, porque aunque los años pasen, él seguirá ahí hasta que su Dios se lo permita.

Justo como a su papá, antes de regresar a su trabajo, busca entre los estantes del estanquillo y saca una foto de su papá junto al tabarete, por allá de los años 80, para los que no lo conocieron. 

¿Y por qué Don Popo?: “Pues así les decían a los Rodolfos, así le decían a mi papá, y ya se me quedó”.

Es con lo que se despide para volver a atender a los amigos, porque ya muchos de ellos han dejado de ser clientes con los años. Así con las risas de los niños de la alberca de fondo y cobijado por las sombras de los viejos árboles del Parque Morelos.

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